jueves, 5 de marzo de 2015

MARXISMO, FEMINISMO Y REVOLUCIÓN



[...] la causa de la opresión de la mujer es histórica y se sitúa en la aparición del Estado, la sociedad de clases y la propiedad privada. Y por lo tanto, la lucha por la emancipación de la mujer es inseparable de la lucha por el socialismo que propugna la transformación económica, social y política de la sociedad y el fin de las clases sociales [...]

El paso de comunismo primitivo a una sociedad cada vez más compleja donde aparece la propiedad privada y la estratificación social, va unido a la aparición de la familia patriarcal. Este tipo de familia no sólo supone la monogamia y el control estricto de la sexualidad para la mujer, sino que paralelamente esta va siendo relegada de la posición de igualdad y reconocimiento de la que gozaba dentro del sistema productivo en las sociedades basadas en el parentesco. A medida que se avanza en la especialización del trabajo, las mujeres van quedando gradualmente excluidas de ciertas profesiones y ocupaciones y se les impide el acceso a la educación.

Aunque la aparición del patriarcado es muy anterior al capitalismo, ha habido periodos en la historia y regiones concretas en que las mujeres siguieron conservando un cierto reconocimiento social y respeto allí donde persistieron formas de organización social derivadas del comunismo primitivo. No existe ninguna “cuestión femenina” aislada, cuyo análisis se pueda hacer fuera del contexto histórico de la división de la sociedad en clases.

Joyce Lussu, en “Padre, patrón, padreterno” [1], afirma que la cultura campesina, eliminada por el Estado Romano, siguió existiendo en las zonas menos pobladas y productivas de campesinos y pastores libres en Italia. En estas comunidades, la posición de la mujer era de gran prestigio; no sólo participaba en la producción y en la distribución de los bienes, sino que gestionaba la asistencia médica y la mediación con lo sobrenatural.

Los descubrimientos de la Antropología del siglo XX corrigieron ciertas imprecisiones de los datos etnográficos en los que se apoyaban Bachofen y Morgan y de los que bebió Engels. Pero lo fundamental es que fue este último quien en primer lugar demostró que la causa de la opresión de la mujer es histórica y se sitúa en la aparición del Estado, la sociedad de clases y la propiedad privada. Y por lo tanto, la lucha por la emancipación de la mujer es inseparable de la lucha por el socialismo que propugna la transformación económica, social y política de la sociedad y el fin de las clases sociales.

El marxismo desde el inicio, siempre se preocupó de la cuestión de la mujer, y si ésta fue polémica dentro del movimiento socialista es justamente porque es una de las que más pone en evidencia la división de la sociedad en clases. La Primera Internacional mantuvo serias divergencias entre sus miembros acerca de distintos temas. “La cuestión de la mujer” fue una de ellas.

Los lasalleanos (seguidores de Ferdinand de Lasalle) se oponían a exigir la igualdad de derechos para la mujer como parte del programa del partido. Opinaban que las mujeres eran criaturas inferiores cuyo lugar predestinado era el hogar, y la victoria del socialismo, asegurando al marido un salario adecuado para abastecer a toda la familia, las haría regresar a su hábitat natural. La ideología de que el lugar de la mujer es el hogar, tuvo como uno de sus mayores impulsores al pensador francés Proudhon, cuyas ideas repercutieron en los sindicatos y también entre los dirigentes de la Primera Internacional.

Sin embargo a esta corriente se oponían los marxistas dirigidos por Liebknecht y Bebel. Este último en 1883 publicó el libro “La mujer y el socialismo” [2], que contribuyó mucho para transformar la discusión sobre la cuestión de la mujer. A pesar de haber salido un año antes del libro de Engels, “El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado” [3], el trabajo de Bebel es básicamente un desarrollo de las ideas de Engels. Explica las raíces profundas de la opresión de la mujer, las formas que adoptó a lo largo de los siglos, el significado históricamente progresivo de la integración de la mujer en la producción industrial y la necesidad de la revolución socialista para abrir el camino de la liberación de la mujer. El libro causó sensación no sólo en Alemania, sino en toda Europa, y ayudó en la formación de varias generaciones de marxistas.

La cuestión de la mujer tiene que estar siempre enmarcada dentro de la lucha de clases en la que hubo que combatir y tenemos que seguir combatiendo las posturas patriarcales y machistas dentro del movimiento revolucionario, entre los y las propias militantes. Pero eso no nos impide reconocer la contribución y la validez del pensamiento marxista, en sus teorías acerca del origen de la opresión de la mujer y el camino a seguir para su completa emancipación.

La Segunda Internacional sí se ocupó de la lucha sufragista. Ahora bien, también en este tema las posturas estaban divididas entre quienes defendían derecho de voto sólo para hombres y los marxistas, defensores del voto universal. La dirigente política feminista marxista más importante de la Segunda y de la Tercera Internacional fue Clara Zetkin, miembro del SPD. Este partido exigió derechos políticos para todos independientemente del sexo, y la abolición de todas las leyes que discriminaban a la mujer. Igualdad, periódico dirigido por Clara Zetkin, fue uno de los periódicos femeninos más importantes del mundo, cuya circulación superaba los 100 mil ejemplares hacia 1912.

La propia Clara Zetkin en la Tercera Internacional fue acusada por muchos miembros del partido de incurrir en una desviación socialdemócrata por tratar de incluir dentro del programa de este, reivindicaciones democráticas acerca de la cuestión de la mujer. Pero en defensa de Zetkin, Lenin argumentó que la “pureza de los principios” no puede chocar con las necesidades históricas de la política revolucionaria. Por eso, él defendió la necesidad de promover e impulsar las reivindicaciones específicas en favor de todas las mujeres, de las obreras y campesinas e inclusive de las mujeres de las clases poseedoras, que también sufren en la sociedad burguesa.

Lenin criticó a las secciones nacionales de la Comintern que adoptaban una actitud pasiva, de esperar y ver cuando llega el momento de crear un movimiento masivo de mujeres trabajadoras bajo la dirección comunista. Atribuía la debilidad del trabajo sobre la mujer en la Internacional, a la persistencia de ideas machistas que llevaban a la subestimación de la importancia vital de construir un movimiento de masas de la mujer.

En cuanto a las conquistas logradas durante la revolución rusa, hay que tener en cuenta que en un país tan atrasado como Rusia, con relación a las cuestiones morales y culturales, con una enorme carga de prejuicios arraigados desde hacía siglos, lo que caracteriza en general a los países predominantemente campesinos, la cuestión de la emancipación de la mujer asumía en aquellos momentos difíciles para el joven Estado soviético, contornos tan complejos como muchos de los otros aspectos relativos a la transformación revolucionaria.

Pero para poner las cosas en su sitio, hay que decir que desde los primeros meses de su existencia, el Estado obrero comenzó por crear instituciones como comedores y guarderías modelos para liberar a la mujer del trabajo doméstico. Todas las leyes que colocaban a la mujer en una situación de desigualdad con relación al hombre fueron abolidas. Entre ellas, las referentes al divorcio, a los hijos naturales y la pensión alimenticia. Fueron abolidos también todos los privilegios ligados a la propiedad que se mantenían en provecho del hombre en el derecho familiar. De esta forma, la Rusia Soviética, sólo en los primeros meses de su existencia, hizo más por la emancipación de la mujer que el más avanzado de los países capitalistas en todos los tiempos.

Marx ya estuvo a favor de la incorporación de las mujeres como agentes activos a la actividad política, y en 1871 promovió una norma, y la Internacional la aprobó, en la que se recomendaba la creación de secciones de mujeres sin excluir la posibilidad de que en ellas participasen también los hombres. En esa época prevalecían unas condiciones de atraso donde se miraba con desprecio a las mujeres que participaban activamente en política o que asistían a las reuniones.

En cuanto a Engels, en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, presupuso una primitiva división del trabajo entre los sexos pero en el seno de las sociedades comunistas primitivas, donde la división de tareas entre hombres y mujeres obedecía a necesidades prácticas, y en absoluto significaba la dominación de un sexo sobre el otro, como más tarde ocurriría en las comunidades agrícolas que derivaron en los Estados arcaicos.

Como afirma Gerda Lerner, la información etnográfica en la que Engels basó sus generalizaciones ha sido cuestionada. Hoy sabemos que no existe un único modelo de la división sexual del trabajo, sino que el trabajo concreto realizado por hombres y mujeres difirió muchísimo según la cultura y dependió del entorno ecológico en el que vivieron estas personas.

Esta historiadora y autora del libro “La creación del patriarcado” [4] sostiene apoyándose, en otros autores, que los datos de excavaciones arqueológicas y los estudios de sociedades primitivas y actuales, parecen evidenciar que los distintos grupos humanos tuvieron formas diversas de estructurar la división del trabajo para el cuidado de los niños y de esta manera dejar tiempo a las madres para una gran variedad de actividades económicas.

Dadas la precariedad y brevedad de la esperanza de vida, las tribus que pusieran en peligro la vida de sus mujeres núbiles, tenían menos posibilidades de sobrevivir. Además de que las mujeres escogerían aquellas actividades más compatibles con sus deberes maternales.

La autora afirmaba que la primera división sexual del trabajo por el cual las mujeres optaron por unas ocupaciones compatibles con sus actividades de madres y criadoras, fue funcional, y por consiguiente aceptada a la par por hombres y mujeres. Esta explicación biológica sin embargo la aceptaba sólo en los primeros estados de la evolución humana, ya que la dominación masculina es un fenómeno histórico en tanto que surgió de una situación determinada por la biología pero que con el paso del tiempo, se convirtió en una estructura creada e impuesta por la cultura.

Pero lo verdaderamente importante de la obra de Engels es que al escribir su brillante y revolucionaria obra, texto de referencia obligada para quienes se interesan por estas cuestiones, ya en 1884 tuvo la perspicacia de ver -y el valor de hacerlo notar- que, en el periodo de formación de los primeros Estados, los cambios en la estructura del parentesco influyeron en la división del trabajo y en la posición social de subordinación de las mujeres; que hubo un hilo conductor que relacionó los primeros pasos de la propiedad privada con el establecimiento del matrimonio monógamo y de la prostitución, y que el dominio económico y político del varón conllevó el control de la sexualidad femenina.

En una resolución de la Tercera Internacional sobre la cuestión de la mujer, se afirmaba que no existían “cuestiones femeninas especiales”. Sin embargo, con ello no querían decir que no hubiera problemas que afectasen sólo a las mujeres o reivindicaciones específicas en torno de las cuales las mujeres pudieran ser movilizadas. Sólo significaba que no existe problema que afecte a la mujer y que, al mismo tiempo, no sea también una cuestión social más amplia, de interés vital para el movimiento revolucionario, por lo cual tanto los hombres como las mujeres debían luchar. No se dirigía contra la exigencia de levantar reivindicaciones especiales para las mujeres, sino precisamente al contrario, para explicar a los trabajadores y trabajadoras más atrasados que tales reivindicaciones no podían ser descartadas como “preocupaciones femeninas” sin importancia.

Como ha quedado suficientemente demostrado, el patriarcado como ideología nace y se va desarrollando a partir de un momento histórico determinado, con un sistema económico y forma de producción que la sustenta, y ligado indisolublemente a un tipo de sociedad particular, que es la sociedad de clases en la que una clase social explota a otra, ya sea bajo la forma particular del capitalismo o de otros modos de producción anteriores a este.

Fue precisamente Engels en su obra citada, el que primero hizo referencia al antagonismo entre el hombre y la mujer en el matrimonio monógamo, de forma que: “La primera oposición que aparece en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombre y mujer en el matrimonio monógamo, y la primera opresión de clases con la del sexo femenino por el masculino”.

El capitalismo ha sabido sacar provecho de la ideología patriarcal para imponer aún mayores situaciones de explotación, y conseguir que la reproducción de la fuerza de trabajo (vestido, alimentación, cuidado de niños y ancianos,…) se haga en las condiciones más provechosas, o sea que le resulte muy barata. Todas las mujeres  sufren por un lado la opresión social del patriarcado por el hecho de ser mujeres, y por otro además la explotación económica por su pertenencia (de algunas) a la clase trabajadora dentro del modo de producción capitalista.

El trabajo doméstico, la crianza y el cuidado de las personas son fundamentalmente servicios que no se venden y que son para el uso familiar. Satisfacen necesidades de primer orden sin cuya resolución ninguna sociedad podría sobrevivir. En sí mismo, el trabajo doméstico no tiene valor de cambio en el mercado dentro del modo de producción capitalista, que es el modo de producción dominante. No son por tanto mercancías y no generan plusvalía, por lo que no podemos hablar de explotación económica sino de opresión de un género sobre el otro.

Al ser mayoritariamente realizado por mujeres, de forma socialmente impuesta, contribuyen a mantener la opresión social hacia estas y hacia el interior de la unidad familiar, y que los hombres se benefician de este trabajo. La única forma de acabar con esta situación sería socializar o responsabilizar al conjunto de la sociedad del trabajo doméstico, de cuidados o “de sostenimiento de la vida”,  como lo llaman algunas feministas.

Pero esto nunca será posible en el seno de una sociedad capitalista con economía de mercado, que cada vez reduce más el gasto público y los servicios sociales y donde el valor de la fuerza de trabajo se mide por su valor de cambio en el mercado; es decir que se retribuye al valor de reproducción de esa fuerza de trabajo.

Además, aunque hoy día algunos hombres empiezan a realizar tareas (y no sólo a colaborar) domésticas, de crianza y de provisión de afectos en el seno de las familias, las mujeres en general continúan incorporándose al mercado laboral en situación de desigualdad en cuanto a salarios, condiciones laborales, etc. Y es que al capitalismo le interesará siempre mantener y potenciar las desigualdades sociales ya sean estas de género o de otro tipo, para aprovecharse de ellas imponiendo aún mayores cotas de explotación y, de paso, dividir aún más a la clase trabajadora.

Las relaciones entre hombres y mujeres bajo el capitalismo son inhumanas y están distorsionadas porque el sistema universal de producción de mercancías reduce las personas a cosas. No sólo la relación entre sexos, sino que TODAS las relaciones en general se deshumanizan.

Por eso, aunque el socialismo científico entendió desde el principio que la base fundamental de la emancipación femenina, era su independencia económica frente al hombre y su incorporación al proceso productivo como forma de acabar con el aislamiento y la opresión patriarcal, bajo el capitalismo la emancipación total no sólo de las mujeres sino del ser humano en general, es imposible. Por eso, la revolución socialista es necesaria, y las mujeres trabajadoras, al igual que los hombres, deben impulsarla.


NOTAS

1.- Ver: Joyce Lussu. “Padre, Patrón, Padreterno”. Edit. Anagrama. Barcelona, 1979.

2.- Ver: August Bebel. “La mujer y el socialismo”. Edit Akal. Madrid, 1977.

3.- Ver: Federico Engels. “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. O.E. de Marx y Engels. Tomo II. Edit. Fundamentos. Madrid, 1975.

4.- Ver: Gerda Lerner. “La creación del patriarcado”. Edit. Crítica. Barcelona,1999.