martes, 16 de agosto de 2016

CAPITALISMO, PATRIARCADO Y VIOLENCIA MACHISTA



En el capitalismo, el patriarcado se ha insertado en las estructuras sociales y económicas, y continúa vigente debido a que se ha adaptado al sistema socio-económico, ideológico y político; de tal forma que una de sus características específicas es la del mantenimiento de la estructura familiar y de la división del trabajo en función del sexo.  

El capitalismo no ha creado las relaciones patriarcales, de dominación de un sexo por otro. Surgió del interior mismo del modo de producción feudal, en el que ya existía el patriarcado. El modo de producción capitalista trajo consigo la transformación de las relaciones sociales de producción, modificando sustancialmente la estructura de clases de la sociedad. Al mismo tiempo, el capitalismo modificó y adaptó las viejas relaciones patriarcales y las incorporó a su propia organización social y económica, así como a sus propias referencias culturales.

En esta relación de interdependencia, el patriarcado garantiza la opresión de los hombres sobre las mujeres, del sexo masculino sobre el femenino, perpetuando el acceso desigual de unos y otras a la actividad productiva. Por su parte, el capitalismo que establece una división de la sociedad en dos clases antagónicas, la burguesía y el proletariado, se basa en el patriarcado, se sirve de él, para funcionar como sistema socioeconómico.

El capitalismo necesita de la opresión de la mujer para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo. Además, la mujer constituye el grueso del ejército de reserva del capitalismo. La mujer es la primera en sufrir el paro en épocas de crisis. Por otra parte, la mujer es mayoritaria entre los sectores marginados y excluidos (feminización de la pobreza).

En el capitalismo, a pesar de las “políticas de igualdad” de las instituciones burguesas, como Emakunde, para “empoderar” a las mujeres,  y de las condenas formales de los “malos tratos”, la mujer continúa siendo un objeto sexual y sufriendo todo tipo de agresiones. Y es que la dominación del hombre sobre la mujer también va acompañada de la violencia.

Una violencia machista que puede ser física, que se traduce en palizas, violaciones, etc. y que puede llegar hasta el asesinato; moral o psicológica, amenazas, insultos, desprecios o humillaciones;  y también simbólica (término acuñado por el sociólogo Pierre Bordieu), entendida como un grupo de significados impuestos como válidos y legítimos por la cultura patriarcal, que parten de la supremacía y dominación masculina y, por tanto, tiene estrecha relación con el poder y la autoridad. Se trata de un tipo de maltrato sostenido en las prácticas culturales de hombres y mujeres y puede presentarse en todos los espacios de la vida social. Casos de violencia machista los vemos casi a diario en pueblos y ciudades. Y, ahora, en verano, con ocasión de las fiestas, su incidencia aumenta considerablemente.

A la vista de todo esto, resulta evidente que la violencia machista desempeña una función específica y diferenciada, adquiriendo un carácter estructural en la reproducción del sistema capitalista-patriarcal. La violencia machista (violencia de género), al igual que la actual estructura familiar, con su jerarquía de género, constituyen una necesidad del propio sistema económico capitalista, que las integra en los mecanismos de su propio funcionamiento interno. Pero, ¿cómo puede ocurrir esto en países “civilizados”, en pleno corazón de la UE? ¿Por medio de qué mecanismos se ha mantenido hasta nuestros días, la violencia machista?

Para entenderlo, debemos tener en cuenta que la sociedad de clases y, en relación con ella, el patriarcado, existe desde hace varios milenios. En un periodo tan prolongado de tiempo, al igual que ha sucedido con la idea de la propiedad privada, la idea de la dominación masculina y la consiguiente subordinación de la mujer al hombre ha pasado a ser interiorizada y de esta manera ha entrado a formar parte del subconsciente colectivo y con ello de la propia psicología social.

Así, la violencia machista, ha llegado a constituir un mecanismo espontáneo cuya funcionalidad es la de perpetuar las relaciones patriarcales de dominación, independientemente de las modulaciones o adaptaciones que estas puedan llegar a experimentar en su proceso de adaptación a la sociedad capitalista.

Es por ello que la completa emancipación de la mujer no podrá alcanzarse hasta que se haya puesto fin a la sociedad de clases y, además, después de que se haya desarrollado un largo proceso de revolucionarización ideológica y cultural que permita interiorizar, de forma generalizada, la idea de la plena igualdad entre las personas, independientemente de cual sea su sexo.