jueves, 7 de abril de 2011

SOBRE EL ÁMBITO ORGANIZATIVO DEL PARTIDO

Entre los comunistas de las naciones oprimidas por el Estado español y, en concreto, entre los comunistas de Euskal Herria, sigue siendo objeto de controversia la cuestión del ámbito territorial del partido revolucionario de vanguardia. Unos, sostienen que la organización del partido se debe adecuar  al marco del Estado español, ya que todas las naciones (aunque se hayan visto sometidas por la fuerza) forman parte de él. Otros, por el contrario, defendemos el ámbito de Euskal Herria como el marco más adecuado para la organización de los comunistas vascos, dadas las condiciones concretas de la lucha por la construcción nacional y la transformación social que pretendemos impulsar.


Los camaradas que se oponen este punto de vista suelen argumentar, por ejemplo, que:

a)    los trabajadores de algunas zonas, como es el caso de Ezkerraldea, en Bizkaia, no lo entenderían. Hay que decir que esta es una zona que, a finales del siglo XIX y en la década de los sesenta del pasado siglo, fue receptora de gran número de inmigrantes procedentes de otras zonas del Estado español. Históricamente, ha tenido una importante concentración obrera, y jugó un destacado papel en la lucha contra el franquismo.

b)    La gran burguesía vasca está integrada en la oligarquía española, y forma parte de ella. Si hay una misma clase explotadora y un mismo Estado burgués, entonces no tiene sentido que se defienda un partido de ámbito vasco.

1.- Espontaneidad y conciencia

Respecto a la primera de estas argumentaciones, hay que decir que la clase obrera, por sí sola, abandonada a la espontaneidad, no llegará nunca a adquirir la conciencia de clase (entendida ésta como la conciencia de los intereses generales o fundamentales, y de los objetivos finales o estratégicos), sino a lo sumo, como la definió Lenin, una conciencia “trade-unionista” (básica, elemental, basada en los intereses inmediatos, principalmente económicos, reivindicativa, de tipo sindical). Por tanto, los trabajadores de Ezkerraldea, o de cualquier otra zona de Euskal Herria, difícilmente tendrán desarrollada una conciencia de clase, propiamente dicha, salvo sectores muy minoritarios. En general, la mayoría de la clase obrera vasca se encuentra bajo la influencia del reformismo, ya sea de derecha (socialdemócrata) o de “izquierda”, y de las burocracias sindicales. Si no fuese así, “otro gallo nos cantaría”.

Pero, precisamente, por eso se necesita de la labor infatigable de un núcleo comunista, que sea capaz de enraizar entre las masas y de elevar a la clase obrera vasca de la condición de “clase en sí” a la de “clase para sí”. Ahora bien, si “los trabajadores del metal”, o los de cualquier otro sector de la producción, no poseen aún conciencia de clase, ¿no ocurrirá lo mismo con el otro aspecto, con el de la conciencia nacional? Y, si no la poseen, ¿acaso se puede utilizar ello como argumento en contra de la necesidad de inculcársela?

2.- Conciencia nacional y conciencia de clase

Ahora, queremos hacer algunas consideraciones respecto a la relación entre la conciencia de clase y la conciencia nacional. Durante varias décadas, en el movimiento obrero vasco, se ha venido estableciendo una distinción entre ambas formas de conciencia social.

Para los revisionistas y los reformistas, la relación entre ambas se limitaba a una defensa retórica del derecho de autodeterminación. Consideraban que se trataba de una “reivindicación democrática”, sentida por un sector, por una parte importante del pueblo vasco, que por tanto había que defender, pero por la que no merecía la pena emplear muchas fuerzas en luchar.

Por eso, en las contadas ocasiones en que lo defendían públicamente, lo hacían sin mucha convicción. Se limitaban a incluirlo en sus programas y poco más. Por ejemplo, nunca participaban (ni ahora tampoco participan), en la celebración del Aberri Eguna, por considerar que eso es “cosa de nacionalistas”. En el fondo, la idea que tenían de la “nación” era que se trataba de un “invento de la burguesía vasca”. Curiosamente, no pensaban lo mismo cuando se trataba de la “nación” española. En esos momentos, a los “internacionalistas”, y a los “cosmopolitas” (como a veces les gusta autodefinirse), se les ve el plumero. Para ellos, la única nación virtual, la única nación “inventada”, es la nación oprimida, es decir, la vasca. Sin ninguna duda, esta actitud sólo se puede calificar de chauvinismo vergonzante y de nacionalismo gran-español.      

A lo largo de bastantes décadas, no sólo durante el periodo de la dictadura franquista, sino también en el de la “democracia”, se ha venido estableciendo una falsa dicotomía, entre la conciencia de clase y la conciencia nacional. Sin embargo, hoy día estamos en condiciones de superar esta división, esta separación metafísica, entre ambas formas de conciencia social. Para ello, debemos tener en cuenta que esa separación se basa en una concepción idealista de la nación, que nosotros hemos de sustituir por otra materialista.

3.- El concepto de nación

La primera de estas dos formas de entender la nación, consiste en considerarla como un ente inmutable y eterno, situado al margen y por encima de las personas y de las clases. La segunda, consiste en concebir la nación como un fenómeno histórico, y por tanto cambiante, que posee una base material. En ese sentido, podemos decir que la nación es un ámbito en el que se producen y reproducen tanto el capital como la fuerza de trabajo, en el que se producen y reproducen las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Por tanto, la nación es un ámbito en el que se producen y reproducen las clases y la lucha de clases. Así entendida, la nación es un conjunto de condiciones de producción.

En relación con esto, conviene referirnos a la famosa definición que hizo Stalin, en 1913, del concepto de nación. En aquellos momentos, él la definió de la siguiente manera:

“Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura” [1].

Pero, más adelante, introdujo una condición limitativa a esta definición:

“Es necesario subrayar que ninguno de los rasgos indicados, tomado aisladamente, es suficiente para definir la nación. Más aún: basta con que falte aunque sólo sea uno de estos rasgos, para que la nación deje de serlo” [2].

Este trabajo de Stalin, se inscribía en la lucha ideológica y política contra el “austromarxismo”, contra la concepción de “autonomía nacional cultural” de Karl Renner y Otto Bauer, y contra el federalismo del BUND, en unos momentos en los que se planteaba la defensa de un partido único, el POSDR, con autonomía territorial para las organizaciones de las distintas nacionalidades. Esta definición sirvió eficazmente, durante varias décadas, a los comunistas de los distintos países, para abordar la cuestión nacional. No obstante, tiene algunas limitaciones que deben ser superadas: a) su carácter restrictivo, pues excluye de la consideración de nación a todas aquellas comunidades que no posean todos y cada uno de los siete rasgos que él definió; y b) relega las condiciones económicas a un aspecto más de los que definen una nación, contemplando la posibilidad de que cualquiera de ellos pueda destacar sobre los otros, dependiendo de la nación de que se trate [3].

Por eso, aunque la definición de Stalin haya tenido una gran importancia pedagógica y política, conviene profundizar en ella, enriquecerla y desarrollarla desde el punto de vista del Materialismo Histórico.

En ese sentido, las condiciones nacionales de producción, a las que también podríamos denominar como “condiciones económicas de existencia nacional”, contienen y reflejan el sustrato económico de las condiciones naturales (territorio y población), culturales (idioma, psicología y cultura) e históricas, de existencia nacional, que ya fueron enumeradas por Stalin en su famosa definición de la nación.

Abundando un poco más en el tema, resulta sumamente esclarecedor que Engels, en una carta a W. Borgius (25-1-1894) ya incluía tanto la base geográfica, como las condiciones ambientales, dentro de las relaciones económicas y consideraba a la propia “raza” como un factor económico [4].

4.- Una nueva forma, más elevada y compleja, de conciencia de clase

Por otra parte, hay que tener en cuenta que durante el desarrollo del capitalismo, a través de sus tres fases (la industrial o pre monopolista; la imperialista, basada en el capital financiero y los grandes monopolios; y la fase actual, caracterizada por el desarrollo de la tercera “revolución” tecnológica, el predominio de la fracción más improductiva, especulativa y parasitaria de capital financiero, la expansión mundial de la economía de mercado, etc.), la conciencia de clase no ha permanecido inalterable, ni en su contenido ni en sus formas, sino que ha ido experimentando diversos cambios.

A lo largo de este proceso, la clase obrera se ha ido viendo afectada progresivamente por el conjunto de cambios operados en el proceso de producción y de circulación, en definitiva por las modificaciones habidas en el modelo de acumulación. Desde hace más de un siglo, nos encontramos en la fase imperialista (superior) del capitalismo. Pero, en las tres últimas décadas, hemos entrado en un nuevo estadio, calificado por algunos como de “globalización”, en el que las contradicciones de todo tipo se exacerban, se tensionan, y se interrelacionan aún mucho más que en la época que analizó Lenin en su conocida obra. Entre ellas, ocupando un lugar destacado, está la opresión nacional.  

De ahí que, como decíamos más arriba, hoy día estamos en condiciones de superar esa separación metafísica entre “conciencia de clase” y “conciencia nacional”. Si, desde un punto de vista marxista, consideramos a la nación como un fenómeno histórico y material, como un conjunto de condiciones de producción, también debemos considerar que la conciencia nacional es un componente indisoluble de la conciencia de clase, y no algo distinto y ajeno a ella.

Por eso, cuando los comunistas trabajamos entre las masas, para concienciarlas, para organizarlas y para hacerlas avanzar política e ideológicamente, para elevarlas a la condición de “clase para sí”, también estamos inculcando en ellas la necesidad de que sean ellas mismas quienes encabecen y doten de contenido revolucionario a la lucha contra la opresión nacional de Euskal Herria. Eso, es muy probable que todavía no lo entienda la mayoría de los trabajadores y trabajadoras de Ezkerraldea, pero nuestra misión consiste, precisamente, en explicárselo y hacérselo comprender. Y eso no lo lograremos nunca, si rebajamos nuestros planteamientos ideológicos y políticos al nivel de los sectores más atrasados. Por eso, necesitamos un partido comunista de clase y nacional. Los comunistas vascos somos, y debemos ser, abertzales, por el mismo hecho de ser comunistas.

En cuanto a la segunda de las argumentaciones, también vamos a hacer algunas  consideraciones:

5.- En España no ha habido una revolución burguesa

En la Edad Moderna, siglos XVI al XVIII, sin haber llegado todavía a romper con el feudalismo, la burguesía, por medio del comercio –“el sistema de libre cambio obra en forma destructiva, desintegra las viejas nacionalidades” [5], creó nuevas condiciones nacionales en Holanda, Inglaterra y Francia. Sin embargo, en Alemania no ocurrió lo mismo. Como explicó Marx:

“…el incompleto desarrollo industrial, comercial y agrícola de Alemania hacía imposible toda centralización y unión de los alemanes en una nación, no permitiendo más que una centralización local o provincial” [6].

Por el contrario, en aquellos otros países en los que sí hubo un desarrollo económico temprano, el proceso político fue diferente:

“Mientras en Francia e Inglaterra el desarrollo del comercio y de la industria tuvo como consecuencia la creación de intereses generales en el país entero, y con esto la centralización política, en Alemania no pasó de la agrupación de intereses por provincias” [7].

En España, a diferencia de lo ocurrido en Francia, Inglaterra y Holanda, no ha tenido lugar nunca una revolución burguesa [8] que, en caso de que hubiera llegado a producirse, podría haber dado lugar a la creación de unas nuevas condiciones sociales, económicas y políticas que hubiesen permitido la superación de las viejas naciones precapitalistas, y el surgimiento de una nueva nación, la española, una nación moderna, una nación capitalista. Pero la historia siguió otros derroteros.

La unificación política que se llevó a cabo bajo el reinado de los Reyes Católicos y que culminó con la conquista de la Navarra peninsular (1512) por las tropas castellanas, no tuvo como consecuencia la creación de un mercado nacional. De hecho, hasta bien entrado el siglo XVIII, sólo había una serie de mercados yuxtapuestos cuyo ámbito se reducía poco más que a la periferia de las poblaciones más importantes. Es más, hasta 1841, después de haber finalizado la Primera Guerra Carlista, las aduanas no fueron llevadas a su ubicación actual (el Mar Cantábrico y los Pirineos), pues se encontraban situadas en el Ebro.

6.- El atraso económico español

En España tampoco ha tenido lugar un proceso de industrialización “normal”, como en otros países de la Europa Occidental. Ello por varios motivos. Por una parte,  hay que mencionar los efectos devastadores que tuvieron para la economía y la población la guerra contra la invasión napoleónica y la Primera Guerra Carlista. Además, hay que tener en cuenta el débil desarrollo de los transportes, que también contribuyó a dificultar el intercambio comercial entre el interior y la periferia. La capacidad de compra (el poder adquisitivo) de la población era reducidísimo, ya que la mayoría de la población activa estaba formada por jornaleros, campesinos pobres y arrendatarios, cuyos ingresos económicos se encontraban al límite de la subsistencia. Por otra parte, hay que decir que la clase dominante española prefería hacer sus inversiones en la compra de tierras y títulos nobiliarios, en vez de efectuar inversiones productivas.

A todo ello, venía a añadirse la fuerte dependencia tecnológica respecto al extranjero, la importación de materias primas industriales o energéticas, sobre todo algodón y carbón; y el creciente peso que los inversores extranjeros (principalmente británicos, franceses y belgas) fueron logrando en la economía española, al invertir en los sectores en los que se podía obtener un beneficio más rápido, casi inmediato, lo que acentuaba aún más los desequilibrios regionales internos. Un claro ejemplo lo tenemos en que la construcción de ferrocarriles, vital para el desarrollo económico de cualquier país, se desarrolló en base a la inversión de capitales extranjeros.

En este contexto, la clase dominante española fue adquiriendo unos rasgos peculiares, al confluir en ella diversos sectores (financieros, industriales y grandes terratenientes) que fueron estableciendo entre sí sólidos lazos, muchas veces personales (por medio de vínculos matrimoniales) o económicos (inversiones de capital financiero en las escasas industrias o en la minería, así como en compra de tierras, etc.), dando lugar a la formación de la oligarquía, financiera y terrateniente.

7.- La revolución industrial vasca

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en el conjunto del territorio del Estado español, en el Sur de Euskal Herria sí tuvo lugar un proceso de  industrialización, a partir de la acumulación previa de capital que se había desarrollado desde finales de la Edad Media. Esta industrialización, que se inició en la primera mitad del siglo XIX, tuvo su periodo álgido en el territorio de Bizkaia, en el último tercio del siglo XIX, y en Gipuzkoa, en las primeras décadas del XX.

Ya durante los siglos XIII y XIV, ambos territorios habían experimentado un fuerte expansión demográfica, que no se vio frenada por la “peste negra” de 1348-49. Los puertos vascos se convirtieron en puertos de salida para la lana castellana hacia Europa. La flota vasca participó en la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a Francia con Inglaterra, al lado de la primera. Las victorias navales de La Rochela (1372) y de La Houge (1417), permitieron a los vascos desplazar del comercio atlántico a la poderosa Hansa y a los ingleses, y lograr una posición hegemónica en el comercio marítimo atlántico, transportando lana y hierro hacia el norte de Europa e importando productos textiles y cereales para Castilla. Este auge comercial, dio lugar a la fundación del Consulado de Bilbao en 1511. Sin embargo, en el siglo XVI se produjo una decadencia del comercio vasco, especialmente del vizcaíno [9], que duró hasta el siglo XVIII, cuando se inició el apogeo del puerto de San Sebastián.

En este sentido, se debe destacar, el comercio guipuzcoano con América que llevó a fundar la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (1728), que llegaría a contar con una veintena de barcos y más de 2000 hombres. Tuvo asentamientos en las localidades de Caracas, Barquisimeto, Coro, La Guaira, Puerto Cabello y, desde 1739, en Maracaibo. Igualmente, hay que destacar la influencia de la “Ilustración” en Gipuzkoa, que se manifestó en la fundación de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País (1765). En el siglo XIX, la hegemonía comercial volvió de nuevo al puerto de Bilbao.

En cuanto a la primera fase del proceso de industrialización y de desarrollo del capitalismo en el Sur de Euskal Herria, fueron varios los factores que contribuyeron a impulsarlos: a) el mayor peso que, en el terreno político, alcanzaron las ideas liberales tras el final de la Primera Guerra Carlista; b) el traslado de las aduanas desde el Ebro a los Pirineos; c) la reforma de los sectores económicos tradicionales, y la introducción de nuevas técnicas de extracción de mineral, y de producción de hierro (que posibilitaron el incremento cuantitativo de ésta, así como la mejora de su calidad); d) la creación de nuevas empresas en el sector siderúrgico (altos hornos), papelero, armero, eléctrico, naval, textil, etc; e) el impulso de la marina mercante; f) la creación del sistema financiero, mediante la fundación de bancos, compañías de seguros, así como la Bolsa de Bilbao; g) la ampliación y mejora de la red de comunicaciones, mediante la construcción de ferrocarriles y la ampliación de los puertos; y h) la llegada de capital extranjero, que invertiría principalmente en el sector minero.

La industrialización de Bizkaia y Gipuzkoa constituyó, de hecho, una auténtica revolución industrial. Este proceso dio origen al desarrollo de la clase obrera vasca y, al mismo tiempo, posibilitó una fuerte oleada migratoria procedente de otras zonas del Estado español. El fuerte movimiento migratorio, unido al proceso de descomposición de la vida rural tradicional, como consecuencia de la rápida industrialización, activó en un sector de la burguesía vasca, en el campesinado y en una parte de la clase obrera autóctona, una sensación de destrucción de nuestra lengua y nuestra cultura, de pérdida de las señas de identidad de nuestro pueblo. Dicho sentimiento era consecuencia de los efectos desestructuradores que provoca el proceso de acumulación capitalista sobre cualquier comunidad humana. Ese sentimiento agónico, de angustia y de incertidumbre fue aprovechado por un sector de la burguesía autóctona para impulsar el nacionalismo vasco.

Sin embargo, no toda la burguesía vasca se comportó de la misma manera ante la nueva situación. Para ser más precisos, sus capas más altas vieron como sus negocios podían prosperar al amparo del Estado español y de su política proteccionista y poco a poco se fueron integrando con la clase dominante, con la oligarquía española, llegando a formar parte de ella e incluso a tener un importante peso económico y político dentro de la misma. Es el caso de los Chávarri, Gandarias, Ibarra, Zubiría, Oriol, Urquijo, etc. Por eso, no podemos considerar a este sector como “burguesía vasca”, aunque lo haya sido en su origen. Ese sector “vasco” de la oligarquía española, ha sido también responsable y se ha beneficiado de la opresión social y nacional de la clase obrera vasca y del pueblo trabajador, adquiriendo por tanto un carácter reaccionario antinacional.

Por otra parte, resulta significativo que en aquellos otros lugares de Euskal Herria en los que no tuvo lugar un proceso de industrialización propio, como es el caso de Araba, Nafarroa e Iparralde y en los que, por tanto, no llegó a surgir esa burguesía autóctona, la conciencia nacional se haya desarrollado menos y el nacionalismo vasco no haya llegado a tener una implantación apreciable. Podría decirse que, en dichos territorios, la nación vasca no se encuentra aún plenamente consolidada como tal, sino que todavía se halla en una  fase menos desarrollada, incipiente. 

8.- Euskal Herria, una formación social autónoma

La interrelación de todos estos factores (económicos, históricos, sociales, políticos, culturales, psicológicos, etc.) hacen que Euskal Herria pueda ser considerada como una realidad socioeconómica diferenciada. Marx ya planteó que, en determinadas condiciones, una misma base económica:

“pueda mostrar en su modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones debidas a distintas e innumerables circunstancias empíricas, condiciones naturales, factores étnicos, influencias históricas que actúan desde el exterior, etc., variaciones y gradaciones que sólo pueden comprenderse mediante el análisis de estas circunstancias empíricas dadas” [10].

En definitiva que Euskal Herria constituye una formación social específica en la que, al mismo tiempo que se desarrollan las contradicciones propias de toda formación social capitalista, surgen otras nuevas que se entrelazan con aquellas,  agudizándolas y confiriéndoles una especial crudeza. Por tanto, la realidad social vasca se configura como un marco nacional autónomo de la lucha de clases.

9.- Otros aspectos de la singularidad vasca

Además de todo lo apuntado hasta ahora, hay otros aspectos que vienen a reforzar ese carácter peculiar y diferenciado de la realidad vasca:

a) La persistencia del conflicto vasco. A lo largo de poco más de siglo y medio, en el Sur de Euskal Herria han tenido lugar tres guerras. Dos guerras carlistas; la primera (1832-39) y la tercera (1872-76), pues la segunda (1847-60) se desarrolló fundamentalmente en territorio catalán; la guerra antifascista (1936-39); así como la dictadura franquista, que se prolongó cerca de cuarenta años. Durante todo este tiempo, desde el poder central no se logró doblegar la capacidad de lucha de nuestro pueblo por sus derechos nacionales [11].

b) La prolongada capacidad de resistencia demostrada por los sectores populares, durante las largas décadas de represión política y cultural, que se desarrolló primero durante el periodo de dictadura franquista (que llegó al extremo de prohibir el uso del euskera, y de cualquier otra manifestación de nuestra cultura, con objeto de eliminarla), pero que se prolongó posteriormente, a través de los distintos gobiernos de la “democracia”, mediante el plan ZEN, el GAL y la guerra sucia, la Ley de Partidos, las ilegalizaciones de organizaciones políticas y sociales de todo tipo (HB, EH, Batasuna, AuB, Candidaturas populares, Jarrai, Haika, Segi,…, hasta llegar al 18/98 y a las últimas, las efectuadas con EHAK y ANV.

c) Frente a estos intentos de aniquilación/asimilación, los sectores más conscientes  de nuestro pueblo, se han ido adecuando a las condiciones de cada periodo histórico, y adoptando las formas más variadas de organización y lucha. Así, han ido surgiendo todo tipo de movimientos dedicados a la defensa de nuestra lengua y nuestra cultura: el movimiento de ikastolas (surgido en la semiclandestinidad en los últimos años del franquismo), AEK, EHE, etc. Y se han logrado muestras de la gran movilización popular que era capaz de organizarse con estos motivos. Ahí tenemos la Korrika, Ibilaldia, Kilometroak, Nafarroa Oinez, etc. También hay que destacar la masiva oposición a los intentos de esquilmar y destruir nuestro medio ambiente, respondiendo a concepciones puramente mercantilistas, producto de un “desarrollismo” irracional y depredador (Lemoiz, autovía de Leitzaran, Itoiz, AHT-TAV, etc.).

d) Igualmente es destacable la enérgica movilización realizada, a lo largo de tantos años, para hacer frente a la represión dirigida contra los sectores más dinámicos y combativos de nuestro pueblo, encuadrados en el amplio movimiento popular de la izquierda abertzale, y que ha dado lugar al surgimiento de organismos populares como Gestoras, Askatasuna, movimiento pro-amnistía, Senideak, Gureak, etc., o que ha respondido al cierre de medios informativos como Egin y Egin Irratia, Egunkaria, etc., sacando otros nuevos en el increíble espacio de un solo día.
 
e) La enorme capacidad de adaptación y autoorganización demostradas por nuestro pueblo, desde los años más negros de la dictadura fascista de Franco, cuando las redes sociales de la época (familia, sectores de la iglesia vasca, cuadrillas, etc) posibilitaron la supervivencia de nuestra lengua y nuestra cultura, contribuyeron a la resistencia, facilitando la difusión de información y noticias, y dificultaron el logro de la fractura social (que la clase dominante perseguía a toda costa) atenuando las contradicciones en el seno del pueblo; hasta la época actual en la que existe un amplísimo tejido social, un variopinto entramado formado por movimientos y organismos populares de diversos tipos (sindicatos, organizaciones campesinas, juveniles, estudiantiles, feministas, antirrepresivas, solidarias, internacionalistas, culturales, ecologistas, etc.) que, en algunos casos llegan a constituir formas embrionarias de lo que en un futuro llegarán a ser órganos de poder popular.  

Estas son algunas de las razones que nos permiten afirmar el carácter singular del hecho nacional vasco, un fenómeno social y político que no encuentra parangón en Europa y que, indudablemente, podría llegar a ejercer una gran influencia, como polo de referencia, en la lucha de la clase obrera y de los pueblos y naciones oprimidos por las clases dominantes de los Estados que forman parte de la UE y que tratan de convertirla en una gran potencia imperialista. Pero, para que esto  ocurra es necesario reforzar el peso de la corriente revolucionaria en el seno del Pueblo Trabajador Vasco y en eso estamos empeñados los comunistas.

10.- Importancia estratégica del conflicto vasco

El capitalismo español acentúa cada vez más su componente financiera, sin embargo, su peso internacional todavía es escaso. En 2007 (antes de iniciarse la actual crisis económica global), se realizaron operaciones de fusión o compraventa de empresas por valor de 3,2 billones de euros, a nivel mundial (un 24% más que en 2006), mientras que en España su montante fue sólo de 105.000 millones (un 3,28% del total mundial), aunque el incremento respecto al año anterior fue de un 43%. Por otra parte, las transacciones bursátiles españolas alcanzaron la cifra de 1,7 billones de euros [12]. El proceso de “financierización” del capitalismo español, responde a la tendencia generalizada en el capitalismo a nivel mundial, debido a las crecientes dificultades que este encuentra para la realización del valor en la reproducción ampliada (debido a una serie de causas endógenas y estructurales del propio sistema). Pero el predominio, cada día mayor, de la fracción financiera del capital y en concreto de sus sectores más improductivos, especulativos y parasitarios acentúa sus rasgos más reaccionarios y exacerba al extremo las contradicciones de todo tipo que surgen y se desarrollan bajo su dominación.

Por otra parte, desde hace varios años, el capitalismo español atraviesa por una aguda crisis que se caracteriza por: a) su debilidad estructural (inestabilidad de su base económica, escasa competitividad, insuficiente inversión en I+D, inadecuada distribución de su inversión exterior); b) su perdida de peso en Europa (menor representatividad en la UE, alejamiento de los centros de poder); y c) el agravamiento de la crisis del Estado (involución democrática, reforzamiento del centralismo, creciente militarización).

Si tenemos en cuenta todos estos factores, veremos que el Estado español es sumamente frágil. La clase dominante es consciente de ello. Por eso refuerza constantemente su aparato represivo (militar, judicial y policial). España es una potencia imperialista de segundo orden (se espera que pase de ser la 9ª potencia económica mundial, que era en 2008, a ser la 12ª, en 2014) que juega un papel subordinado a las potencias principales, especialmente EE.UU. Una prueba de ello es la intervención de sus tropas en las llamadas “misiones humanitarias”, en los Balcanes, en Afganistán y en el Líbano.

En estas condiciones, el conflicto vasco se convierte en su verdadero “talón de Aquiles” o, para decirlo con otras palabras, Euskal Herria se convierte en el eslabón más débil del capitalismo español. Por eso, podemos decir que la lucha por la autodeterminación y las libertades nacionales es una expresión condensada de la lucha de clases.

Pero esto no es nada nuevo. No es la primera vez que los comunistas nos debemos plantear la importancia que el hecho nacional puede tener de cara a un proceso revolucionario. En este sentido, es conocida la postura que mantuvieron Marx y Engels respecto a la cuestión irlandesa. En 1848, Engels consideraba que la liberación de Irlanda sería una consecuencia directa del movimiento democrático del proletariado británico, en concreto del Movimiento Cartista, y Marx era de la misma opinión. Sin embargo, más tarde, ambos se dieron cuenta de que la realidad era bien distinta. En una carta de Marx a Engels (10-12-1869), aquel escribía:

“durante mucho tiempo creí que era posible derribar el régimen irlandés mediante el ascenso de la clase obrera. Siempre sostuve esta opinión en el New York Tribune. Un estudio más profundo me convenció de lo contrario. La clase obrera no conseguirá nada hasta que no se libre de Irlanda. Hay que poner la palanca en Irlanda” [13].

A partir de entonces, Marx y Engels empezaron a considerar que el punto más débil del imperio británico, donde había que asestar el golpe decisivo, estaba en Irlanda. Algunos años más tarde, en una “comunicación confidencial” del Consejo General de la Internacional al Consejo Federal Suizo (28-3-1870) y en la carta a Vogt (9-4-1870), Marx exponía que la liberación de Irlanda “es condición previa de la emancipación de la clase obrera inglesa” [14].

Poco tiempo después, y en ese mismo sentido, el 14 de Mayo de 1872, Engels defendía ante el Consejo General de la Internacional la necesidad de que la sección irlandesa de la Internacional fuese independiente del Consejo General Británico [15]. Lo cual nos puede ilustrar sobre la importancia estratégica que el conflicto vasco tiene de cara a la revolución en España.

Pero esto no es todo, pues el desarrollo de un proceso revolucionario y de liberación nacional en Euskal Herria, puede trascender el ámbito de los Estados español y francés y tener honda repercusión en Europa. Lenin pensaba que las luchas de liberación nacional tienen, objetivamente, un carácter progresista y revolucionario, en la medida en que se enfrentan al imperialismo. Pero, ya en aquella época, acertó a comprender la importancia que podría llegar a tener la lucha de algunos pequeños pueblos oprimidos de Europa Occidental. Consideraba que esta lucha podría alcanzar un elevado grado de resistencia, debido a las propias condiciones materiales y espirituales de estos pueblos, a los que consideraba “cultos” y “altamente desarrollados”, y a que se encontraban en el corazón del imperio, lo que hacía que su lucha pudiera tener una mayor trascendencia que las insurrecciones coloniales [16]. Hay que tener en cuenta que uno de los problemas con que se enfrentan los estados capitalistas europeos en su intento de hacer de la UE una potencia imperialista consolidada, es el de la organización territorial.

Pero, antes de nada, debemos tener en cuenta que la lucha del Pueblo Trabajador Vasco no es una lucha aislada. El hecho de que Euskal Herria constituya un marco nacional autónomo de lucha de clases, no significa, en modo alguno, que nos debamos desentender de la lucha de la clase obrera y del resto de los pueblos y naciones oprimidas por el Estado español. Por una parte, no podemos hacerlo, porque somos internacionalistas y pensamos que la Revolución Vasca forma parte indisoluble de la Revolución Europea y de la Revolución Mundial. Pero, además, también tenemos y debemos tener siempre en cuenta que somos un pueblo pequeño, situado en un pequeño territorio, y que además existen unos lazos económicos, sociales, históricos, etc., entre nuestro pueblo y el resto de los pueblos oprimidos por el Estado español, y que éste es para todos el enemigo común.

11.- Lenin y la importancia del hecho nacional

Para Lenin, el hecho nacional fue un aspecto a tener en cuenta, obligatoriamente, en una estrategia revolucionaria, en la época del imperialismo. En ese sentido, decía:

“En la guerra actual, los estados mayores procuran diligentemente utilizar todo movimiento nacional y revolucionario en el campo enemigo; los alemanes, la sublevación irlandesa; los franceses, el movimiento checo, etc. Y desde su punto de vista actúan muy acertadamente. No se toma en serio una guerra seria, si no se aprovecha la menor debilidad del enemigo, si no se aprovecha cualquier ventaja, tanto mas, cuando no se puede saber con anticipación en que momento, donde y con cuanta fuerza estallara algún polvorín. Seriamos muy malos revolucionarios si en la gran guerra emancipadora del proletariado por el socialismo no supiéramos aprovechar todo movimiento popular contra cada una de las calamidades del imperialismo, para agudizar y ampliar la crisis” [17].

En el caso de Euskal Herria, desaprovecharíamos de forma lamentable la enorme potencialidad revolucionaria del movimiento democrático nacional vasco, si pretendiésemos incidir en él desde un partido de ámbito español.

Con un partido en el que las decisiones tácticas y estratégicas más importantes se adoptasen desde el centro, en función de las necesidades y de las prioridades políticas que se consideren y se establezcan desde Madrid. Con una dirección central que desconozca por completo la sensibilidad nacional de nuestro pueblo, su manera de ser, su psicología colectiva, malamente se podrá nunca intervenir de forma activa y eficaz en la lucha del pueblo trabajador vasco.

A lo sumo, se podrá utilizar algo el euskara en la propaganda, o se podrá defender (de forma retórica) el derecho de autodeterminación, como se ha venido haciendo, desde hace casi setenta años, por parte de las distintas organizaciones autodenominadas “comunistas” que ha habido en Euskal Herria, empezando por el PCE-EPK. Pero nunca se estará en condiciones de encabezar y dirigir la lucha por la liberación nacional y por el socialismo. Todo ello no contribuiría  sino a suscitar el recelo y la desconfianza de las masas trabajadoras vascas hacia los comunistas, al igual que ha ocurrido en el pasado y de lo que ya tenemos sobrada experiencia.

Una prueba de la enorme importancia que tiene el subestimar la cuestión nacional, la tenemos en la experiencia histórica del Turquestán [18] soviético, después de la Revolución de Octubre. A finales de 1919, la dirección del partido comunista envió allí a una comisión plenipotenciaria de investigación, para conocer de primera mano los problemas de la región. Esta comisión constató que tanto el régimen soviético como el propio partido comunista eran considerados en Turquestán como verdaderos  colonialistas.

Ni en los soviets, ni en el partido, había apenas comunistas nativos, mientras que abundaban los representantes del antiguo régimen zarista, como clérigos, antiguos agentes de la policía y kulaks. De esta manera, tanto el partido como el poder soviético, aparecían a los ojos de la mayoría de la población como protectores de la comunidad de origen ruso frente a la autóctona [19]. Probablemente, esa situación se podría haber evitado si los trabajadores de esta nación hubieran contado con un partido comunista propio. Pero, en aquellos momentos, no era esa la posición oficial.        

12.- Sobre el ámbito del partido

Es cierto que la teoría leninista del partido, contempla la construcción de una única organización de vanguardia en cada Estado capitalista. Esta es la línea general, con la que estamos plenamente de acuerdo. No obstante, hemos de tener en cuenta que el marxismo no es un “catecismo”, ni tampoco un recetario, compuesto de fórmulas inalterables, y aplicables en cualquier circunstancia, en todo momento y lugar.

El marxismo-leninismo es una teoría revolucionaria y, en cuanto que tal, debe estar en relación dialéctica con la práctica. Lo cual supone que: a) nos debe permitir conocer la realidad social, para así poder transformarla mediante la revolución, y b) para poder desempeñar eficazmente la función de servir de instrumento teórico para la transformación revolucionaria, debe adecuarse constantemente a una realidad compleja y cambiante como es la de la sociedad actual. En nuestro caso concreto, la teoría revolucionaria, el marxismo-leninismo, debe adecuarse a la singularidad vasca. Ello supone que, en cuanto teoría general, la teoría leninista del partido, como toda regla, debe incluir sus propias excepciones.

Se trata, ni más ni menos, que de tener en cuenta la relación dialéctica que existe entre lo general y lo particular. Según el Materialismo Dialéctico, lo singular, lo particular y lo general, se encuentran en conexión indisoluble, formando una unidad. Su diferencia es relativa. Lo general, se manifiesta a través de lo singular y de lo particular; y éstos, a su vez, no pueden existir sin lo general. En determinadas condiciones, se transforman recíprocamente. También, en determinadas condiciones, uno de dichos aspectos ocupará una posición principal, será el aspecto dominante, en otras condiciones lo será su contrario. En el caso de Euskal Herria, lo singular, lo particular, lo específico, tienen tal entidad, que hacen que constituya el aspecto principal, lo que hemos de tener en cuenta los comunistas a la hora de dotarnos de la organización más adecuada a nuestra realidad social.

Sin embargo, el hecho de abogar por un partido de carácter nacional, por un partido comunista vasco, no implica que en ningún momento debamos desentendernos de nuestros deberes internacionalistas que nos llevan a mantener unas relaciones, lo más estrechas posibles, con los comunistas de los diversos pueblos de España y de Francia. Lo que, por otra parte, no significa que esa sólida relación únicamente se pueda lograr en una misma estructura organizativa.

Además, como comunistas, debemos contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a impulsar la organización de los destacamentos de vanguardia revolucionaria en otros territorios del Estado español y francés, y de todos aquellos lugares de Europa o del mundo en los que todavía no existan.

Por otra parte, con aquellos que ya estén organizados, debemos estrechar unos sólidos lazos de apoyo mutuo, basados en el internacionalismo proletario, y establecer una coordinación estable. Es más, si en el Estado español y/o en el francés, se constituyese algún partido comunista verdaderamente revolucionario, no debemos descartar el establecer con él (o con ellos) una relación orgánica, de tipo confederal, basada en la plena soberanía de los comunistas vascos, similar a la que en el pasado existió entre el PCE y el PSUC, que llegó a tener representación propia en la Internacional Comunista.

En la época de Lenin, los bolcheviques estaban organizados a nivel de toda Rusia pero, además también había otras organizaciones revolucionarias independientes, como los comunistas borotvistas ucranianos.

Lenin, refiriéndose a las contradicciones entre los bolcheviques y los borotvistas  (que eran partidarios de la independencia de Ucrania), decía:

“…Lo principal es que haya unidad en la lucha contra el yugo del capital, por la dictadura del proletariado, pues los comunistas no deben tener divergencias por cuestiones de fronteras nacionales o de las relaciones federativas o de cualquier naturaleza entre los Estados” [20].

De ahí que para forjar esa unidad no sea necesario, obligatoriamente, el formar parte de una misma organización. El mantener viva esta relación dialéctica; el ser capaces de desarrollar las formas organizativas más adecuadas a nuestras condiciones concretas y, al mismo tiempo, garantizar la coordinación estable y la más firme unidad de acción entre los-las comunistas de Euskal Herria y de todo el mundo, y especialmente con los de España y Francia, es nuestro gran reto teórico y político.


NOTAS.

1.- J. V. Stalin. “El marxismo y la cuestión nacional”. Editorial Fundamentos. Madrid, 1976. Pág. 25.

2.- Idem.

3.- Obra citada. Págs 25-29.

4.- Carta de Engels a Borgius (25-1-1894). “Correspondencia de K. Marx y F. Engels”

5.- K. Marx. “Discurso sobre la cuestión del libre cambio”. Editorial Crítica. Barcelona, 1976. OME (T-IX) pág.131.

6.- K. Marx. “Las guerras campesinas en Alemania”. Editorial La Oveja Negra. Medellín, 1969. Pág. 29.

7.- Idem. Pág. 148.

8.- El único intento de llevar a cabo una revolución burguesa, fue el de las comunidades de Castilla (1520-22), que si no hubiese sido derrotado se podría haber convertido en la primera revolución burguesa de Europa.

9.- En el siglo XVI se redujo el comercio marítimo vasco como consecuencia de tres factores: a) la prohibición del comercio con Inglaterra, decretado por Felipe II (1575), que era uno de los principales clientes de los barcos y del comercio vascos ; b) el desastre de la Armada Invencible (1588) en el que se destruyó gran parte de la flota vasca; y c) la prohibición del comercio con Holanda, efectuada por Felipe III (1598), que era otro de los puntos tradicionales de destino del comercio vasco.

10.- C. Marx. “El Capital”. (Libro III. Sección Sexta. Capítulo XLVII.) Pág. 733. Edit. Fondo de Cultura Económica. México, 1973.

11.- Hay que tener en cuenta que el carlismo era un movimiento político profundamente contradictorio. Aunque su carácter era reaccionario, pues estaba dirigido por la baja nobleza y el clero rural, y su objetivo era la instauración de un régimen de monarquía absoluta, su base social era fundamentalmente campesina y en Hegoalde, respondía a una aspiración ampliamente sentida por las masas de respeto a los “fueros” que, en aquellos momentos, eran la expresión jurídico política de la nación vasca. Una nación precapitalista, en proceso de formación.

12.- GARA 13-01-2008. Págs 30-31.

13.- Marx a Engels (10-12-1869). Historia de Irlanda. Imperio y colonia. Escritos sobre Irlanda. Edit. Pasado y Presente. México, 1979. Pág. 193.

14.- Obra citada. Págs. 211-215.

15.- Obra citada. Págs. 321-324.

16.- Ver: Javier Villanueva. “Lenin y las naciones”. Editorial Revolución. Madrid, 1987. Pág. 293.

17.- V. I. Lenin. Obras Completas. 2ª Edición. Editorial AKAL. Madrid, 1978. Tomo XXII. Pág. 478. El subrayado es nuestro, en el original esta en cursiva.

18.- Turquestán es una inmensa región del Asia central que se extiende, aproximadamente, entre el Mar Caspio, la meseta de  Siberia, los macizos de Khorasan e Hindükush y las mesetas del Tibet. La meseta de Pamir lo divide en Turquestán occidental (ex soviético) y oriental (chino). El Turquestán oriental constituye la provincia de Sinkiang Uiqhür. El Turquestán soviético, comprendía las repúblicas de Kazahstán, Kirgizstán, Uzbekistán, Tadzitkistán y Turkmenistán.

19.- Javier Villanueva. Obra citada. Pág. 441.

20.- V. I. Lenin. “Carta a los obreros y campesinos de Ucrania a propósito de las victorias sobre Denikin”. O. E. Tomo 3. Editorial Progreso. Moscú, 1970. Pág. 323.