jueves, 23 de diciembre de 2010

SOBRE EL SOCIALISMO. ASPECTOS GENERALES.


Un amplio sector de nuestro pueblo ha asumido la aspiración que se sintetiza en la consigna de “independencia y socialismo”. Pero, aunque el primero de los dos términos está meridianamente claro para la mayoría, pues resulta evidente que la independencia supone que debemos dotarnos de un Estado propio, no ocurre lo mismo con el segundo. Cuando tratamos de que alguien nos defina, con cierta precisión, qué entiende por socialismo, muchas veces nos responderán con vaguedades tales como que “hay muchos modelos de socialismo” o, como mucho, harán referencia a conceptos tan ambiguos como el “socialismo identitario” o el “socialismo del siglo XXI”. Para introducir un poco de claridad en el tema, vamos a definir el concepto de socialismo desde un punto de vista marxista.


1.- Periodo de transición

Los clásicos del marxismo denominaron “socialismo” a la primera fase de la sociedad comunista. Refiriéndose a ella, Lenin decía:

“.…, en la primera fase de la sociedad comunista (a la que suele darse el nombre de socialismo), el “derecho burgués” no se suprime por completo, sino sólo en parte, sólo en la medida de la transformación económica ya alcanzada, es decir, sólo en lo que se refiere a los medios de producción…”

“… Pero la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo es clara. A lo que se acostumbra a denominar socialismo, Marx lo llamaba “primera” fase o fase inferior de la sociedad comunista” [1]. 

En ese sentido, podemos decir que el socialismo es un periodo de transición entre una sociedad de clases, basada en la explotación de la mayoría de la población (las masas trabajadoras) por parte de una exigua minoría (la burguesía), y otra sociedad distinta, en la que esa explotación haya sido superada y las clases sociales hayan llegado a desaparecer, es decir lo que constituiría la “fase superior de la sociedad comunista”, o de comunismo “pleno”, que es a la que habitualmente conocemos con el nombre, propiamente dicho, de “comunismo”.

Diciéndolo de otra forma, el socialismo es un periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo. Durante ese periodo de transición, continuarán existiendo las clases sociales y, precisamente por ello, en el socialismo seguirá habiendo contradicciones, tanto en la base económica de la sociedad (entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas) como entre la base y la superestructura (jurídica, política, ideológica y cultural)[2], así como en el mismo seno de ésta última. Todo lo cual dará lugar a que, en el socialismo se continúe desarrollando la lucha de clases. Una lucha que, en ocasiones, aunque no necesariamente, podrá ser muy aguda y hasta violenta, dependiendo en gran medida de la capacidad de la dirección revolucionaria para distinguir los distintos tipos de contradicciones sociales y para resolver adecuadamente las contradicciones que se produzcan en el seno del pueblo.

El régimen político que corresponde al periodo socialista es lo que la teoría marxista conoce con el nombre de dictadura del proletariado. Aunque este tema lo abordaremos en un próximo artículo, hay que decir que con ese término se hace referencia a la cuestión de la naturaleza de clase del poder y se usa para diferenciar (por contraposición) al poder revolucionario del poder de la burguesía. Si bien es cierto que el término “dictadura” puede tener connotaciones negativas, producto de unas determinadas circunstancias históricas, ello no implica necesariamente que deba asociarse siempre a formas autoritarias de gobierno.

Por otra parte, en el socialismo, el funcionamiento de la economía no se abandonará al azar, al juego espontáneo de las leyes del mercado, sino que se organizará mediante el mecanismo de la planificación. Esta, a su vez, a diferencia de la planificación que se realiza en algunos casos bajo el capitalismo, tendrá que basarse en la propiedad social de los principales medios de producción.

2.- Proceso de transformación

También podemos decir que el socialismo es un proceso de lucha entre lo viejo y lo nuevo, a escala de toda la sociedad; un proceso de transformación revolucionaria, de profundo cambio social [3]. Por ello, entendemos el socialismo como un proceso de destrucción / construcción. De destrucción del viejo Estado, de la vieja estructura social, de las viejas formas de propiedad y gestión, de las viejas relaciones sociales de producción, de las viejas ideas (individualistas, egoístas, insolidarias, machistas, homófobas, chovinistas, etc.). Aclaramos que, cuando hablamos de “destrucción”, no lo hacemos en el sentido de destrucción mecánica, física, sino de negación dialéctica, de superación de lo viejo y de su sustitución por lo nuevo.

Las condiciones en que se desarrollaron

Los procesos de transformación social desarrollados hasta ahora, han tenido lugar en países atrasados. Las revoluciones más significativas, como la soviética de Octubre de 1917 y la china, tuvieron lugar en países de una extensión enorme, aunque con unas economías fundamentalmente agrícolas. Su estructura social se caracterizaba por la existencia de una gran masa rural, generalmente formada por campesinos pobres (sin tierras), con una débil burguesía industrial y una clase obrera poco numerosa, aunque en el caso ruso se hallaba fuertemente concentrada en un pequeño número de ciudades.

Tanto en estos casos, como en el de los otros procesos revolucionarios habidos hasta el presente [4], las sociedades en las que estos se produjeron poseían regímenes políticos que, en general, se caracterizaban por su fuerte autoritarismo, la más completa falta de libertades políticas y, por tanto, por la carencia de una tradición democrática. En todas ellas, la sociedad civil apenas se encontraba articulada.

Por otra parte, todos esos países tenían un índice muy alto de analfabetismo, pues el acceso a la enseñanza sólo estaba al alcance de una minoría, ya que se limitaba a los hijos de las familias pertenecientes a las clases explotadoras así como a los de las capas altas del funcionariado. La clase obrera y el campesinado no tenían acceso a la educación y mucho menos aún a la enseñanza universitaria. 

La situación económica, social, política y cultural de la que partieron los países socialistas, condicionó en gran medida su posterior evolución. Por una parte, favoreció su vulnerabilidad estructural y, con ello, su progresiva subordinación y dependencia de la URSS. Por otra, posibilitó la deriva autoritaria y burocrática de los regímenes políticos que se implantaron en ellos. Con el paso del tiempo, en todos estos países, bajo una apariencia socialista, se fue reproduciendo una nueva sociedad de clases que, finalmente, acabó dando paso al capitalismo más salvaje.

El caso vasco

En Euskal Herria, la situación social, económica, política y cultural es muy distinta a la que había en aquellos países donde se produjeron las primeras revoluciones. Así, mientras que estos eran eminentemente rurales, la mayoría de la población del Sur de Euskal Herria está concentrada en las zonas urbanas. Mientras que en Rusia y China, la clase obrera era muy reducida (aunque en la primera estaba concentrada en unas pocas ciudades); en Hegoalde, la clase obrera es la más numerosa de la estructura social vasca. Por último, mientras en aquellos países la burguesía estaba poco desarrollada y era débil; en el Sur de Euskal Herria, la pequeña y media burguesía son unas clases relativamente numerosas.

Por otra parte también hay que tener en cuenta que, a diferencia de Rusia y China, donde los sectores sociales intermedios [5] entre la clase obrera y la pequeña burguesía (salvo el caso de la burocracia zarista) tenían una importancia relativa bastante escasa; en Hegoalde, los directivos y cuadros, los profesionales y técnicos, así como los funcionarios y trabajadores de las administraciones públicas, tienen un peso importante.

Si tenemos en cuenta el acceso a la educación, en Euskal Herria, al igual que en los países capitalistas desarrollados de Europa occidental, la educación primaria y parte de la secundaria son obligatorias, y el acceso a la universidad, a pesar de las tendencias restrictivas desarrolladas a raíz de la implantación del Plan Bolonia, es incomparablemente mayor del que había en Rusia y China antes de sus respectivas revoluciones.

Por último, habría que hacer referencia a la tradición democratico burguesa y al grado de desarrollo de la sociedad civil. En cuanto a la primera, en Iparralde se implantó el sufragio universal en 1944 (año de su implantación en el Estado francés) y en Hegoalde, en 1931, durante la Segunda República española, aunque fue revocado durante la dictadura franquista. En cuanto al grado de desarrollo de la sociedad civil, datos referidos a la CAPV afirman que en el 2004 un 39% de las personas mayores de 15 años pertenecían a alguna asociación, cultural, recreativa, juvenil, vecinal, sindical, etc. (un 25% sólo a 1, un 8% a 2 y un 6% a 3 o más) [6].      Y según un estudio realizado por la UPV, ya en 1987 había en la CAPV un total de 6.795 asociaciones [7].

De todo ello se desprende que no podemos tratar de copiar los procesos de transformación revolucionaria que han tenido lugar en otros lugares y en otras épocas. Sobre esta cuestión, Lenin mantuvo una enorme flexibilidad,  reconociendo la gran variedad de formas que podrían revestir los procesos de transición:

“Todas las naciones llegarán al socialismo, esto es inevitable, pero no todas lo harán exactamente de la misma manera, cada una contribuirá con algo propio, a tal o cual forma de democracia, a tal o cual variedad de dictadura del proletariado, a tal o cual variación en el ritmo de las transformaciones socialistas en los diferentes aspectos de la vida social. No hay nada más primitivo desde el punto de vista de la teoría, o más ridículo desde el de la práctica, que pintar, ‘en nombre del materialismo histórico’, este aspecto del futuro de un gris monótono” [8].

De ahí que, en Euskal Herria, debamos diseñar nuestro propio camino hacia la emancipación nacional y la transformación social, o lo que podemos denominar también como la “vía vasca al socialismo”.


__________________

NOTAS

1.- V. I. Lenin. “El Estado y la revolución”. O.E. (Tomo 2). Editorial Progreso. Moscú, 1970. Págs. 367 y 371.

2.- En el socialismo, todavía seguirá existiendo la contradicción que enfrenta al proletariado con la burguesía, que se manifestará en una lucha por transformar las relaciones de producción en un sentido socialista. Pero, al mismo tiempo, también existirán otras contradicciones, tales como las que se dan entre el campo y la ciudad, entre el trabajo físico y el intelectual, entre dirigentes y dirigidos, entre el hombre y la mujer, entre el ser humano y la naturaleza. Todas ellas requerirán un tratamiento específico y darán lugar a diferentes luchas para superarlas.

3.- Sin embargo, el resultado de ese proceso no está garantizado. Como hemos comprobado por la experiencia histórica de aquellos países en los que se inició la transformación socialista, ese proceso no se desarrolla en una sola dirección y la involución es posible. La prueba la tenemos en que tanto en la URSS como en el resto de los antiguos países socialistas, el proletariado acabó perdiendo el poder en beneficio de una nueva burguesía, que abandonó la inicial orientación revolucionaria y les condujo a transformarse, primero, en un capitalismo de Estado bajo su dominio (el de la nueva burguesía burocrática, que se había desarrollado en los aparatos del partido y del Estado, aunque conservando su apariencia socialista) y, posteriormente, a la abierta restauración del capitalismo clásico, en sus formas más salvajes y agresivas.

4.- En concreto, nos referimos a los casos de Corea del Norte, Vietnam, Laos y Camboya, así como a  Mongolia. Por su parte, los países de la Europa oriental, la antigua Checoslovaquia, Rumania, Polonia, Bulgaria, Alemania del este, etc. (salvo Albania y la antigua Yugoslavia) constituyeron casos especiales ya que no tuvieron un proceso revolucionario propiamente dicho, sino que el ejército soviético, en su ofensiva contra el nazi-fascismo, favoreció la implantación en ellos de regímenes populares.

5.- Aquí empleamos el término “sectores sociales intermedios” para referirnos a aquellos sectores y capas de la estructura social cuya ubicación en la misma resulta un tanto problemática por estar poco definidas las “fronteras de clase” y para ello es necesario emplear otros criterios complementarios, como es el caso de los ideológicos y políticos. Tal es el caso de lo que Nikos Poulantzas denominó “determinación estructural de clase”.

En concreto, el problema surge respecto al personal científico, técnico o administrativo que, dependiendo de los criterios de análisis empleados, podrían ser encuadrados en la llamada “nueva pequeña burguesía” o incluso en la clase obrera. Sobre este polémico tema, se pueden consultar las siguientes obras:

·         Nicos Poulantzas. “Las clases sociales en el capitalismo actual”. Editorial Siglo XXI. México, 1987.
·         Erik Olin Wright. “Clase, crisis y Estado”. Editorial Siglo XXI. Madrid, 1983.
·         VV.AA. (Sección económica del C.C. del PCF). “Tratado marxista de Economía Política” (2 tomos). Ver el 1er Tomo. Editorial Laia. Barcelona, 1977. 

6.- “El asociacionismo en la CAPV”. Eusko Jaurlaritza-Gobierno Vasco. Dirección de Estudios y Régimen Jurídico. Gabinete de Prospección Sociológica. Diciembre 2004.

7.- Víctor Urrutia. Profesor titular de Sociología. “Cultura asociativa y cambio social en el País Vasco”. UPV-EHU. Departamento de Sociología I. (Publicado en la revista Documentación Social nº 094, de Cáritas española).

8.- V. I. Lenin. “Una caricatura del marxismo y el economismo imperialista” (1916). Obras Completas. Tomo XXIV, págs. 72 y 73. Editorial Akal. Madrid, 1977.