Para acabar con la explotación a que se ven sometidas las masas trabajadoras y para poner fin a la opresión nacional, es necesario transformar la sociedad. La clase obrera vasca, debido al lugar que ocupa en el proceso de producción, es la que está, objetivamente, más interesada, en ponerse al frente del conjunto del pueblo trabajador y del resto de las masas populares, para impulsar el cambio revolucionario.
Pero, para llevar esto a cabo, necesita dotarse de un instrumento organizativo propio, que represente y defienda consecuentemente sus intereses de clase y que agrupe a los elementos más conscientes, abnegados y combativos de la clase obrera y de las masas trabajadoras. Este instrumento es lo que, en la teoría marxista, se conoce como el partido proletario, o lo que es lo mismo, el partido de vanguardia. Se trata de un partido cualitativamente distinto tanto a los partidos burgueses como a los partidos reformistas, todos ellos preparados, única y exclusivamente, para la actividad electoral y el trabajo en las instituciones democrático-burguesas. Este partido, será un partido comunista, se tendrá que basar en la teoría marxista-leninista, y habrá de adoptar un estilo de trabajo en consonancia con ella.
1.- El partido leninista de nuevo tipo
Un partido comunista, no puede tratar de agrupar en su estructura a grandes masas, pues se convertiría en un aparato lento, torpe y fosilizado, que sólo sería apto para la actividad electoral. Por tanto, no puede ser un partido de "afiliados", en el que sus miembros se limiten a tener un carnet, a pagar una cuota y a leer la prensa de la organización. Al contrario, en un partido comunista debe primar la calidad sobre la cantidad. Como dijo Lenin, "más vale poco y bueno”. De ahí que, en sentido genérico, podríamos decir que se trata de un partido de “cuadros”.
Sin embargo, un partido revolucionario necesita estar estrechamente vinculado a las masas y no debe aislarse de ellas. Esto, sólo se puede compaginar si se adopta una estructura organizativa que permita mantener, al mismo tiempo, el doble carácter (por tanto, contradictorio) de ser un partido de cuadros y un partido de masas.
Sobre la necesidad de que el partido comunista ejerza una función dirigente, Lenin nos dijo que:
“… sólo el partido político de la clase obrera, es decir, el Partido Comunista, está en condiciones de agrupar, educar, y organizar a la vanguardia del proletariado y de todas las masas trabajadoras, la única capaz de contrarrestar las inevitables vacilaciones pequeñoburguesas de estas masas, las inevitables tradiciones y recaídas en la estrechez de miras gremial o en los prejuicios sindicales entre el proletariado y dirigir todo el conjunto de las actividades de todo el proletariado, esto es, dirigirlo políticamente y a través de él dirigir a todas las masas trabajadoras” [1].
En un partido comunista, cada militante tendrá asignadas unas tareas, y habrá de ser capaz de convertirse en un dirigente de cara a las masas. Sólo así el partido podrá desempeñar, verdaderamente, el papel de organización de vanguardia, lo que no logrará por el mero hecho de autoproclamarse como tal. Un partido de este tipo es necesario en el periodo anterior a la toma del poder, pero también será necesario en el socialismo, es decir, durante el periodo de transición al comunismo. En el caso de Euskal Herria, debido a las condiciones concretas en que habrá de desarrollar su trabajo, el partido revolucionario tendrá que ser, simultáneamente, un partido de clase y un partido nacional [2].
2.- Las cuestiones organizativas
Un partido comunista, tendrá que ser plenamente operativo y, para ello, poseerá unas características adecuadas. Su estructura tendrá que ser flexible (ligera, ágil y dinámica), de forma que le permita adaptarse sin grandes dificultades a las diferentes condiciones en que se desarrollará la lucha revolucionaria.
En ese sentido, como en muchas ocasiones el partido revolucionario tendrá que hacer frente a los ataques de la burguesía, que no dudará en emplear contra él cualquier método de coerción (incluidos los más violentos), habrá de estar preparado para trabajar tanto de forma legal como clandestina y, en lo que respecta a las formas de lucha, deberá ser capaz de emplear las más adecuadas a cada situación concreta.
La estructura
La experiencia histórica nos enseña que el partido revolucionario debe tener una estructura organizativa que, por criterios de funcionalidad, se desarrolle en base al territorio y al centro de trabajo (o de estudio). Al mismo tiempo, de cara a posibilitar mejor la toma de decisiones y a permitir el flujo de las directrices, de la información, etc., habrá de tener una estructura jerárquica y, por tanto, piramidal. Para un tipo de organización como es el partido revolucionario, no sirve una estructura en forma de red, por su falta de operatividad.
Las organizaciones de base, en un partido comunista, son las células, que constituyen las estructuras u organizaciones más elementales. En ellas deben encuadrarse la mayor parte de los y las militantes de la organización. Los organismos de dirección, a los distintos niveles, son los comités.
En una organización o en un partido comunista, el sistema de comités es el medio más eficaz para garantizar la dirección colectiva y evitar los personalismos. Los miembros de los comités, a los distintos niveles, tienen una gran responsabilidad, pues de su buen funcionamiento depende, en gran medida, la orientación general de la organización y el cumplimiento de su línea política.
Los comités deben desarrollar un estilo de trabajo comunista, basado en el principio de dirección colectiva y responsabilidad individual, que se podría caracterizar por varios aspectos: Mantener una estrecha unidad entre todos sus miembros, someter a discusión todos los temas importantes, expresar libremente todas las opiniones, intercambiar informaciones sobre los temas de los que haya tenido conocimiento cada miembro, consultar a los niveles inferiores y escuchar sus opiniones, adoptar decisiones y establecer los métodos y los medios para aplicarlas, hacer seguimiento de los resultados de las tareas desarrolladas e investigar las causas de los errores cometidos para corregirlos.
El funcionamiento
Un partido revolucionario debe funcionar como un bloque sólido y monolítico, de voluntad y de acción. Sin una organización unida, difícilmente se podrá lograr la unidad de la clase obrera vasca, y menos aún alcanzar los objetivos estratégicos revolucionarios. Para ello, habrá que superar muchos vicios y defectos que se suelen arrastrar. Es necesario superar actitudes sectarias y divisionistas, espíritus localistas, el liberalismo, el espontaneísmo, la indisciplina, etc.
El principio fundamental de funcionamiento del partido de vanguardia, es el del centralismo democrático. Se trata de dos aspectos opuestos, contradictorios, pero que forman una unidad dialéctica. En determinadas condiciones políticas, tiende a acentuarse uno u otro. Por ello, es necesario mantener siempre entre ellos ese difícil equilibrio, pues de ninguno de ellos se puede prescindir. La democracia va unida al centralismo, y la libertad a la disciplina. Esta unidad dialéctica entre democracia y centralismo, entre libertad y disciplina, es lo que constituye el centralismo democrático. Sin democracia interna, un partido revolucionario se desnaturalizaría, predominarían el autoritarismo y el "ordeno y mando", y se convertiría en una secta. Sin disciplina, se convertiría en un mero club de discusión o se disgregaría.
En el seno de la organización, la democracia debe manifestarse por la plena libertad de discusión, tanto en las reuniones de células o de comités, como en las Asambleas o Congresos de la organización; así como en la elegibilidad de los cargos de dirección, de acuerdo con lo que dispongan sus Estatutos.
Pero, históricamente, la cuestión de la democracia interna no ha sido bien entendida en muchos de los partidos comunistas. Charles Bettelheim, refiriéndose a las experiencias habidas en China y en la URSS, nos dice lo siguiente:
“… la existencia de relaciones políticas burguesas y de una fuerte centralización favorece el auto-reclutamiento de los dirigentes políticos, sobre todo cuando en el funcionamiento de lo que debería ser un “centralismo democrático”, prevalece ampliamente el centralismo sobre la democracia…
… Es preciso reconocer que el predominio del centralismo sobre la democracia está ligado (en lo que concierne a las formas de organización y a las prácticas políticas) a la prohibición de una plena libertad de expresión en el seno del PCCh. No es inútil recordar que en el partido bolchevique tal prohibición aparece relativamente tarde, por una interpretación unilateral y abusiva de una resolución del X Congreso del partido (1921). En principio, dicha resolución no debía impedir la libertad de expresión de opiniones divergentes; además, fue adoptada como una medida temporal, que sólo se justificaba por las circunstancias del momento” [3].
Por otra parte, la disciplina se manifiesta en cuatro aspectos: 1) la subordinación del militante a la organización; 2) de la minoría a la mayoría; 3) de los niveles inferiores a los superiores, y 4) de toda la organización al Comité Central (ó Comité Nacional).
La crítica y la autocrítica
En un partido comunista, se produce constantemente la confrontación y la lucha entre diferentes ideas, entre distintas concepciones. Es la forma en que se reflejan en la organización las contradicciones sociales, entre las clases, así como la lucha ente lo viejo y lo nuevo en la sociedad. Si no se produjeran contradicciones y no hubiera lucha ideológica para resolverlas adecuadamente, la vida del partido se extinguiría.
El método para resolver las contradicciones en el seno de una organización o de un partido comunista, es el de la crítica y autocrítica. Es una manifestación, necesaria, de la lucha ideológica, y se debe desarrollar en condiciones de plena democracia interna. Nunca se deben impedir las críticas, ni evitar la autocrítica. Su correcto funcionamiento es una salvaguardia contra el autoritarismo. Por otra parte, quienes tratan de evitar la lucha ideológica, procurando conciliar posiciones enfrentadas, caen en el error de liberalismo, que sólo conduce a la degeneración de la vida interna de la organización. La crítica y la autocrítica, permite sacar experiencias de los errores cometidos, para evitar volver a cometerlos.
A la hora de llevar a cabo la crítica y la autocrítica, en el seno del partido, hay que tener en cuenta que su objetivo fundamental es el sacar a la luz los errores de tipo ideológico, político u organizativo, para superarlos. Por ello, es preciso centrarse en los aspectos esenciales y dejar de lado los accesorios. Las críticas deben basarse en hechos, y no en suposiciones o en conjeturas, y se debe mantener una postura abierta y objetiva, evitando caer en el subjetivismo y en las ideas preconcebidas.
Para desarrollar la capacidad y el espíritu crítico de los y las militantes, para que puedan tener ideas propias, y para que no sientan temor a emitir sus opiniones y sus críticas, es fundamental que cuenten con una buena preparación teórico-política e ideológica. Ello se conseguirá fomentando el estudio, tanto de forma individual como colectiva.
3.- La relación del partido con las masas
Entre el partido y las masas existe (debiera existir) una relación dialéctica y, por tanto, contradictoria. Por una parte, el partido ejerce una función dirigente sobre la clase obrera y el conjunto de las masas trabajadoras pero, por otra parte, el partido es, al mismo tiempo, un instrumento de las masas para hacer la revolución.
Si bien el desarrollo de su función dirigente, sitúa al partido en una posición que podríamos calificar de “preeminente”, respecto a las masas trabajadoras, el hecho de ser, simultáneamente, un instrumento de estas para la transformación social, requiere, obligatoriamente, que esté subordinado a ellas y a sus intereses de clase. Lo que implica que deberá estar sometido a su supervisión y control. En caso contrario, el partido se desnaturalizará y perderá su carácter proletario.
Y esto es válido tanto para el periodo anterior a la toma del poder, como para el periodo propiamente socialista. Como dice Charles Bettelheim:
“… el carácter de clase de la práctica política e ideológica de un partido se manifiesta en la forma de sus relaciones con las masas, en las relaciones interiores en el seno del partido y en las relaciones de este último con el aparato del Estado…
… un partido dirigente sólo puede ser un partido proletario si no pretende dirigir a las masas, sino que, por el contrario, continúa siendo el instrumento de sus iniciativas. Esto sólo es posible si se somete efectivamente a la crítica de las masas, si no pretende imponer a éstas lo que “deben” hacer, si parte de lo que las masas están dispuestas a realizar y si ayuda al desarrollo de las relaciones socialistas…
… El papel de un partido proletario consiste, pues, en ayudar a las masas a que se realicen ellas mismas, lo que está conforme con sus intereses fundamentales” [4].
Como ya dijimos en otra ocasión, el papel dirigente del partido no estará garantizado por el mero hecho de que éste se autoproclame como tal, sino porque sea capaz de lograr que los trabajadores le vean realmente así; que en la práctica (que es el único criterio de la verdad) admitan voluntariamente su dirección, lo que tendrá que ser capaz de ganárselo día a día.
La línea de masas
Para que el partido revolucionario sea realmente un partido dirigente, debe basar su actuación en el principio “de las masas, a las masas”. Esta debe ser una norma rectora en toda la actividad práctica del partido. Pero, ¿en qué consiste?
En líneas generales, supone que el partido debe recoger las ideas (dispersas y no sistemáticas) de las masas trabajadoras, resumirlas y, mediante el estudio, sintetizarlas y sistematizarlas, para luego llevarlas de nuevo a las masas, difundirlas y explicarlas, de tal forma que éstas se apropien de esas ideas, las asuman, y las transformen en acción. Al mismo tiempo y, en relación con este proceso, el partido debe verificar en la práctica lo correcto o incorrecto de estas ideas. Este proceso se repetirá indefinidamente, y de esa forma las ideas serán cada vez más correctas, más vivas, y más ricas en contenido.
Refiriéndose a este proceso, Mao decía:
“Debemos ir a las masas, aprender de ellas, sintetizar sus experiencias y deducir de éstas principios y métodos aún mejores y sistemáticos y, luego, explicarlos a las masas (hacer propaganda entre ellas) y llamarlas a ponerlos en práctica para resolver sus problemas y alcanzar la liberación y la felicidad” [5].
En cuanto a cómo acercarnos a las masas, es evidente que tiene que ser siempre con una actitud basada en la humildad y la modestia, desterrando cualquier comportamiento que pueda ser producto de la prepotencia, de la arrogancia o de la altanería.
Un partido abierto a las masas
Esto supone que, sin perder el carácter de partido de vanguardia, de partido de cuadros, el partido comunista sea capaz de establecer mecanismos organizativos que posibiliten la participación de los sectores relativamente avanzados de las masas en la vida orgánica del partido, en los debates, en la toma de decisiones (a nivel de base) y en su actividad política.
Este papel lo podrían jugar las asambleas (o agrupaciones) locales, en las que participasen conjuntamente militantes y simpatizantes. En Euskal Herria, la izquierda abertzale ha desarrollado una rica práctica en este tipo de estructuras abiertas, y los comunistas debemos aprender de esas experiencias.
NOTAS:
1.- V. I. Lenin. “Proyecto inicial de resolución del X Congreso del P.C. de Rusia sobre la desviación sindicalista y anarquista en nuestro partido” (Marzo de 1921). Texto recogido en la recopilación “Lenin sobre el partido proletario revolucionario de nuevo tipo”. En conmemoración del 90º aniversario del nacimiento de Lenin. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekin, 1960. Pág. 20.
2.- En un próximo artículo se abordará el tema del ámbito territorial del partido.
3.- Charles Bettelheim. “China hoy: cambios políticos y lucha de clases (Segunda parte)”. Publicado en Monthly Review-Selecciones en castellano (julio/agosto 1978). Barcelona. Págs. 135 y 136.
4.- Charles Bettelheim. “Algunos problemas actuales del socialismo” (“Dictadura del proletariado, clases sociales e ideología proletaria”). Editorial Siglo XXI. Madrid, 1973. Págs. 100-101.
5.-Mao Tse-tung. “Organicémonos”. O.E. (Tomo 3). Editorial Fundamentos. Madrid, 1974. Pág. 154.