Bienaventurado
capitalismo. Nunca anuncia ni promete nada. Ningún manifiesto ni declaración en
veinte puntos que programe la felicidad llave en mano. Aplasta, destripa,
humilla, martiriza, si; pero, ¿decepciona? Usted tiene el derecho a sentirse
desdichado, pero no decepcionado, pues la decepción presupone un compromiso
traicionado. Los que anuncian un futuro más justo se exponen a ser acusados de
mentirosos cuando su intento resulte un rotundo fracaso. Y el capitalismo se conjuga
sabiamente en presente. Existe. ¿Y el futuro? Es abandonado voluntariamente a
los soñadores, a los ideólogos y a los ecologistas. Además, sus crímenes son
casi perfectos. Ningún rastro escrito que demuestre premeditación. Es fácil
para los enemigos de las revoluciones señalar los responsables del Terror de
1793: los ilustrados y la irracional voluntad de ordenar la sociedad según la
razón racionalista. Las bibliotecas se hunden bajo el peso de los libros que
incriminan al comunismo. Nada parecido ocurre con el capitalismo. No se le
puede reprochar que provoque infelicidad al pretender aportar la felicidad. Únicamente
acepta ser juzgado sobre aquello que ha sido desde siempre su motivación: la búsqueda
del máximo beneficio en el mínimo tiempo. Los demás se interesan por el hombre,
el se ocupa de la mercancía. ¿Alguien ha visto alguna vez mercancías felices o
desdichadas? Los únicos balances validos son los contables.
Este
trabajo, de Gilles Perrault, Roger Bordies e Yves Fremion, lo puedes encontrar en
nuestra sección Material
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