La cuestión de la mujer no es simplemente una cuestión de
democracia e igualdad. Sin duda, la igualdad es parte de la solución pero la
liberación de la mujer va mucho más allá, es algo mucho más profundo que los
derechos democráticos.
Hoy en día, en la sociedad capitalista, la opresión de la
mujer se mantiene mediante una estructura económica, jurídica, política e
ideológica machista. El capitalismo no ha iniciado la opresión de la mujer, la ha
heredado; ha tomado y adaptado para su provecho el sistema patriarcal.
El sistema patriarcal ha estado siempre ligado a la
estructura económica de la sociedad y se ha apoyado por ello en los intereses
de las clases dominantes que se han ido sucediendo a lo largo de la historia,
de las clases opresoras que lo han defendido y perpetuado. La pervivencia de la
organización patriarcal de la sociedad se apoya en la división del trabajo, en
los intereses que reporta al sexo masculino su mantenimiento, en los privilegios
acumulados por los hombres en los más diversos terrenos (económico, sexual,
laboral, jurídico, cultural, político,…) a costa de la opresión y marginación
de las mujeres.
El sistema patriarcal ha sido plenamente incorporado por
el capitalismo a su base económica y a la superestructura ideológica, política
y cultural con la finalidad de perpetuar su explotación y dominación de clase.
Para ello, las mujeres realizamos, en el marco de la
familia, el trabajo necesario para el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo. Ha convertido a la familia en
una unidad de consumo privilegiada, apoyándose particularmente en la situación
de las mujeres como responsables de los asuntos domésticos para hacer de las
mismas presas del consumo. Utiliza
la mano de obra femenina en paro como un gigantesco ejército de reserva, al que recurre cuando escasea la fuerza de
trabajo y del que prescinde en épocas de excedente de fuerza de trabajo, tal y como
ocurre en los periodos de crisis económica.
Igualmente, el capitalismo se sirve de la familia
patriarcal para la reproducción de su ideología. El individualismo, la autoridad (hasta hace no muchos años, absoluta e
indiscutible) del padre, la obediencia que le deben mujer e hijos, etc. son
ideas en las que se nos educa desde pequeños. En el seno de la familia se
aprende que la obediencia al que manda es una virtud, que contribuye a no poner
en cuestión el orden establecido.
En la sociedad capitalista, la opresión de sexo está
indisolublemente ligada con la opresión de clase. Si bien es cierto, que la
contradicción hombre-mujer no puede ser reducida a la contradicción
burguesía-proletariado, no es menos cierto que la superación de la primera no
puede ser abordada si no es en el marco de la solución de todos los tipos de
opresión y discriminación que existen en la sociedad de clases. Estas
opresiones y discriminaciones están dominadas por la contradicción fundamental
que atraviesa nuestra sociedad enfrentando a la burguesía con el proletariado.
Por tanto, la lucha contra el patriarcado forma parte
inseparable de la lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad en
la que éste se halla inserto. En ese sentido, podemos afirmar que la emancipación de la mujer no puede
plantearse separadamente de la liberación de todos los explotados y oprimidos
por el capitalismo.
Pero conviene dejar muy claro que el socialismo, por sí
mismo, no supondrá de forma automática la plena emancipación de las mujeres
(como se ha sostenido erróneamente durante muchos años), aunque creará las
condiciones favorables para ello, al liberar todas sus potencialidades. La
eliminación del patriarcado requerirá, sin duda, una lucha de largo alcance
para la cual es requisito imprescindible que las mujeres se constituyan como
una fuerza autónoma, consciente y organizada, de la revolución, capaz de hacer
triunfar en el seno de ésta la causa de la liberación femenina.
En el transcurso de ese proceso, las mujeres tendremos que
tomar en nuestras propias manos la tarea de impulsar una profunda revolucionarización
ideológica que acabe con los últimos vestigios de la dominación patriarcal. En
esa tarea, tendremos que ser las principales protagonistas. La lucha de
liberación de la mujer, tendrá que constituir una verdadera “revolución dentro
de la revolución”.
Los mayores avances de la liberación de la mujer en la historia
Echando la vista atrás, Alexandra Kollontai y Clara
Zetkin, al igual que también lo hicieran Engels, Bebel, y Lenin, denunciaron la
subordinación y opresión de las mujeres, defendiendo la necesidad de su
liberación y vinculándola a la revolución social.
Este año conmemoramos el centenario de la Revolución Socialista de Octubre, una
revolución que cambió, de arriba abajo, la sociedad y la vida de Rusia en
general y, muy especialmente, la de las mujeres en particular.
La situación de las mujeres en la Rusia zarista no difería
demasiado de la situación de las mujeres en el resto de Europa a principios del
siglo XX. Jurídicamente, eran eternas adolescentes sometidas a esposos y padres.
“Según nuestras leyes la mujer debe obediencia al marido y el poder de éste se
coloca sobre el de los padres”, diría Alexandra Kollontai.
Entre las trabajadoras la tasa de analfabetismo
rondaba el 50%. Las condiciones de las familias obreras eran de absoluta
penuria y la mortalidad infantil era del 30% en el primer año de vida. En las
fábricas se hacían jornadas de 14 y 16 horas y en aquellas en las que
trabajaban mujeres, se organizaban dormitorios para las que se encontraban
solas y en las peores condiciones.
No era inusual que las mujeres fueran compradas y vendidas
como esposas o sirvientas. Eran tratadas como bestias de carga en granjas y
hacían trabajos denigrantes en talleres.
Durante los años de la Primera Guerra Mundial las condiciones
de vida de las esposas de los soldados enviados al frente habían
empeorado. Una de sus demandas era el pago de la asignación estatal, algo que
el gobierno no podía llevar a cabo debido a la mala situación financiera. Estas
mujeres fueron parte destacable de la presión ejercida sobre los gobiernos
provisionales posteriores a la revolución de febrero de 1917.
La participación de las mujeres, tanto en la vida
productiva como en la política y social, está estrechamente relacionada con el
contexto histórico de la Rusia inmediatamente anterior a la Revolución de
Octubre. A partir de ahí, las mujeres seguirían formando parte activa de los
acontecimientos. El reconocimiento de su participación en los hechos nos ayuda
a completar un cuadro más ajustado de este período histórico; que propiciaría
muchos avances importantes para las condiciones económicas y sociales de las
mujeres rusas, avances jamás vistos hasta entonces por las mujeres del mundo.
La victoria de la revolución
cambió de inmediato y por completo la vida de las mujeres. Las nuevas leyes
despojaron a los hombres de los derechos sobre esposas e hijos, aseguraron el
derecho al divorcio y establecieron salarios iguales para hombres y mujeres. El
matrimonio ya no lo legalizaba la iglesia, sino una ceremonia civil. Las
mujeres que daban a luz en hospitales no tenían que pagar nada. El aborto, en
un primer momento, se discriminalizó y después se legalizó en 1920. Ya no se
castigaba a las prostitutas y más tarde se eliminó la prostitución. Se abolió
el matrimonio infantil, así como la compraventa de mujeres. Los centros de
trabajo permitieron que las mujeres se ausentaran por maternidad y aborto.
Lenin afirmó que "la experiencia de todo movimiento de
liberación ha demostrado que el éxito de una revolución depende del grado de
participación de la mujer".
En la nueva Unión Soviética
socialista se discutió y se luchó por la liberación de las mujeres. En
acalorados debates en periódicos, revistas de mujeres, escuelas y lugares de
trabajo se discutía acerca de las relaciones sexuales, el matrimonio, la
familia y el papel de las mujeres en la revolución. Se criticaron y pusieron en
tela de juicio las costumbres opresivas y patriarcales.
Se tomaron medidas para liberar a
las mujeres de tareas como el cuidado de los niños, cocinar y limpiar. Se
establecieron guarderías y cocinas comunales en barrios y en grandes factorías.
Como resultado de la
colectivización surgieron nuevas oportunidades para las mujeres, quienes
desempeñaron trabajos que nunca antes se les habían permitido. Las mujeres
empezaron a tener responsabilidades políticas y administrativas en el manejo de
las granjas colectivas. En el hogar se cuestionó la autoridad patriarcal de
padres y esposos. La campaña contra el analfabetismo en el campo jugó un importante
papel en la liberación de las mujeres. A principios de los años 30 menos del
40% de las mujeres del campo sabían leer; a finales de esa década, más del 70%
ya sabía leer.
En 1949 Mao Tsetung dirigió al
pueblo chino a la victoria de la revolución. "¡El pueblo chino se ha puesto en pie!", y las mujeres
levantaron la cabeza.
En 1950, una nueva ley de
matrimonio puso fin a los matrimonios arreglados y a las novias niñas y otorgó
a las mujeres el derecho al divorcio. Se socializaron tareas como cocinar y cuidar
de los niños, se estableció una red de guarderías infantiles en barrios y en
pueblos a cargo de organizaciones de barrios, fábricas, escuelas o cooperativas
de campesinos.
En 1966, la Revolución Cultural
fue un gran golpe para las tradiciones y prácticas retrógradas de la sociedad
de clases y la lucha contra la opresión de la mujer fue parte importante de
esta revolución. Se lanzaron campañas masivas para criticar las ideas del
confucionismo feudal y el capitalismo, que apoyaban las divisiones desiguales y
opresivas de la sociedad entre el trabajo intelectual y manual, entre la ciudad
y el campo, y entre hombres y mujeres. Surgieron nuevas obras de teatro,
ballets y óperas con mujeres como personajes centrales, que se popularizaron en
todo el país, inclusive en zonas rurales remotas. En la China maoísta, "las mujeres sostenían la mitad del
cielo" para construir una nueva sociedad socialista.
Los históricos avances de la
liberación de la mujer en la sociedad socialista (en la Unión Soviética de 1917 a 1956 y en China de 1949 a 1976) fueron mayores
y llegaron mucho más allá de lo que se ha logrado en cualquier otra parte del
mundo.
En este Día Internacional de la
Mujer, todas las que soñamos con una sociedad sin opresión nos sentimos
orgullosas de estas mujeres revolucionarias que estuvieron y están en las
primeras filas luchando por construir un futuro libre de explotación para toda
la humanidad.