Las crisis son esenciales para la reproducción del capitalismo y en ellas sus
desequilibrios son confrontados, remodelados y reorganizados para crear una
nueva versión de su núcleo dinámico. Mucho es lo que se derriba y se deshecha
para hacer sitio a lo nuevo. Los espacios que fueron productivos se convierten
en eriales industriales, las viejas fábricas se derriban o se reconvierten para
nuevos usos, los barrios obreros se gentrifican. En otros lugares, las pequeñas
granjas y las explotaciones campesinas son desplazadas por la agricultura
industrial a gran escala o por nuevas e impolutas fábricas. Los parques
empresariales, los laboratorios de I+D y los centros de distribución y
almacenaje al por mayor se extienden por todas partes mezclándose con las urbanizaciones
periféricas conectadas por autopistas con enlaces en forma de trébol. Los
centros metropolitanos compiten por la altura y el glamur de sus torres de
oficinas y de sus edificios culturales icónicos, los megacentros comerciales
proliferan a discreción tanto en la ciudad como en los barrios periféricos,
algunos incluso con aeropuerto incorporado por el que pasan sin cesar hordas de
turistas y ejecutivos en un mundo ineluctablemente cosmopolita. Los campos de
golf y las urbanizaciones cerradas, que comenzaron en Estados Unidos, pueden
verse ahora en China, Chile e India, en marcado contraste con los extensos
asentamientos ocupados ilegalmente y autoconstruidos por sus moradores
oficialmente denominados slums [áreas urbanas hiperdegradadas], favelas
o barrios pobres.
Pero lo más
llamativo de las crisis no es tanto la trasformación total de los espacios
físicos, sino los cambios espectaculares que se producen en los modos de
pensamiento y de comprensión, en las instituciones y en las ideologías
dominantes, en las alianzas y en los procesos políticos, en las subjetividades
políticas, en las tecnologías y las formas organizativas, en las relaciones
sociales, en las costumbres y los gustos culturales que conforman la vida
cotidiana. Las crisis sacuden hasta la médula nuestras concepciones mentales y
nuestra posición en el mundo. Y todos nosotros, participantes inquietos y
habitantes de este mundo nuevo que emerge, tenemos que adaptarnos al nuevo
estado de cosas mediante la coerción o el consentimiento, aunque añadamos
nuestro granito de arena al estado calamitoso del mundo a causa de lo que
hacemos y de cómo pensamos y nos comportamos. […]
Diecisiete
contradicciones y el fin del capitalismo de David Harvey. Lo puedes
encontrar en nuestra sección Material gehigarriak / Materiales
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