El patriarcado es un sistema de
relaciones sociales basado en el predominio, en la dominación, del hombre sobre
la mujer. El sistema patriarcal es muy antiguo y se remonta al periodo de
descomposición de la comunidad primitiva. F. Engels, en su obra “El origen de
la familia la propiedad privada y el Estado”, ya expuso que el inicio de la
opresión de la mujer se inscribía en un proceso histórico-social y que estaba
íntimamente relacionado con el surgimiento de la propiedad privada de los
medios de producción y el comienzo de la explotación de una clase por otra. De
hecho, la opresión de la mujer constituyó la primera forma de opresión social.
Con el paso del tiempo y el
desarrollo de los distintos modos de producción, el patriarcado no sólo ha continuado
existiendo, sino que se ha adaptado a cada uno de ellos entrelazándose
estrechamente con su estructura social. Bajo el capitalismo, el patriarcado
también continúa existiendo. Y ello es así porque el capitalismo se beneficia
de su existencia, porque el sistema de dominación patriarcal sirve a sus
intereses. ¿Cómo ocurre esto? Fundamentalmente por la asignación a la mujer de
las tareas “domésticas”, al igual que ha sucedido en las sociedades que han
precedido al capitalismo: la sociedad esclavista y el feudalismo.
El
trabajo doméstico
Para que el capitalismo funcione,
para que tenga lugar el proceso de realización
del valor en la reproducción ampliada del capital, es necesario que también
exista un proceso de reproducción de la fuerza de trabajo. Este proceso tiene
lugar, fundamentalmente, en el marco de la familia, como unidad económica, y
las tareas que ello conlleva recaen especialmente en la mujer.
El hogar familiar es el ámbito en el
que tiene lugar el proceso de reproducción
de la fuerza de trabajo y según este, a la mujer, además del papel que
desempeña en la propia reproducción (biológica) de la especie humana (embarazo,
parto, lactancia) que la diferencia sustancialmente del varón, se le impone el
papel de proveer al mercado capitalista
de la fuerza de trabajo necesaria para la continuación del proceso de
explotación social y de producción de plusvalía. El papel de proveer al
“mercado” de nuevos seres que habrán de someterse a la explotación. Mientras
que, por otra parte, la familia burguesa es el ámbito en el que tiene lugar la
reproducción de los continuadores de la explotación capitalista.
De acuerdo con esta función, además
de las tareas propias de la reproducción de la fuerza de trabajo, tales como la
crianza, educación y cuidados, se asignan a la mujer obrera otras tareas,
igualmente necesarias para el sistema, como son las propias de la recuperación
de la fuerza de trabajo de sus miembros adultos (alimentación, limpieza y
salud), así como el cuidado de los mayores.
La burguesía se beneficia de la
asignación a la mujer de estas tareas imprescindibles ya que, de lo contrario,
tendría que ser ella quien corriese con todos los gastos derivados de esas
funciones de reproducción y mantenimiento, o tendría que asumirlas
directamente el propio Estado burgués. Sin embargo, lo logra con una mínima
inversión, los salarios de miseria que paga a los trabajadores varones o a las
propias mujeres (salarios aún menores) cuando se ven obligadas a compaginar el
trabajo (asalariado) fuera del hogar, con el trabajo doméstico, en una doble y
agotadora jornada de trabajo.
Cuando desde algunos sectores del
movimiento de mujeres se reivindica un salario para el “ama de casa”, se está
pasando por alto que, por muy buenas intenciones que parezca tener, el capitalismo no está objetivamente
interesado en acabar con la explotación
del trabajo doméstico que realiza la mujer. Por ello, la solución
definitiva a la opresión que sufre la mujer no tendrá lugar bajo este sistema
de explotación y opresión.
La
única solución, ¡la socialización!
La gran mayoría de las mujeres,
aunque todavía no tenga conciencia de ello, están objetivamente interesadas en
el triunfo de la revolución socialista. Y ello porque, al igual que tuvo lugar
en Rusia, tras la Revolución de Octubre de 1917, la toma del poder por el
pueblo trabajador, dirigido por la clase obrera vasca, supondrá un cambio
radical en sus condiciones de vida y de trabajo.
El trabajo que ahora realiza la
mujer en el hogar, el trabajo doméstico, es una función necesaria e
imprescindible para el funcionamiento de toda la sociedad. Por ello, habrá de
ser asumido por el conjunto de la sociedad. El trabajo doméstico debe ser sacado de los hogares. Debe ser
racionalizado y asumido por la colectividad. Debe basarse en la planificación,
en la que habrán de participar tanto el Estado socialista como los diferentes
colectivos y movimientos sociales, desarrollando toda la potencialidad de la
auto-organización de las masas.
En ese sentido, el Estado Socialista
Vasco y los movimientos populares, habrán de considerar que la socialización del trabajo doméstico es
una tarea ineludible y prioritaria de la Revolución Vasca. Y ello supone
que en cada barrio y/o en cada pueblo, se deban organizar salas de lactancia;
guarderías infantiles; establecimientos para lavado, cosido y planchado de
ropa; comedores populares; casas de cuidado y acogida de mayores; etc., etc.
Toda la potencialidad de las mujeres
debe ser liberada. Como dijo Lenin con ocasión del Primer Congreso de obreras
de toda Rusia:
“Hasta ahora, la situación
de las mujer ha sido tal, que se la ha calificado como propia de una esclava;
la mujer ha estado agobiada por su economía doméstica, y de esta situación sólo
la puede salvar el socialismo. Sólo cuando pasemos de las pequeñas haciendas a
la economía colectiva y al laboreo en común de la tierra, sólo entonces
existirá la plena libertad y emancipación de la mujer. Esta tarea es difícil,
pero ahora, cuando se forman los comités de campesinos pobres, llega el momento
en que se afianza la revolución socialista…
… La
experiencia de todos los movimientos liberadores confirma que el éxito de la
revolución depende del grado en que participen en ella las mujeres.” [1].
NOTAS
1.- V. I. Lenin. “La emancipación
de la mujer. Recopilación de artículos”. Akal Editor. Madrid, 1975. Pág. 62.