El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre según el
calendario que regía en la Rusia de entonces), triunfó la revolución
bolchevique. Este acontecimiento tuvo una gran transcendencia no sólo para el
proletariado ruso sino para todo el proletariado mundial y los movimientos de
liberación de los pueblos oprimidos. Supuso un cambio radical en la
organización proletaria, en su cultura y, sobre todo, en la posibilidad de
alcanzar y afianzar un proceso revolucionario y vislumbrar que los objetivos
que se perseguían eran plenamente alcanzables.
En el terreno ideológico supuso, entre otras cosas, abrir
una brecha sin precedentes entre el marxismo, como ideología proletaria y
revolucionaria, y la socialdemocracia desenmascarando a ésta como ideología
burguesa y puntal de los estados capitalistas.
Un claro ejemplo de esto lo acabamos de sufrir en el
Estado español en donde la “socialdemocracia clásica” (PSOE) acaba de apuntalar
el gobierno del PP y con él a un Estado que se encuentra en una crisis política
sin precedentes en los últimos años.
El
marxismo, al igual que hace un siglo, se enfrenta a aquellos que pretenden
desvirtuarlo y desviar al movimiento obrero de la conquista de sus objetivos
revolucionarios con palabrería altisonante. Hoy en día ya no se trata de
enfrentarse a la “vieja” socialdemocracia, pues su carácter ha quedado
ampliamente demostrado durante largo tiempo. Hoy en día los enemigos de la
revolución tienen distintas caras pero idénticos objetivos, los de confundir al
movimiento obrero organizado y desviarlo de sus metas más inminentes, la
revolución socialista.
En los
últimos tiempos ha renacido esa rancia socialdemocracia bajo nuevas formas,
nuevas organizaciones y coaliciones, con un discurso con “altura de miras” y
reconduciendo el movimiento de resistencia de “la calle” a las instituciones.
Instituciones del capital que imponen nuevas reformas que se traducen en
recortes sociales y en la pauperización creciente de mayores capas de la
población, sobrepasando a las clases trabajadores y alcanzando de lleno a las
capas inferiores de la pequeña burguesía.
Pero
también nos encontramos a quienes, en nombre del comunismo, critican, al igual
que lo hacemos desde estas líneas, la forma en que esta “nueva” socialdemocracia
ha desarmado a los movimientos de resistencia. Y sueñan con volver a un pasado,
poco susceptible de repetirse, en el que habían hecho dejación de la labor de
vanguardia y se sentían cómodos como seguidores de dichos movimientos. Nos
referimos a todos aquellos revisionistas del marxismo que durante tantos años
han acudido a diversas manifestaciones enarbolando banderas con hoces y
martillos y con retratos de Lenin en la solapa que, bajo esta “apariencia
revolucionaria” han cumplido la misma misión que la socialdemocracia clásica,
apartar al pueblo trabajador del camino revolucionario.
Hoy en
día, no contamos con el respaldo de una revolución triunfante como la de
octubre y el marxismo ha sido desplazado de su posición de vanguardia. Es por
ello que no podemos ni despreciar el recorrido revolucionario que se inició con
la Revolución de octubre, ni asumirlo de manera acrítica como hace el
revisionismo dando por bueno todo lo acontecido en el extinto campo socialista.
Se hace
necesario realizar balance, crear las condiciones ideológicas, políticas y organizativas que
permitan a la clase obrera ocupar una posición hegemónica, en nuestro caso,
dentro del Pueblo Trabajador Vasco y colocarnos en una posición de vanguardia
del proceso revolucionario y de liberación nacional.