Un articulo de Concepción Cruz tomado de Ciencia Popular
En esta primera aproximación al análisis
de la relación entre ciencia y política, la inspiración ha provenido, en buena
medida, de las aportaciones de científicos dialécticos y marxistas, que
plasmaron sus ideas a lo largo de las últimas décadas del siglo XX en distintas
publicaciones y, especialmente, en la obra “No está en los genes. Racismo,
genética e ideología”. Sin olvidar, por supuesto, a los clásicos –y modernos-
teóricos del marxismo.
El compromiso de conseguir y
conquistar una sociedad socialista más justa implica trabajar en muchos frentes
de acción. Y actuar en cada uno de ellos lleva implícito el desarrollo, teórico
y práctico, de críticas a la sociedad capitalista actual y plantear
alternativas a sus deficiencias y contradicciones. Qué duda cabe que uno de los
frentes fundamentales es el de la ideología, el de las ideas que predominan en
una sociedad particular y en un momento determinado. Como decían Marx y Engels,
“…la clase que constituye la fuerza material dominante en la sociedad es, al
mismo tiempo, su fuerza intelectual dominante. La clase que tiene los medios de
producción material a su disposición tiene al mismo tiempo el control de los
medios de producción mental,…” (1- pág. 27). Y esa producción mental o
intelectual que abarca las distintas áreas del conocimiento científico es un
aspecto esencial de dicha ideología, no siempre suficientemente reconocida.
Un significado habitual que se le
suele dar al término de “ciencia” es el de un conjunto de hechos, leyes,
teorías y relaciones objetivas de los fenómenos del mundo que las instituciones
sociales de la ciencia establecen como verdaderos. Sin embargo, como nos
señalan Lewontin, Rose y Kamin (2), una cosa es lo que dichas instituciones,
utilizando los métodos científicos, dicen sobre el mundo de los fenómenos, y
otra cosa es el mundo real de los fenómenos en sí mismos. Pues no debemos
olvidar que dichas instituciones sociales a veces no han dicho cosas ciertas
sobre el mundo (sin contar los casos evidentes de fraudes- ver Nota 1) y no
otorgar a la ciencia, como institución, una autoridad que en otra época
correspondió a la Iglesia. “Cuando la “ciencia” habla –o, más bien, cuando sus
portavoces (y generalmente son hombres) hablan en nombre de la ciencia- no se
admite réplica. La “ciencia” es el legitimador último de la ideología burguesa”
(2- pág. 51).
Además, se deben resaltar dos
aspectos necesarios para describir y explicar los acontecimientos y procesos
que tienen lugar en el mundo que nos rodea. Uno tiene que ver con la lógica
interna de dicho acontecimiento, es decir,
referido a su exactitud o veracidad a través de las secuencias clásicas del
método científico de conjeturas y refutaciones -dentro del iterativo proceso de
la deducción e inducción-, de teorías y
demostraciones. Así, en el llamado ciclo del método científico éste “comienza”
en un proceso deductivo, de conjeturas, y en el planteamiento de una hipótesis
explicativa, más o menos teórica u operativa, y “termina” en su aceptación o
rechazo tras un proceso de inducción.
El otro aspecto, de tanta
importancia como el anterior, es considerar el entorno social en que la ciencia
está inserta. “La intuición sobre las teorías del desarrollo científico
esbozada por Marx y Engels en el siglo XIX, desarrollada por una generación de
eruditos marxistas en los años 30 (del siglo XX) y ahora reflejada, refractada
y plagiada por multitud de sociólogos, es que el desarrollo científico no
acaece en el vacío” (2- pág. 53). El “tipo” de ciencia que se hace, esto es,
los tipos de preguntas –hipótesis- que interesan formular y las explicaciones
más aceptadas -financiadas, publicadas y difundidas- por las instituciones
sociales de la ciencia, están condicionadas por el momento histórico que vive
esa sociedad en particular y por los intereses de su clase dominante.
El problema está en que, en muchas
ocasiones, la ciencia, y sus científicos e instituciones que la respaldan, solo
reconocen el aspecto de la lógica interna en la adquisición del conocimiento y
la tratan como si ésta funcionara autónomamente. Incluso en la versión de Kuhn
con sus sacudidas por periodos de ciencia “revolucionaria” y sus cambios de
“paradigmas”, se plantea una ciencia que da saltos en el vacío con
independencia de su marco social e histórico. Aunque esta no es la única
crítica que habría que hacerle a los cambios paradigmáticos de Kuhn, ahora nos
interesa destacar la casi total despreocupación del contexto sociohistórico y
productivo en que se desenvuelven sus periodos de ciencia (6, 7). La realidad
es que creer que hacer ciencia es solo considerar el aspecto de la lógica
interna del proceso de adquisición del conocimiento es como creer, en palabras
de Lewontin, Rose y Kamin, que “… los científicos fueran ordenadores
programables que ni hacen el amor, ni comen, ni defecan, ni tienen enemigos ni
expresan opiniones políticas…” (2- pág. 53).
Ambos aspectos son, por tanto,
inseparables y generan una tensión que constituye la dinámica esencial de una
ciencia cuyos tests fundamentales son siempre dobles: el de la verdad o
exactitud y el de su función social. Pero la reciente historia científica nos
ha dado muestras de investigaciones y teorías que no aprobarían ambos exámenes como ha ocurrido con algunas teorías
reduccionistas, especialmente con el determinismo biológico (3-Ver Nota 2-, 8).
LA CIENCIA NATURAL REDUCCIONISTA AL SERVICIO DE LA BURGUESÍA
Para entender el “éxito” del
reduccionismo en las ciencias naturales, en general, y en la biología en
particular, sería importante partir de una contradicción que se ha generado en
el desarrollo de la sociedad burguesa. Esta contradicción se presenta entre una
ideología que proclamaba “libertad, igualdad y fraternidad” y una estructura
social basada en clases sociales enfrentadas e irreconciliables donde una
minoría domina y explota a una amplia mayoría de la población, generando
impotencia y desigualdad. Para intentar resolver esta contradicción un medio
del que se vale la burguesía, y que se ha expandido enormemente a lo largo del
siglo XX, es la difusión de una ciencia natural reduccionista, que desarrolla
modelos simples sobre las causas biológicas (del organismo vivo) y sociales (de
las sociedades humanas) y explicaciones igualmente simples y, muchas veces
erróneas. Lewontin, Rose y Kamin, explican de forma muy esclarecedora en qué
consisten estas tendencias que impregnan nuestras ciencias y muchas de sus
inexactitudes. Pero, sobre todo, desenmascaran una ciencia falsa que sirve para
mantener el statu quo que genera desigualdad e injusticia (2).
Un caso especial de reduccionismo
es el determinismo biológico que plantea que todo comportamiento humano está
regido por una cadena de determinantes que van del gen al individuo y, de éste
a la suma de los comportamientos de todos los individuos o sociedad humana. Las
causas de los fenómenos sociales se hallan pues en la biología de los actores
individuales. De esta forma, se intenta explicar las propiedades de conjuntos
complejos -caso de las moléculas o las
sociedades, por ejemplo- en términos de las unidades de que están compuestas.
Afirmando que las unidades y sus propiedades existen antes que el conjunto y hay una cadena de
causalidad que va de las partes al todo (9). Un claro exponente de está visión
reduccionista aplicada a la biología es J. Monod (10), que llegaba a afirmar
que hay una exacta equivalencia lógica entre la familia y las células. Este
efecto está totalmente escrito en la estructura de la proteína, que a su vez
está escrito en el ADN. Él junto a otros exponentes de esta corriente, como E.
O. Wilson (el “padre” de la sociobiología) o R. Dawkins, recurren al dogma de
la biología molecular y afirman que el gen es ontológicamente anterior al individuo, y el individuo a la
sociedad (11, 12).
La ideología general del
determinismo biológico considera que los fenómenos sociales son consecuencia
directa del comportamiento de los individuos y dichos comportamientos de unas
características físicas inmutables de nuestra biología humana. De esta forma,
la estructura de nuestra sociedad, con sus desigualdades de clase, género o
raza, son la expresión de nuestros genes innatos. Argumentado que las
diferencias de mérito y capacidad de las personas están determinadas por la
herencia equiparando lo “innato” con lo “inmutable” y con lo “natural”, cuando
precisamente la historia de la especie humana nos muestra continuamente el
desarrollo de los logros sociales en la naturaleza demostrándose que lo
“natural” no quiere decir “inmutable” (2, 9, 13). Pero esta ideología que equipara lo innato con lo natural e
inmutable, lo que pretende verdaderamente es convencernos de la imposibilidad
de cambiar de forma significativa nuestra estructura social clasista como no
sea mediante alguna fantasiosa intervención de ingeniería genética a gran
escala. Luchemos lo que luchemos, hagamos las revoluciones que hagamos, todo
será en vano, pues siempre habrá diferencias naturales entre individuos y entre
los grupos, biológicamente determinados por los genes, que frustrarán en
cualquier caso nuestros ingenuos esfuerzos por cambiar esta sociedad injusta y
desigual. A continuación, esta ideología reduccionista nos dirá: “no seáis
tontos, quizás no vivamos en el mejor de los mundos pensables o deseables pero
si vivimos en el mejor de los mundos posibles” (2, 7, 9, 13).
Otra forma de reduccionismo es el
determinismo cultural que, en el polo opuesto del determinismo biológico,
concede primacía ontológica a lo social sobre lo individual. Este otro tipo de
visión en las ciencias ha sido abanderado por buena parte de la izquierda de los países occidentales y por el marxismo
“vulgar” desde finales de los años 60 del siglo XX (14, 15). Dentro de esta
corriente destaca el reduccionismo económico que postula que todas las formas
de conocimiento y expresión de lo humano están determinadas por el modo de
producción económica y sus relaciones sociales. Las causas de los problemas de
las personas individuales, como la enfermedad, el sufrimiento o la depresión,
se encuentran de forma invariable e inevitable en nuestra sociedad capitalista,
patriarcal y opresora de los pueblos (16, 17). En este sentido, los deterministas
culturales tienden a considerar la naturaleza humana como casi infinitamente
plástica, a negar la biología y a reconocer únicamente la construcción social.
Frente a este tipo de reduccionismo existieron filósofos marxistas que
analizaron el poder de la conciencia humana para interpretar y cambiar el mundo
que requería la comprensión de la unidad dialéctica esencial de lo biológico y
lo social, no como aspectos diferentes sino como ontológicamente coexistentes
(9, 18-20).
Un segundo tipo de reduccionismo
cultural es el que busca las explicaciones del comportamiento humano todavía a
nivel individual, pero en un individuo considerado biológicamente vacío, una
especie de tabula rasa cultural en la que la experiencia temprana puede
imprimir lo que desee y sobre la que la biología no tiene ninguna influencia.
Otra debilidad, que tiene que ver con la acción política, del reduccionismo cultural individual es que
solo exige que cambiemos al individuo mediante diferentes intervenciones. Y,
así, en vez de cambiar la estructura socioeconómica y política, ponen toda su
fe, por ejemplo, en la educación general y
uniforme. Independientemente de que la educación compensadora haya
podido ser contrastada con más o menos éxito, no sería difícil pensar que
aunque todas las personas en el mundo occidental hablen varios idiomas y lean
de forma comprensiva a Albert Einstein, seguirían existiendo altas tasas de
desempleo, empleos basura, salarios mileuristas, opresión nacional y de género,
etc., pero, eso sí, con una población
mucho más culta. En definitiva, este reduccionismo cultural comparte con el
biológico la creencia de que la posición y el estatus social están determinados
por la capacidad y el talento de las personas o su disponibilidad –adecuada
proporción de dichos talentos y habilidades- en una población dada (2).
Esta reducción, en este caso de
las causas sociales, ha provocado una incapacidad para considerar y comprender
las causas físico-químicas y biológicas que también forman parte del origen de
los problemas, como los de la salud de los individuos. Además, la tendencia a
ignorar lo biológico ha provocado, en no pocas ocasiones, que estas corrientes
se hayan deslizado hacia planteamientos místicos e idealistas en el análisis y
explicación de los fenómenos de la naturaleza (21, 22).
EL MATERIALISMO DIALÉCTICO COMO ALTERNATIVA AL REDUCCIONISMO EN EL
ANÁLISIS DE LA CIENCIA
Hoy más que nunca se hace
necesario y se requiere del materialismo dialéctico para comprender y analizar
el mundo en las diferentes facetas del conocimiento científico, desde las
ciencias sociales hasta las ciencias naturales. Si nos centramos en las
ciencias de la vida, donde se incluye la ciencia de la salud humana,
encontramos una preponderancia del determinismo biológico que amordaza y
simplifica la comprensión y explicación de estas ciencias. Sirva como ejemplo
el escaso avance en el conocimiento de las verdaderas causas de la actual
situación de pérdida de salud que sufrimos, y no solo en los países
empobrecidos azotados por la desnutrición y las enfermedades infecciosas sino
también en los países occidentales (mal llamados desarrollados) donde, junto al
envejecimiento de la población, padecen verdaderas epidemias (ver Nota 3) de
enfermedades neurodegenerativas, tumores malignos y enfermedades
cardiovasculares, por señalar solo las más importantes. Pero el análisis de lo
que está ocurriendo en la ciencia de la salud humana se tratará en otra
ocasión, ahora se intentará explicar cómo la filosofía dialéctica sigue
teniendo fuerte vigencia y utilidad en estas ramas de la ciencia de la vida
para evitar los sesgos y simplificaciones que sufren por el reduccionismo
dominante que, como se acaba de comentar, tiene como protagonista principal
–aunque no el único- al determinismo biológico. Además, por extraño que le
pueda parecer a algunos, puesto que hablamos de ciencia, se debe resaltar la
necesidad de basarse con firmeza en el al materialismo porque, como ya
ocurriera en el siglo XIX, muchas veces las críticas al materialismo
mecanicista reposan sobre planteamientos holísticos y contextuales que se
deslizan con no poca frecuencia por terrenos místicos e idealistas.
Pero ¿quién mejor que Engels para
explicar la importancia de la dialéctica? “La investigación empírica de la
naturaleza ha acumulado una masa tan gigantesca de conocimientos de orden
positivo, que la necesidad de ordenarlos sistemáticamente y ateniéndose a sus
nexos internos, dentro de cada campo de investigación, constituye una exigencia
sencillamente imperativa e irrefutable. Y no menos la necesidad de establecer
la debida conexión entre los diversos campos de conocimiento. Pero, al tratar
de hacer esto, las ciencias naturales se desplazan al campo teórico, donde
fracasan los métodos empíricos…”(13- pág. 23), y a
continuación Engels nos advierte que el “campo teórico” exige de un don y una
capacidad que debe ser cultivada y desarrollada a través de la historia de la
filosofía, que el pensamiento teórico de cada época es un producto histórico
con formas y contenidos distintos según las diferentes épocas. “La ciencia del pensamiento,
es por consiguiente, como todas las ciencias, una ciencia histórica, la ciencia
del desarrollo histórico del pensamiento humano….Y la dialéctica es,
precisamente, la forma más cumplida y cabal de pensamiento para las modernas
ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda la analogía y, por tanto,
el método para explicar los procesos de desarrollo de la naturaleza, para
comprender, en sus rasgos generales, sus nexos y el tránsito de uno a otro
campo de investigación ” (13- Págs. 23 y 24). En otro pasaje Engels analizaba
las contradicciones de los matemáticos de su época, y de químicos y médicos,
que imbuidos de su metafísica no eran capaces de entender el proceso orgánico
de desarrollo del individuo y de las especies y de la identidad de las fuerzas
naturales y su mutua transformación que “tiraba por la borda” las categorías
fijas (causa-efecto, identidad-diversidad, apariencia-esencia), haciéndolas
insostenibles para la ciencia, en contraposición a la dialéctica con sus
categorías fluidas en la que “el análisis revela ya un polo como contenido [en
germen] en el otro, de que, al llegar a cierto punto, un polo se convierte en
el otro y de que toda la lógica se desarrolla siempre a base de esas contradicciones
progresivas...” (13- pág. 171). Para a continuación terminar diciendo “La
dialéctica despojada de todo misticismo se convierte en una necesidad absoluta
para las ciencias naturales” (13- pág. 172).
Dar preponderancia a lo biológico
(en el caso del determinismo biológico), o dársela a lo social (en el del
determinismo cultural), es no entender la necesaria interrelación dialéctica
entre lo biológico y lo social que se codeterminan mutuamente en el devenir de
la vida. En el primer caso se considera que las partes (por ejemplo, los genes)
existen de forma independiente y con anterioridad a su integración en
estructuras complejas (por ejemplo, los organismos), y que son las propiedades
intrínsecas de las partes las que producen y explican las propiedades del
conjunto. Sin embargo, la dialéctica no separa las propiedades de las partes
aisladas de las que adquieren cuando forman conjuntos, porque ambas se influyen
mutuamente. Además, las propiedades de cada conjunto mayor no solo vienen dadas
por las unidades de las que está compuesta, sino también por las relaciones
organizativas entre dichas unidades. Así, para poder explicar el funcionamiento
de una célula, el análisis se debe basar en su composición molecular y en las
relaciones temporo-espaciales entre dichas moléculas y las fuerzas
intramoleculares que se generan en ellas. Igualmente, las características de
los seres humanos individuales no se producen aisladamente sino que surgen en,
y como consecuencia de, su vida social. Y, a su vez, esa vida social es
producto de nuestra naturaleza humana que es capaz de cambiarla y
transformarla. Son esas relaciones organizativas entre las partes de un todo lo
que hace que las propiedades de un nivel no sean aplicables, ni explicables, a
otro nivel. “Los
genes no pueden ser egoístas, estar enfadados, mostrar rencor o ser
homosexuales, ya que estos son atributos de cuerpos mucho más complejos que los
genes: organismos humanos…” (2- pág. 384).
De la misma forma, solo a través
de la dialéctica se consigue integrar los antagonismos o antítesis entre las
causas y los efectos, entre la biología humana y la educación o entre la
herencia genética y el medio ambiente en una visión en la que ambos polos no
están aislados uno del otro ni están
determinados en una sola dirección,
sino que mantienen una constante y activa compenetración. En el último caso,
los organismos no sólo reciben simplemente un medio ambiente dado, sino que
buscan activamente alternativas o modifican las condiciones que encuentran. El
propio “medio ambiente” es modificado constantemente por la actividad de todos
los organismos que lo integran, ya que para cualquiera de ellos, todos los
demás forman parte de su propio “medio ambiente”. Además, la naturaleza de un
organismo no depende únicamente de su composición en cada momento, sino también
de un pasado que impone contingencias a la interacción presente y futura de sus
componentes; esto es, considerando su evolución ontogénica y filogenética (23).
Faustino Cordón consideraba que para explicar la naturaleza íntima de los individuos había
que investigar lo que tales unidades son por su origen (ancestral, evolutivo),
contraponiendo toda unidad (moléculas, células, animales) al conjunto en
evolución, afirmando que “…cada unidad de un nivel surge sobre la evolución
conjunta del nivel inmediato anterior; y, en definitiva, hay que dominar el
proceso evolutivo del nivel inmediato inferior….para estar en condiciones de
entender el surgimiento y el mantenimiento instante a instante de cada uno de
los individuos del nivel inmediato
superior…” (24). A partir del conocimiento profundo que Cordón tenía de la
biología de su tiempo, comprendió la importancia del materialismo dialéctico,
reivindicándolo para el estudio unitario de las ciencias de la naturaleza (o
experimentales, como las llamaba) concluyendo que era el “...único modo de
abordar el estudio del dinamismo, concreto y distinto en cada caso, del cambio
de cantidad en calidad más esencial de la naturaleza: el surgimiento de los
individuos de un nivel sobre la evolución conjunta de individuos del nivel
inmediato inferior" (24).
Para analizar las causas de las
diferentes funciones de los organismos vivos resulta inapropiado separarlas en
un tipo de causas que tiene que ver con las diferentes acciones fisiológicas
que ocurren en su interior, o biológicas, y en otro tipo de causas que
comprende el contexto y las características del medio externo, o sociales. Si
nos detenemos, a un nivel fisiológico, en las causas que provocan el inicio de
una carrera, el proceso comienza con un estimulo sensorial, seguido de una
“orden” neuronal que activa las fibras musculares (compuestas de las proteínas
actina y miosina del músculo) que en su fricción acortan y alargan las
miofibrillas provocando así las contracciones musculares y, por tanto, el
movimiento. Pero las causas externas que han producido el estímulo sensorial y
nuestra orden neuronal pueden ser, por ejemplo, que nos persiga la policía en
una manifestación contra la crisis capitalista, o por el contrario que
iniciamos una competición de atletismo. Comprender de forma global nuestra
carrera incluye, además, comprender nuestra motivación para correr más o menos
(que en los ejemplos propuestos podrían ser bastantes altas) y considerar el
devenir de esas fibras musculares, su grado de preparación a lo largo de la
vida y otra serie de factores a diferentes niveles de integración. El mundo
material posee una naturaleza ontológicamente unitaria donde es imposible
dividir las “causas” en un porcentaje social (holístico) y en otro porcentaje
biológico (reduccionista). Desde una visión dialéctica, lo biológico y lo
social, lo interno y lo externo, no son ni separables, ni alternativos, ni
complementarios. “Todas las causas del comportamiento de los organismos son,
simultáneamente sociales y biológicas, y todas ellas pueden ser analizadas a
muchos niveles. Todos los fenómenos humanos son simultáneamente biológicos y
sociales, del mismo modo que son simultáneamente químicos y físicos. Las
descripciones holísticas y reduccionistas de los fenómenos no son “causas” de
estos fenómenos, sino simples “descripciones” de los mismos a niveles
específicos, en lenguajes científicos (jergas) también específicos” (2-
pág.389).
REFLEXIÓN FINAL
En nuestra sociedad actual, y
desde que la burguesía alcanza el poder tras un proceso de transformaciones
políticas y sociales -industrial, tecnológica y científica-, asistimos al
predominio de una forma de pensamiento en la que se da prioridad al individuo,
y sus derechos, sobre la colectividad y a un concepto de colectividad que se
concibe como una mera suma de los individuos que la componen. La corriente
dominante en la ciencia de la naturaleza humana descansa en este individualismo
metodológico.
En realidad este individualismo se
remonta al siglo XVII con la visión de Hobbes, que consideraba a las relaciones
humanas basadas en la competitividad, desconfianza mutua y deseo de gloria, en
una especie de guerra de todos contra todos. Bajo esta premisa la organización
social serviría para regular estas características inevitables de la condición
humana. La idea de la naturaleza humana individualista se refuerza
posteriormente a través del determinismo biológico, que se expande y se ensalza
en las ciencias a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, alcanzando su máxima
expresión con la aparición y difusión mediática de la reaccionaria y racista
sociobiología. Uno de sus postulados es que nuestra biología es producto de su
“herencia genética” y, por tanto, es inevitable. Porque lo que es biológico lo
es por naturaleza y, además, puede ser “demostrado” por la ciencia. Estas
supuestas diferencias innatas primero en los órganos y después en los genes
entre las clases sociales, el género o la raza son las que provocan las
“naturales” desigualdades sociales, de género y de raza. Luchar o ir contra
ellas es ir “contra la naturaleza”. De esta forma, el determinismo biológico
considerándose ciencia y natural, se proclama neutral y objetiva y, por tanto,
“por encima” de la política. Pero estas aseveraciones no pasaron, ni pasan, el
doble test de la ciencia, el de la exactitud, dando muestra de un cúmulo de
inexactitudes y resultados falsos y el del contexto social por su claro interés
ideológico especialmente en las sociedades más reaccionarias, racistas y
sexistas del mundo (encabezadas por los Estados Unidos y Gran Bretaña) (3-5, 8)
Marx y Engels ya anteponían este
individualismo absoluto y unilateral de la burguesía que niega el marco social
e histórico y enfrenta al individuo de forma abstracta y atemporal, a una
noción esencialmente liberadora que surge de la confrontación entre una mayoría
explotada y dominada y una minoría
explotadora y propietaria de los medios de producción. Marx a través de una de
sus máximas favoritas, “nada de lo humano me es ajeno” (Terencio), sabía que
las potencialidades creativas de nuestra especie estaban invalidadas por las
contradicciones de clase, y abogaba en una primera etapa histórica por un
derecho que no reconociera distinción de clase, pero sí las desiguales
aptitudes de los individuos y su desigual rendimiento (aclarando que los
individuos son desiguales porque de lo
contrario no serían individuos distintos) (7). Engels, por su parte, frente a
los postulados de la “lucha de todos contra todos” de su época defendía el
instinto social como uno de los elementos esenciales de la evolución del
nuestra especie a partir del mono (13). En definitiva, ambos resaltaron la
importancia del aspecto social de lo humano para el avance de la propia
humanidad y que ha ido paralelo al desarrollo del trabajo y del conocimiento
científico.
Hoy más que nunca debemos
reivindicar el papel fundamental que juega la ayuda mutua, el apoyo solidario y
la amistad colectiva, y la importancia de estos valores morales en la
construcción de un conocimiento para el pueblo, de su avance para el beneficio
de todos. Un conocimiento que integre la teoría con la práctica, y que evite la
fragmentación y el reduccionismo de toda índole tan perjudicial para la
autentica comprensión de nuestra naturaleza. Hace ya décadas que el genial
Faustino Cordón nos señalaba la importancia de que el pensamiento científico,
“educado” por el materialismo dialéctico clásico, salvara a las ciencias
experimentales de sus “soluciones de continuidad” a través de la concepción
dinámica, integradora e histórica del universo. Y volvía a demostrar su rica
visión marxista cuando comprende que el propio materialismo dialéctico está en
proceso continuo de transformación, que tampoco es una categoría inmutable, y
que su desarrollo y enriquecimiento vendrá dado, a su vez, por el del
pensamiento científico. “Sólo el
conocimiento científico de un nivel, enfocado, además, por el materialismo
dialéctico (esto es, tratado por una mentalidad esforzadamente integradora),
puede abordar esta problemática que, llenando las soluciones de continuidad
entre las distintas ciencias experimentales, de hecho transforma el
materialismo dialéctico” (24).
NOTAS DE LA AUTORA
Nota 1
Un caso de fraude clásico fue el
protagonizado por sir Cyril Burt, quizás el psicólogo más influyente del siglo
XIX, detalladamente mostrado y demostrado por Stephen J. Gould (3). C. Burt,
cometió muchos fraudes, desde inventarse datos en sus estudios sobre gemelos
univitelinos, falsear resultados en las correlaciones de los Coeficientes de
Inteligencia hasta cometer un parricidio intelectual cuando, además de plantear
tesis absurdas y manipulaciones varias, quiso erigirse en el “padre” de la
técnica estadística “análisis factorial” de Spearman. Y mucho más reciente es
el caso de fraude que se orquestó hace un año en relación con la epidemia de
una nueva cepa (porcina) de gripe A. En este caso, no solo se ocultaron los
primeros casos, ni se indagaron las verdaderas causas, las macrogranjas
porcinas “Carroll” en México, sino que tanto los gobiernos como los organismos
sanitarios internacionales maquillaron conceptos y definiciones para
transformar una epidemia en pandemia, tras una campaña mediática manipulada por
los poderes políticos y económicos, que revirtió en ganancias millonarias de la
industria farmacéutica en productos antivíricos y vacunas (4, 5).
Nota 2
En su obra, “La falsa medida del
hombre”, Stephen J. Gould muestra la falsedad científica de los intentos
realizados para medir la inteligencia del hombre, primero a través de las
mediciones de los cerebros, luego a través de los test de inteligencia y, por
último, mediante análisis sociológicos como la “curva de Bell”, en todos los
casos para afirmar la naturaleza hereditaria de la capacidad intelectual y que
conducían a justificar la matanza de millones de seres humanos en el siglo XX y
que en la actualidad pretenden perpetuar la pobreza y la injusticia social
explicándolas como una consecuencia de la inferioridad innata de determinados
seres y grupos humanos.
Nota 3
El concepto de epidemia ha
evolucionado a lo largo del tiempo, pasando de considerarse la aparición –
generalmente brusca – de un alto número de enfermedades infecciosas en un
momento y lugar determinado, de tal forma que el número de casos es mayor que
el esperado en dicho momento y lugar, a incluir a las enfermedades no
infecciosas y crónicas (con un largo periodo de latencia y clínico) en donde el
concepto de epidemia es también referido al alto número de enfermos de
aparición no tan brusca, y en donde la elevación de casos es mayor del esperado
para ese lugar y periodo de tiempo considerado (en comparación con otras épocas
anteriores).
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