Un artículo de Yanis Varoufakis publicado en SIN PERMISO, 02/09/2018
A lo largo de la pasada semana,
los medios informativos de todo el mundo han estado proclamando la exitosa
conclusión del programa de rescate financiero de Grecia, organizado en 2010 por
la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Los titulares se
regocijaban por el final del rescate de Grecia, incluso por la terminación de
la austeridad.
Las informaciones desde la zona
cero de la crisis de la zona euro describían la intervención griega que ha
durado ocho años como paradigma de una juiciosa solidaridad europea con su
oveja negra: un caso de “quien bien te quiere…” que, presuntamente, ha
funcionado.
Una lectura más cuidadosa de los
hechos apunta una realidad diferente. En la misma semana que una Grecia asolada
entraba en otros 42 años de severa austeridad y de más intensa esclavitud por
deudas (2018-2060), ¿cómo se puede presentar como un hecho el final de la
austeridad y la recobrada independencia financiera de Grecia?
Por el contrario, la semana pasada
debería citarse en las facultades de Comunicación de nuestras universidades
como ejemplo de cómo se puede erigir un consenso en torno a una falsedad
ridícula.
Pero empecemos definiendo nuestros
términos. ¿Qué es un rescate y por qué es excepcional e inacabable en la
versión de Grecia? Tras la debacle bancaria de 2008, casi todos los gobiernos
rescataron a los bancos. En el Reino Unido y los EE.UU., el gobierno dio, como
todo el mundo sabe, luz verde al Banco de Inglaterra y a la Reserva Federal,
respectivamente, para imprimir montañas de dinero público a fin de reflotar los
bancos. Por añadidura, los gobiernos del Reino Unido y los Estados Unidos
pidieron prestadas grandes sumas para otorgar mayores ayudas a los
desfallecientes bancos, mientras sus bancos centrales financiaban buena parte
de sus deudas.
En el continente europeo se estaba
desarrollando un drama bastante peor, debido a la extraña decisión de la UE,
allá por 1998, de crear una unión monetaria presentando un Banco Central
Europeo sin un Estado que lo apoyara políticamente y 19 gobiernos responsables
de rescatar sus bancos en tiempos de turbulencia financiera, pero sin un banco
central que les ayudara. ¿Por qué este arreglo tan anómalo? Porque la condición
alemana para trocar su deutschmark por el euro fue la total prohibición de
cualquier financiación de bancos y gobiernos –italianos o griegos, por ejemplo-
por parte de cualquier banco central.
Así, cuando en 2009 los bancos
alemanes y franceses se demostraron todavía más insolventes que los de Wall
Street o la City, no hubo un banco central con la autoridad legal, o respaldado
por la voluntad política, como para salvarlos. Por tanto, en 2009, hasta a la
canciller Merkel de Alemania le entró el pánico cuando se le dijo que su
gobierno tenía que inyectar, de la noche a la mañana, 406.000 millones de euros
de fondos de los contribuyentes a los bancos alemanes.
Por desgracia, no fue suficiente.
Pocos meses más tarde, los ayudantes de la señora Merkel le informaron de que,
igual que los bancos alemanes, el sobreendeudado Estado griego encontraba
imposible sobreponerse a su deuda. Si se hubiera declarado en bancarrota, le
hubieran seguido Italia, Irlanda, España y Portugal, con el resultado de que
Berlín y París se habrían enfrentado a un nuevo rescate de más de un billón de
euros. En ese momento, se decidió que al gobierno griego no se le podía
permitir decir la verdad, es decir, confesar su bancarrota.
Para mantener esa falsedad, a la
insolvente Atenas se le otorgó, con la pantalla de humo de “solidaridad con los
griegos” el mayor préstamo de la historia, que pasó inmediatamente a los bancos
alemanes y franceses. Para tranquilizar a los enojados parlamentarios alemanes,
este colosal préstamo se concedió a condición de una brutal austeridad para el
pueblo griego, colocándolo en una permanente gran depresión.
Para captar la sensación de los
destrozos que siguieron, imaginemos lo que habría pasado en el Reino Unido si
el RBS, Lloyds y los otros bancos de la City se hubieran rescatado sin ayuda del
Banco de Inglaterra y por medio de préstamos extranjeros a Hacienda. Todo
otorgado a condición de que los salarios del Reino Unido se redujeran un 40%,
las pensiones un 45%, el salario mínimo en un 30%, el gasto de la sanidad
pública en un 32%. El Reino Unido sería hoy el erial de Europa, como lo es hoy
Grecia.
Pero, ¿no acabó esta pesadilla la
semana pasada? Ni lo más mínimo. Técnicamente hablando, los rescates griegos
tenían dos componentes. El primero entrañaba que la UE y el FMI concedieran al
gobierno griego alguna facultad por la que fingiera que estaba devolviendo sus
deudas. Y luego estaba la severa austeridad que adoptaba la forma de tipos
impositivos ridículamente altos y recortes salvajes en pensiones, salarios, en
salud pública y en educación.
La semana pasada acabó el tercer
paquete de rescate, igual que el segundo había acabado en 2015 y el primero en
2012. Tenemos un cuarto paquete semejante que difiere de los tres anteriores de
dos maneras poco importantes. En lugar de nuevos préstamos, se diferirán hasta
después de 2032 los pagos de 96.6000 millones de euros que debían iniciarse en
2023, cuando las cantidades deben devolverse con intereses añadidos a otros
grandes pagos de devolución anteriormente programados. Y, segundo, en lugar de
llamarlo cuarto rescate, la UE lo ha denominado, de modo triunfante, el “fin
del rescate”.
Por supuesto, seguirán siendo
ridículamente altos el IVA y los tipos impositivos a las pequeñas empresas,
igual que habrá nuevos recortes a las pensiones y nuevos tipos punitivos para
el impuesto sobre la renta de los más pobres, que están previstos para 2019. El
gobierno griego se ha comprometido también a mantener un objetivo de superávit
presupuestario a largo plazo, en el que no se cuenta el pago de la deuda (3,5%
de la renta nacional hasta 2021, y el 2,2% entre 2022 y 2060) que exige una
austeridad permanente, una meta a la que el FMI mismo concede menos de un 6% de
probabilidades de que se logre en cualquier país de la eurozona.
En resumen, tras haber rescatado a
los bancos franceses y alemanes a expensas de los ciudadanos más pobres de
Europa, y tras haber convertido a Grecia en una cárcel de deudores, la semana
pasada los acreedores de Grecia decidieron proclamar su victoria. Después de
haber dejado a Grecia en coma, lo han convertido en permanente, declarándolo
“estabilidad”: empujaron a nuestra gente por el precipicio y festejaron que
rebotaran contra la dura roca de una gran depresión como prueba de
“recuperación”. Por citar a Tácito, crearon un desierto y lo llamaron paz.