La versión más
extendida de la conmemoración del 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer
Trabajadora se remonta al año 1908 cuando, en el transcurso de una huelga que
realizaban las trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York, exigiendo una
jornada de trabajo de 10 horas, salario igual al de los hombres y mejores
condiciones higiénicas, las huelguistas fueron encerradas en la empresa por el
patrón quien posteriormente le prendió fuego y, como consecuencia de ello, 129
trabajadoras murieron abrasadas.
En base a estos
hechos, en 1910, la II Internacional celebró en Copenhague una reunión de
mujeres socialistas en la que a propuesta de la revolucionaria alemana Clara
Zetkin, se aprobó celebrar el 8 de Marzo como Día Internacional de la Mujer
Trabajadora.
Las mujeres, la chispa de la revolución
Sin embargo, los
medios de comunicación al servicio de la burguesía, y también los reformistas,
suelen ocultar que pocos años más tarde, el 8 de marzo de 1917 (el 23 de
febrero, según el calendario juliano que entonces estaba vigente en Rusia),
fueron precisamente las mujeres quienes también iniciaron el movimiento que dio
lugar al derrocamiento del régimen zarista.
En aquellos momentos,
Rusia estaba participando en la Primera Guerra Mundial. Una de las
consecuencias directas del conflicto era la falta de alimentos en las ciudades.
El 8 de marzo, precisamente el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las
mujeres de Petrogrado salieron a las calles a exigir la igualdad de derechos, así
como el fin de la guerra y de la autocracia zarista.
A causa de la
guerra, muchos hombres habían sido enviados al frente. Por ello, en febrero de
1917, las mujeres constituían el 47% de la clase obrera en Petrogrado. Eran
mayoría en la industria textil y en la del cuero, así como en otras ocupaciones
que hasta entonces les habían estado vedadas, como el trabajo en las imprentas,
en los tranvías y hasta en la industria metalúrgica (anteriormente reservada a
los hombres) donde habían llegado a alcanzar la cifra de 20.000 trabajadoras.
Unos días antes,
el 18 de febrero (3 de marzo), unos 30.000 obreros de las fábricas Putilov se
habían declarado en huelga, exigiendo un aumento salarial y la readmisión de
los compañeros despedidos. En el barrio de Viborg todo el mundo sale a la
calle, y los trabajadores en huelga empiezan a mezclarse con las mujeres que
hacen larguísimas colas para conseguir un poco de pan para sus familias.
En esta situación de
hambre y miseria, las obreras textiles de Petrogrado se declararon en huelga. Las mujeres hacen llamamientos a parar el resto de
las fábricas y a generalizar la huelga. Al grito de “¡queremos pan!” arrastran tras ellas a los obreros
metalúrgicos del barrio de Viborg. Ese 23 de febrero (8 de marzo) ya había
90.000 obreros y obreras en las calles.
Las protestas se
sucedieron durante varias semanas, sin que la represión lograse acabar con
ellas. Con el paso de las horas, en algunos sectores del ejército comenzaron a
aflorar las simpatías hacia los y las huelguistas. Antes que disparar a los
manifestantes, algunos de los soldados prefirieron fusilar a sus oficiales y
unirse a los motines.
El día 25 de febrero (10
de marzo), según datos del propio gobierno, el número de huelguistas (obreros y
obreras) ya era de 240.000. Los enfrentamientos se agudizan y los estudiantes se
unen con los trabajadores-as. Algunas mujeres, dando muestras de una gran
decisión, se meten entre los soldados y tratan de convencerles para que, en vez
de disparar contra los y las huelguistas, bajen las armas, cambien de bando y
luchen contra el Zar. Algunos soldados se acaban sumando a la insurrección.
En la madrugada del día 26
(11-M) son detenidos cerca de cien personas pertenecientes a organizaciones
revolucionarias, entre ellas cinco miembros de la dirección del partido
bolchevique en Petrogrado. El gobierno pasa a la ofensiva y acentúa la
represión.
Ese día, que era
domingo, los obreros se concentraron a las puertas de las fábricas, y empezaron
a dirigirse hacia el centro de la ciudad. Las fuerzas represivas disparaban contra
las masas desde terrazas y ventanas. Aunque había patrullas de caballería y
controles de soldados por toda la ciudad, los trabajadores y trabajadoras no
retrocedieron y empezaron a defenderse. Los enfrentamientos dejaron un total de
40 muertos.
El gobierno zarista
emplea a la caballería cosaca contra el pueblo trabajador, por ser los cosacos
una de las tropas que gozan de su mayor confianza. Sin embargo, una vez más,
las obreras toman la iniciativa. Rodeando a los cosacos les gritan que tienen
esposos, padres y hermanos muriendo en el frente mientras que allí, en
Petrogrado, estaban soportando hambre, toda la carga de trabajo, abusos y
humillaciones. Al mismo tiempo, apelaban a sus sentimientos recordándoles que
ellos también tendrían madres, esposas e hijos-as, explicándoles a continuación
que exigían pan y el fin de la guerra.
A raíz de esta
iniciativa de las mujeres, los cosacos se replegaron sin llegar a intervenir
contra la multitud. El 27 de febrero (12-M), los y las manifestantes habían
quemado varios edificios oficiales y arrancado las banderas zaristas,
controlando los depósitos de municiones y liberando a los presos y presas. Tres
días más tarde, abdicaba el Zar Nicolás II y se creaba un gobierno provisional.
Había triunfado la primera Revolución rusa.
Algún tiempo después,
Lenin en una conversación con Clara Zetkin comentaba: “En Petrogrado, aquí en
Moscú, en otras ciudades y centros industriales, las mujeres actuaron
espléndidamente durante la revolución. Sin ellas no habríamos salido
victoriosos. Ésa es mi opinión. ¡Qué valientes fueron y qué valientes son!”.
Las conquistas de la mujer en la
Revolución rusa
Las mujeres también
volvieron a desempeñar un destacado papel en la Revolución de Octubre,
contribuyendo en buena medida a su organización y desarrollo. Con el triunfo de
la Revolución soviética, las mujeres de los pueblos de Rusia conquistaron
derechos que hasta entonces la mujer no había logrado en ningún Estado
capitalista.
Se estableció la
igualdad ante la ley de la mujer y el hombre. Se reconoció el derecho al
divorcio, a la petición de una cualquiera de las partes. También se reconoció
la igualdad de derechos de todos los hijos, nacidos tanto dentro como fuera del
matrimonio legalizado. Se despenalizó la homosexualidad. En agosto de 1919, las
mujeres militantes del partido bolchevique crearon el Zhenotdel, un organismo
dedicado a trabajar especialmente entre las mujeres (trabajadoras, campesinas y
amas de casa) en las difíciles condiciones de la guerra civil. En noviembre de
1920 se legalizó el aborto, cuando éste estaba penalizado incluso en los países
capitalistas más desarrollados.
Una de las mayores
conquistas fue el programa de Seguro de Maternidad diseñado e impulsado por la
propia Alejandra Kollontai y que consistía en: ocho semanas de licencia de
maternidad plenamente remunerada, recesos para la lactancia e instalaciones de
descansos en fábricas, así como servicios médicos gratuitos, antes y después
del parto. Bajo la dirección de la doctora bolchevique Vera Lebedeva, se desarrolló
toda una red de clínicas de maternidad, consultorios, estaciones de
alimentación, enfermería y residencias para madres e hijos-as.
Aquella fue una época de
intensos debates y de experimentación, donde la emancipación de las mujeres, la
liberación sexual y la transformación de las relaciones personales se
consideraban como parte integrante de la lucha por la construcción del
socialismo. Pero para llegar a ese punto, había que conquistar para las mujeres
la igualdad plena, no solo ante la ley, sino, sobre todo, ante la vida y ello
también implicaba liberar a las mujeres de la carga del trabajo doméstico.
Es por ello por lo que, a pesar de lo que defiendan hoy día algunas
corrientes feministas, empeñadas en disociar el patriarcado del capitalismo y
la lucha por la liberación de la mujer de la lucha por el socialismo, el
conjunto de las mujeres, hoy como ayer, están objetivamente interesadas en
impulsar la revolución.