En la primavera
de 1916, cuando gran parte de Europa llevaba casi dos años desangrándose,
sufriendo la inmensa carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial, Lenin
definió así al imperialismo:
“El imperialismo es la fase de
desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del
capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de
capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trust internacionales y ha
terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más
importantes.” [1].
Esta guerra había
estallado como consecuencia de las rivalidades y contradicciones que
enfrentaban entre sí a las distintas potencias imperialistas. Pero también tuvo
unos efectos imprevistos, y no deseados, para quienes la provocaron. El más
importante de los cuales fue, sin duda alguna, el triunfo de la Revolución
Socialista en Rusia, en Octubre de 1917, y sus posteriores repercusiones a
nivel mundial.
La humanidad
todavía tuvo que volver a desangrarse en un nuevo conflicto, la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945), hasta que se saciaron los apetitos de las clases
dominantes de algunas de las potencias beligerantes y se hubo consumado la
tercera reorganización político territorial de Europa [2].
1.- La “globalización” capitalista
Hoy día, dentro
de su fase imperialista, el capitalismo se encuentra en un estadio de
desarrollo que se caracteriza por la preponderancia absoluta del capital
financiero (especialmente de sus sectores más parasitarios y especulativos)
sobre el capital industrial; la extensión de la “economía de mercado” hasta el
último rincón del planeta; el protagonismo de las empresas transnacionales; el
rápido desarrollo de las nuevas tecnologías (microelectrónica, informática,
robótica, etc.) y su inmediata incorporación al proceso de producción; así como
el desarrollo de distintos procesos de integración económica y/o política en
varias regiones del mundo; lo que se conoce como “globalización económica”.
Este término también incluye la creciente
desregulación financiera; el progresivo desmantelamiento del llamado “Estado
del bienestar” (neokeynesiano); la privatización de las empresas y servicios
públicos; los procesos de urbanización acelerada en numerosos países de África,
Asia y América Latina; la homogeneización y uniformización nacional-cultural y
la asimilación ideológica; el desdibujamiento del papel de la clase obrera como
sujeto de transformación social y la aparición de un gran número de nuevos
movimientos sociales, como respuesta a las crecientes contradicciones generadas
con el desarrollo del capitalismo.
Simultáneamente
con todo lo anterior y, en gran medida, como consecuencia de todo ello, también
se están produciendo grandes flujos migratorios, entre el campo y la ciudad y
entre países pobres y los ricos, a lo que viene a añadirse el número cada vez
mayor de poblaciones desplazadas y de enormes masas de refugiados, como
consecuencia de los numerosos conflictos armados, producidos por la
intervención de las potencias imperialistas (principalmente EEUU y sus aliados)
en distintos escenarios geográficos.
La creciente
irracionalidad del capitalismo [3], que acentúa de día en día su carácter
depredador y criminal, con su búsqueda desesperada del beneficio a cualquier
precio, y que está llevando a la propia humanidad y al conjunto del planeta al
borde de la extinción, no hace sino confirmar la justeza y la plena vigencia de
la teoría revolucionaria, el marxismo-leninismo, en la época actual.
2.- El balance del “ciclo de Octubre”
Han pasado ya
casi cien años desde que tuvo lugar la Revolución Socialista de Octubre. Con
ella, dio comienzo un ciclo revolucionario que se extendería por distintos
países de Europa y Asia, aunque también tuvo notable influencia e importantes
repercusiones en otros continentes, como África y América [4]. Hoy día, puede
decirse que el “ciclo de Octubre” ha llegado a su fin.
De ahí que,
aprovechando la ocasión que nos brinda la conmemoración de este centenario,
hemos pensado hacer un balance de lo que realmente supuso el “ciclo de Octubre”
para el conjunto de la humanidad, así como analizar los factores que, en una u
otra medida, contribuyeron a crear las condiciones que condujeron a su
finalización. Porque, de lo que se trata es de trabajar para hacer posible el inicio de un nuevo ciclo
revolucionario, pero a un nivel superior que el ya finalizado.
Para ello,
debemos superar la autocomplacencia y dejar de fijarnos sólo en los logros y en
los avances efectuados, que aunque fueron importantes, no pueden oscurecer u
ocultarnos los aspectos negativos y los errores cometidos porque, en
definitiva, han sido estos los que han posibilitado el enorme retroceso sufrido
por el Movimiento Comunista Internacional y por la Revolución Mundial.
No basta con
reconocer, “con la boca pequeña”, que se han podido cometer errores,
atribuyéndoselos siempre a las condiciones adversas, a las enormes dificultades
que hubo que superar (que, por supuesto, siempre hemos de tener en cuenta) con
objeto de minimizarlos o eludir la necesidad de abordarlos en profundidad.
Es imprescindible
realizar un análisis histórico-crítico de todo ese periodo, profundizando en
las causas ideológicas, políticas, económicas, etc. de los errores cometidos;
de los métodos incorrectos, de los vicios de funcionamiento, de las
limitaciones teóricas, que se han ido arrastrando, en muchas ocasiones, desde
los tiempos de la Segunda Internacional.
3.- El desarrollo de la teoría revolucionaria
La evolución
experimentada por el capitalismo y la experiencia revolucionaria acumulada por
el proletariado internacional, permiten llevar a cabo una labor de desarrollo
(actualización y enriquecimiento) de la teoría marxista, que corresponda a las
exigencias que nos impone el inicio de un nuevo ciclo revolucionario, a nivel
mundial, al haber concluido ya el que se inició con la Revolución de Octubre de
1917 en Rusia.
El marxismo, como
teoría revolucionaria, se ha basado en tres fuentes: a) la filosofía clásica
alemana, especialmente la dialéctica idealista de Hegel y el materialismo
antropológico de Feuerbach; b) la economía política clásica inglesa, sobre todo
las doctrinas de Adam Smith y de David Ricardo; y c) el socialismo utópico
francés de comienzos del siglo XIX, especialmente el de Saint Simón y el de
Charles Fourier.
De ellas, han
derivado los tres componentes principales o por decirlo de otra forma, las tres
partes integrantes de la teoría marxista: a) el Materialismo dialéctico y el
Materialismo histórico; b) la economía política marxista; y c) la teoría del
socialismo científico. Cada una de ellas, por su parte, precisa incorporar los
cambios y avances que se han producido en los distintos campos o áreas.
En el de las
ciencias, por ejemplo, incluyendo los nuevos descubrimientos y teorías
desarrolladas en la concepción de la materia, como la “teoría de cuerdas” (Jöel
Scherk, John Henry Schwarz y otros); y la “teoría de la evolución discontinua”
o del “equilibrio punteado” o del
“desarrollo por equilibrios intermitentes” (Niles Eldredge y Stephen Jay Gould)
que viene a constituir una superación del evolucionismo gradualista darwiniano,
tantas veces utilizado por los reformistas para negar la necesidad del cambio
revolucionario, con la pretendida justificación de que “en la naturaleza no se
da un desarrollo por saltos”. Todo lo cual contribuirá a enriquecer y
desarrollar el Materialismo dialéctico.
En el campo de la
economía, incorporando las experiencias de planificación en los antiguos países
socialistas (Charles Bettelheim, Paul M. Sweezy y otros); así como el
desarrollo de la crítica de la economía política capitalista, profundizando en
el estudio del fenómeno de la “financiarización” (Reinaldo A. Carcanholo, Paulo
Nakatani y otros), y el estudio de la acumulación de capital en los procesos de
urbanización capitalista (Christian Topalov).
Por último, en el
terreno de la teoría política socialista y teniendo en cuenta que las experiencias
revolucionarias tuvieron lugar, fundamentalmente, en países económicamente
atrasados (con débil desarrollo industrial, bajo nivel educativo, escasa
tradición política democrático-burguesa, etc.) y con una masa de población
fundamentalmente rural, habría que desarrollar el concepto de construcción del
socialismo y de dictadura del proletariado de cara a las condiciones concretas
que existen en los países capitalistas desarrollados, en los que todavía no ha
tenido lugar ninguna revolución socialista y en los que existe un fuerte
desarrollo industrial y tecnológico. Estos países son predominantemente
urbanos, poseen un importante nivel de instrucción, una larga tradición
democrática parlamentaria, así como un modo de vida, unas costumbres y unas
necesidades sociales básicas (materiales y culturales) muy diferentes a las de
la mayoría de aquellos países que formaron parte del campo socialista.
Es, por tanto,
una tarea ineludible para los revolucionarios actualizar y enriquecer la teoría
marxista con el fin de volver dotar al proletariado mundial de esta poderosa
arma de cara al nuevo ciclo revolucionario.
NOTAS
1.-V.
I. Lenin. “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Edit. Fundamentos.
Madrid, 1974. Pág. 99.
2.-
Ver: “Europa (1648-1945): Capitalismo, guerra y reorganización territorial”. (SUGARRA 08-05-2014).
3.-
Una actuación irracional que está conduciendo, con rapidez vertiginosa, al
agotamiento de los recursos naturales (especialmente del agua y los alimentos
básicos), al cambio climático y a la desaparición diaria de especies vegetales,
animales e incluso de comunidades humanas; así como al hacinamiento de enormes
masas de población en ciudades de dimensiones monstruosas y carentes de los
servicios básicos (saneamientos, médicos, vivienda, transporte, educativos,
etc.) y donde crecen a pasos acelerados la delincuencia, la drogadicción, la
prostitución infantil, etc.
4.-
Ver: “1917-2017”
(SUGARRA 10-01-2017).