Un artículo de Clara Zetkin (1857-1933)
Los estudios de Bachofen[1], Morgan[2] y otros parecen demostrar que la opresión social de la mujer coincide con la aparición de la propiedad privada. La contradicción, en el seno de la familia, entre el hombre en cuanto a poseedor y la mujer en cuanto a no-poseedora constituye la base de la dependencia económica y de la situación social de defraudación de los derechos del sexo femenino. Según Engels, en esta última situación radica una de las primeras y más antiguas formas de dominio clasista. Engels afirma que: «En la familia el marido es el burgués y la mujer representa el proletariado.»[3] Todavía no se podía hablar en aquel momento de cuestión femenina en el moderno sentido de la palabra. Solamente el modo de producción capitalista ha provocado los trastornos sociales que han dado vida a la cuestión femenina moderna; ha hecho pedazos la antigua economía familiar que en el período precapitalista garantizaba a las grandes masas del mundo femenino un medio de sustento y un sentido a su vida. Parecería insensato aplicar a la actividad desarrollada por las mujeres en la antigua economía doméstica aquellos conceptos negativos de miseria y de angustia que caracterizan la actividad de las mujeres de nuestros días. Mientras subsistió la antigua forma familiar, la mujer encontró en la misma su sentido en la actividad productiva que desarrollaba, y por ello no era consciente de que estaba privada de todos los derechos sociales, a pesar de que el desarrollo de su individualidad estaba fuertemente limitado.
El período del Renacimiento es el
Sturm und Drang que señala el despertar del moderno individualismo y le permite
desarrollarse en las más diversas direcciones. Nos encontramos con individuos
de talla gigantesca, tanto en el bien como en el mal, que pisotean las
instituciones de la religión y de la moral y desprecian tanto el cielo como la
tierra, el infierno como el paraíso; encontramos mujeres en el centro de los
acontecimientos sociales, artísticos y políticos. Sigue sin percibirse ningún
rastro del «problema» femenino. Y ello es tanto más característico cuanto se
trata de un período en el cual la antigua economía familiar, bajo el fuerte
impulso de la división del trabajo, empieza a desaparecer. Millares de mujeres
dejan de vivir su vida en el seno de la familia. Pero la cuestión femenina, por
llamarla de este modo, se resuelve entonces entrando en los conventos y en las
órdenes religiosas.
Las máquinas, el modo moderno de
producción, empezaron gradualmente a cavar la fosa a la producción autónoma de
la familia, planteando a millones de mujeres el problema de encontrar un nuevo
modo de sustento, un sentido a su vida, una actividad que al mismo tiempo fuese
también agradable. Millones de mujeres se vieron obligadas a buscarlo fuera, en
la sociedad. Entonces empezaron a tomar consciencia de que la falta de derechos
hacía muy difícil la salvaguarda de sus intereses, y a partir de este momento
surge la genuina cuestión femenina moderna. Citamos algunas cifras que
demuestran hasta qué punto el modo moderno de producción agudizó la cuestión
femenina: en 1882, en Alemania, sobre un total de 23 millones de mujeres y
jóvenes, existían 5 millones y medio de trabajadoras asalariadas, es decir,
casi una cuarta parte de la población femenina encontraba ya su sustento fuera
de la familia. Según el censo de 1895, las mujeres ocupadas en la agricultura,
en sentido amplio, eran un 8 % más de las censadas en 1882; en la agricultura,
en sentido estricto, habían aumentado en un 6 %, mientras que para el mismo
período los hombres habían disminuido respectivamente un 3 y un 11 %. En los
sectores de la industria y la minería, las mujeres habían aumentado un 35 %,
mientras que los hombres sólo lo habían hecho en un 28 %; en el comercio, el
número de mujeres había aumentado en más del 94 %; el de los hombres sólo en un
38 %. Estas áridas cifras son mucho más perentorias en afirmar la urgencia con
que debe resolverse la cuestión femenina, que no las declaraciones más
ardientes.
Sin embargo, la cuestión femenina
sólo existe en el seno de aquellas clases de la sociedad que a su vez son
producto del modo de producción capitalista. Por ello, no existe una cuestión
femenina en la clase campesina, aunque su economía natural esté ya muy reducida
y llena de grietas. En cambio, podemos encontrar una cuestión femenina en el
seno de aquellas clases de la sociedad que son las criaturas más directas del
modo de producción moderno. Por tanto, la cuestión femenina se plantea para las
mujeres del proletariado, de la pequeña y media burguesía, de los estratos
intelectuales y de la gran burguesía; además, presenta distintas
características según la situación de clase de estos grupos.
¿Cómo se presenta la cuestión
femenina para las mujeres de la alta burguesía? Estas mujeres, gracias a su
patrimonio, pueden desarrollar libremente su propia individualidad, seguir sus
propias inclinaciones. Sin embargo, como mujeres, siguen dependiendo del varón.
El residuo de la tutela sexual de los tiempos antiguos ha desembocado en el
derecho de familia, para el que sigue siendo válida la frase: «y él será tu
señor».
¿Qué aspecto presenta la familia
de la alta burguesía en la cual la mujer está legalmente sometida a su marido?
Desde el mismo momento de su creación, este tipo de familia ha carecido de
presupuestos morales. La unión se decide en base al dinero, no a la persona; es
decir: lo que el capitalismo une no puede ser separado por una moral
sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial dos prostituciones hacen una virtud[4]. A ello corresponde también el estilo de la vida
familiar. Allí donde la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer,
madre y vasalla, los traslada al personal de servicio al que paga un salario.
Si las mujeres de estos estratos desean dar un cierto significado a su vida,
deben ante todo reivindicar el poder disponer libremente y autónomamente de su
patrimonio. Por ello esta reivindicación se sitúa en el centro de avanzada del
movimiento de mujeres burguesas. Estas mujeres luchan por conquistar este
derecho contra el mundo masculino de su clase, y su lucha es exactamente la
misma que la burguesía inició en su momento contra los estratos privilegiados:
una lucha por la abolición de todas las discriminaciones sociales basadas en el
patrimonio.
¿Cuáles son las características de
la cuestión femenina en los estratos de la pequeña y media burguesía y en el
seno de las intelectuales burguesas? En este caso la familia no está separada
de la propiedad, sino básicamente de los fenómenos concomitantes a la
producción capitalista; en la medida en que ésta avanza en su marcha triunfal,
la pequeña y media burguesía van acercándose progresivamente a su destrucción.
En el caso de las intelectuales burguesas se produce además otra circunstancia
que contribuye a que sus condiciones de vida empeoren: el capital necesita
fuerza de trabajo inteligente y científicamente preparada y en este sentido, ha
favorecido una sobreproducción de proletarios del trabajo mental, determinando
con ello un cambio negativo de la posición social de los que pertenecen a las
profesiones liberales, profesiones que, en el pasado, eran decorosas y muy
rentables. Sin embargo, el número de matrimonios decrece en la misma medida ya
que, si por un lado las premisas materiales han empeorado, por el otro se han
incrementado las necesidades vitales del individuo y por tanto el individuo
perteneciente a estos estratos reflexiona muchísimo antes de decidirse a contraer
matrimonio. El límite de edad para la creación de una familia es cada vez más
alto, y el hombre se siente cada vez menos inclinado hacia el matrimonio,
debido también en parte a que la sociedad permite al solterón una vida cómoda
sin exigirle una mujer legítima: la explotación capitalista de la fuerza de
trabajo proletaria con salarios de hambre da también suficiente para que la
demanda de prostitutas por parte del mundo masculino esté ampliamente cubierta
por una conspicua oferta. Y por ello, el número de mujeres solteras entre los
estratos de la media burguesía es cada vez más elevado. Las mujeres y las
adolescentes de esta clase se ven rechazadas por la sociedad en la que no
pueden vivir una existencia que sólo les procure el pan, sino también satisfacción
moral. En estos estratos la mujer no está equiparada al hombre en lo que se
refiere a la propiedad de bienes privados; ni siquiera está equiparada en
calidad de proletaria como acontece en los estratos proletarios; la mujer de
las clases medias debe conquistar ante lodo la igualdad económica con el
hombre, y sólo lo puede conseguir mediante dos reivindicaciones: la de igualdad
de derechos en la formación profesional y la de igualdad de derechos para los
dos sexos en la práctica profesional. Desde un punto de vista económico, esto
significa la consecución de la libertad de profesión y la concurrencia entre
hombre y mujer. La consecución de estas reivindicaciones desencadena un
contraste de intereses entre los hombres y las mujeres de la media burguesía y de
la intelligentsia. La concurrencia de las mujeres en las profesiones liberales
es la causa de la resistencia de los hombres frente a las reivindicaciones de
las feministas burguesas. Se trata del simple temor a la concurrencia; sea cual
sea el motivo que se hace valer contra el trabajo intelectual de las mujeres:
un cerebro menos eficiente, la profesión natural de madre, etc., sólo se trata
de pretextos. Esta lucha concurrencial impulsa a la mujer que pertenece a estos
estratos a la consecución de los derechos políticos, con el fin de romper todas
las barreras que obstaculizan su actividad económica.
Hasta ahora he esbozado solamente
el primer momento, que es básicamente económico. Sin embargo, haríamos un
escaso favor al movimiento femenino burgués si sólo limitáramos los motivos del
mismo al factor económico, ya que también incluye un aspecto mucho más
profundo, un aspecto moral y espiritual. La mujer burguesa no sólo pide ganarse
su propia existencia, sino también una vida espiritual, el desarrollo de su
propia personalidad. Precisamente es en estos estratos donde se encuentran
aquellas trágicas figuras, tan interesantes desde el punto de vista
psicológico, de mujeres cansadas de vivir como muñecas en una casa de muñecas y
que desean participar en el desarrollo de la cultura moderna; las aspiraciones
de las feministas burguesas están plenamente justificadas, tanto en el aspecto
económico como desde el punto de vista moral y espiritual.
En lo que respecta a la mujer
proletaria, la cuestión femenina surge a partir de la necesidad de explotación
del capital que lo obliga a la continua búsqueda de fuerza de trabajo más
barata... de modo que también la mujer proletariada se ve inserta en el
mecanismo de la vida económica de nuestros días, se ve arrastrada a la oficina
o atada a la máquina. Ha entrado en la vida económica para aportar un poco de
ayuda a su marido, pero el modo de producción capitalista la ha transformado en
una concurrente desleal: quería acrecentar el bienestar de la familia y ha
empeorado la situación; la mujer proletaria quería ganar dinero para que sus
hijos tuviesen un mejor destino y casi siempre se ve arrancada de sus brazos.
Se ha convertido en una fuerza de trabajo absolutamente igual al hombre: la
máquina ha hecho superflua la fuerza de los músculos y en todas partes el
trabajo de las mujeres ha podido producir los mismos resultados productivos que
el trabajo masculino. Tratándose además, y ante todo, de una fuerza de trabajo
voluntaria, que sólo en rarísimos casos se atreve a oponer resistencia a la
explotación capitalista, los capitalistas han multiplicado las posibilidades
con el fin de poder emplear el trabajo industrial de las mujeres a la máxima
escala. En consecuencia, la mujer del proletariado ha podido conquistar su
independencia económica. Pero de ello no ha sacado ninguna ventaja. Si en la
época de la familia patriarcal el hombre tenía derecho a usar moderadamente la
fusta para castigar a la mujer - recuérdese el derecho bávaro del siglo XVII
(Kurbayrisches Recht)- el capitalismo ahora la castiga con el látigo. Antes el
dominio del hombre sobre la mujer se veía mitigado por las relaciones
personales, mientras que entre obrera y empresario sólo existe una relación
mercantilizada. La proletaria ha conquistado su independencia económica pero
como persona, como mujer, y como esposa no tiene la menor posibilidad de
desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y de madre sólo le quedan
las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo.
Por ello la lucha de emancipación
de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la
mujer burguesía contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una
lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los
capitalistas. Ella, la mujer proletaria, no necesita luchar contra los hombres
de su clase para derrocar las barreras que ha levantado la libre concurrencia.
Las necesidades de explotación del capital y el desarrollo del modo de
producción moderno la han desplazado completamente en esta lucha. Por el
contrario, deben levantarse nuevas barreras contra la explotación de la mujer
proletaria, con las que deben armonizarse y garantizarse sus derechos de esposa
y madre. El objetivo final de su lucha no es la libre concurrencia con el hombre,
sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer
proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad
capitalista. Todo esto no significa que no deba apoyar también las
reivindicaciones del movimiento femenino burgués. Pero la consecución de estas
reivindicaciones sólo representa para ella el instrumento como medio para un
fin, para entrar en lucha con las mismas armas al lado del proletario.
La sociedad burguesa no se opone
radicalmente a las reivindicaciones del movimiento femenino burgués: esto ha
sido demostrado por las reformas en favor de las mujeres introducidas en el
sector del derecho público y privado en distintos Estados. En Alemania estas
reformas se producen con gran lentitud y ello se debe, por una parte, a la
lucha por la concurrencia económica en las profesiones liberales, lucha que los
hombres temen, y por otra, al lento y reducido desarrollo de la democracia
burguesa en Alemania que, por temor al proletariado, no asume las tareas que la
historia le ha asignado. La burguesía teme que la realización de estas reformas
sólo represente ventajas para la socialdemocracia. Una democracia burguesa sólo
puede hacer reformas en la medida en que no se deje hipnotizar por el miedo.
Esto, por ejemplo, no sucede en Inglaterra, que es el único país en el que
existe una burguesía eficiente, enérgica, mientras que la burguesía alemana,
que tiembla ante el proletariado, renuncia a su obra reformista en los campos
político y social. Además, en Alemania la actitud pequeñoburguesa todavía está
muy extendida: la tacañería y los prejuicios del filisteo.
Evidentemente, el temor de la
democracia burguesa es corto de vista. Aunque las mujeres consiguieran la
igualdad política, nada cambia en las relaciones de fuerza. La mujer proletaria
se pone de parte del proletariado y la burguesa de parte de la burguesía. No
nos hemos de dejar engañar por las tendencias socialistas en el seno del
movimiento femenino burgués: se manifestarán mientras las mujeres burguesas se
sientan oprimidas, pero no más allá.
Cuanto menos comprende su misión
la democracia burguesa, menos corresponde a la socialdemocracia apoyar la causa
de la igualdad política de las mujeres. No queremos parecer más guapos de lo
que somos y no es por la belleza de un principio que apoyar más su
reivindicación, sino en el interés de clase del proletariado. Cuanto mayor sea
la influencia nefasta del trabajo femenino sobre la vida de los hombres, más
coactiva es la necesidad de acercar las mujeres a la lucha económica. Cuanto
más profunda sea la incidencia de la lucha política en la existencia del
individuo, más urgente y necesario es que la mujer participe en la lucha
política. Las leyes contra los socialistas han dejado muy claro por primera
vez, a millares de mujeres, lo que significa derecho de clase, Estado de clase
y dominio de clase; por primera vez han enseñado a millones de mujeres a tomar
consciencia del poder que con tanta brutalidad interviene en la vida familiar.
Las leyes contra los socialistas han realizado un trabajo que centenares de
agitadoras no hubieran sido capaces de realizar, y nosotros estamos
sinceramente agradecidos al artífice de las leyes contra los socialistas, así
como a todos los órganos del Estado que han colaborado en su puesta en vigor,
desde el ministro hasta el policía, por su involuntaria actividad
propagandística. ¡Y después dirán que nosotros, los socialistas, no somos
agradecidos!
Otro suceso debe ser también
considerado imparcialmente. Me estoy refiriendo a la publicación del libro de
August Bebel La mujer y el socialismo. No hablo ahora de esta obra en base a
los elementos positivos o a las lagunas que presenta, sino en base al período
en el que ha aparecido. Ha sido algo más que un libro, ha sido un
acontecimiento, un evento. Por primera vez se ponía en claro las relaciones que
unen la cuestión femenina al desarrollo histórico; por primera vez, en este
libro, se afirmaba que solamente podemos conquistar el futuro si las mujeres
combaten a nuestro lado. Y hago estas observaciones como camarada de partido y
no como mujer.
Ahora bien, ¿cuáles son las
conclusiones prácticas para llevar nuestra agitación entre las mujeres? No es
tarea de un Congreso hacer propuestas prácticas aisladas; su tarea consiste en
delinear una orientación general para el movimiento femenino proletario.
El principio-guía debe ser el
siguiente: ninguna agitación específicamente feminista, sino agitación
socialista entre las mujeres. No debemos poner en primer plano los intereses
más mezquinos del mundo de la mujer: nuestra tarea es la conquista de la mujer
proletaria para la lucha de clase. Nuestra agitación entre las mujeres no
incluye tareas especiales. Las reformas que se deben conseguir para las mujeres
en el seno del sistema social existente ya están incluidas en el programa
mínimo de nuestro partido.
La agitación entre las mujeres
debe unirse a los problemas que revisten una importancia prioritaria para todo
el movimiento proletario. La tarea principal consiste en la formación de la
consciencia de clase en la mujer y su compromiso activo en la lucha de clases.
La organización sindical de las obreras se presenta como extremadamente ardua.
Desde 1892 hasta 1895, el número de las obreras inscritas en las organizaciones
centrales ha alcanzado la cifra de 7.000. Si a ellas añadimos las obreras
inscritas en las organizaciones locales, y comparamos la cifra con la de las
obreras en activo, solamente en la gran industria, cifra que llega a 700.000,
tendremos una idea del inmenso trabajo que todavía queda por hacer. Este
trabajo es mucho más difícil por el hecho de que muchas mujeres están empleadas
en la industria a domicilio. Debemos combatir además la opinión tan difundida
entre las jóvenes que creen que su actividad industrial es algo pasajero, y que
cesará con el matrimonio. Para muchas mujeres el resultado final es por el
contrario un doble deber, ya que deben trabajar en la fábrica y en la familia.
Por ello es indispensable que se fije la jornada de trabajo legal de las
obreras. Mientras en Inglaterra todos coinciden en considerar que la
eliminación del trabajo domiciliario, la fijación de la jornada de trabajo
legal y la obtención de salarios más elevados representan elementos de expresa
importancia para la organización sindical de las obreras, en Alemania, a los
obstáculos ya mencionados, debe añadirse la violación de las leyes sobre el
derecho de reunión y de asociación. La plena libertad de asociación que la
legislación del Reich reconoce a las obreras queda anulada por las
disposiciones regionales vigentes en algunos Estados federales. Por añadidura,
no quiero ni siquiera referirme al modo en que en Sajonia se aplica el derecho
de asociación, si se puede hablar de la existencia de tal derecho; por lo que
se refiere a los dos mayores Estados federales, Baviera y Prusia, ya se ha
dicho que las leyes sobre el derecho de asociación son aplicadas de tal modo
que casi es imposible para las obreras formar parte de organizaciones
sindicales. En particular en Prusia, no hace mucho tiempo, el gobierno de
distrito del «liberal» Herr von Bennigsen, eterno candidato a ministro, ha
hecho lo imposible en la redacción de los derechos de asociación y de reunión.
En Baviera las mujeres están excluidas de todas las asambleas públicas...
...Esta situación hace imposible
que las mujeres proletarias puedan organizarse al lado de los hombres. Hasta
ahora han llevado una lucha contra el poder policiaco y contra las leyes de los
juristas y, por lo menos formalmente, han llevado la peor parte.
En realidad son las vencedoras, ya
que cuantas medidas se han puesto en práctica con el fin de aniquilar la
organización de la mujer proletaria sólo han conseguido provocar un incremento
de la consciencia de clase. Si nosotros aspiramos a la creación de una
organización femenina potente en el terreno económico y político, debemos ante
todo conquistarnos la libertad de movimientos en la lucha contra el trabajo
domiciliario, por una reducción del tiempo de trabajo y, en primer lugar,
contra lo que las clases dominantes suelen denominar derecho de asociación.
En este Congreso del partido no
pueden ser definidas las formas en las que debe desarrollarse la agitación
femenina; ante todo debemos hacer nuestros los métodos con los cuales haremos
progresar la agitación. En la resolución que os ha sido propuesta se propone la
elección de algunos delegados femeninos que tendrán la tarea de promover y
dirigir, de modo unitario y programático, la organización económica y sindical
entre las mujeres. La propuesta no es nueva: la idea ya había sido asumida en
el Congreso de Frankfurt, lo cual ha permitido que en determinados lugares se
llevara a la práctica con notable éxito; en el futuro podrá comprobarse si,
aplicada a gran escala, puede favorecer un masivo aumento de la presencia
femenina en el seno del movimiento proletario.
La agitación no puede solamente
hacerse con discursos. Muchas indiferentes no vienen a nuestras asambleas,
innumerables esposas y madres no pueden asistir a nuestras asambleas -y la
tarea de la agitación socialista entre las mujeres no puede ser la de alejar a
la mujer proletaria de sus deberes de madre y de esposa; por el contrario, la
agitación debe procurar que puedan asumir su misión mucho mejor de lo que lo
han hecho hasta ahora, y ello en interés de la emancipación del proletariado.
La mejora de las relaciones en el seno de la familia, de la actividad doméstica
de la mujer, reafirma su determinación para la lucha. Si le facilitamos la
tarea de educadora de sus hijos, podrá hacerles conscientes y hacer que
continúen luchando con el mismo entusiasmo y la misma abnegación con que lo
hacen sus padres por la emancipación del proletariado. Cuando el proletario
dice: «Mi mujer», entiende: «La compañera de mis ideales, de mis luchas, la
educadora de mis hijos para las batallas del futuro». Y, de esta manera, muchas
madres, muchas esposas que educan en la consciencia de clase a sus maridos y a
sus hijos, contribuyen en la misma medida que las compañeras que vemos
presentes en nuestras asambleas.
Por ello, si la montaña no va a
Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Nosotros debemos llevar el socialismo a las
mujeres a través de los periódicos en el ámbito de una agitación programada.
Propongo que, para tal fin, se distribuyan octavillas, pero no octavillas
tradicionales que resuman en un cuarto de página todo el programa socialista,
toda la ciencia de nuestro siglo, sino octavillas breves, que desarrollen desde
un ángulo concreto una cuestión práctica, con un planteamiento de clase...
...Repito, se trata de sugerencias
que someto a vuestro examen. La agitación entre las mujeres es una empresa
cansada, que requiere muchos sacrificios, pero que tendrá su recompensa y que
por tanto debe ser asumida. Puesto que si el proletariado sólo puede conquistar
su plena emancipación gracias a una lucha que no haga discriminaciones de
nacionalidad o de profesión, sólo podrá alcanzar su objetivo si no tolera
ninguna discriminación de sexo. La inclusión de las grandes masas de mujeres
proletarias en la lucha de liberación del proletariado es una de las premisas
necesarias para la victoria de las ideas socialistas, para la construcción de
la sociedad socialista.
Sólo la sociedad socialista podrá
resolver el conflicto provocado en nuestros días por la actividad profesional
de la mujer. Si la familia en tanto que unidad económica desaparece, y en su
lugar se forma la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su
propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales
derechos jurídicos, profesionales y reivindicativos y, con el tiempo, podrá
asumir plenamente su misión de esposa y de madre.
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NOTAS
[1] Johann Jakob Bachofen
(1815-1887): jurista e historiador suizo, autor de El derecho materno (hipótesis sobre el matriarcado en la Antigua
Grecia). Comentado por Engels en El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
[2] Lewis Henry Morgan (1818-1881): etnólogo
americano autor, entre otros, de Ancient
Society, or Researches in the Lines of Human Progress from Savagery through
Barbarism, to Civilisation (La
sociedad antigua, o investigaciones sobre las líneas del progreso humano desde
el estado salvaje a través de la barbarie hasta la civilización),
Londres, 1877; principal punto de referencia de Engels en El origen de la familia...
[3] Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado. En relación con las investigaciones de Lewis H. Morgan.
[4] Charles Fourier, Théorie de l'unité universelle, «Teoría
de la unidad universal», París, 1841-45, vol. III p. 120, citado por Engels en El origen de la familia..., p. 99.
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Escrito: Discurso pronunciado en el
Congreso de Gotha del Partido Socialdemócrata de Alemania el 16 de octubre de
1896. Reproducido como panfleto.
Fuente del texto: Clara Zetkin: «Nur mit der proletarischen
Frau wird der Sozialismus siegen!» 16. Oktober 1896, Rede auf
dem Parteitag der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands zu Gotha. „Protokoll über die Verhandlungen des
Parteitages der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands. Abgehalten zu Gotha vom 11. bis
16. Oktober 1896”,
Berlin 1896, S. 160-168. Traduccion al castellano tomada de la antología
Clara Zetkin, La cuestión femenina y la
lucha contra el reformismo, Barcelona: Anagrama, 1976, https://goo.gl/0nnnQo
HTML para marxists.org: Juan Fajardo, 2017.