Una vez más, este 8 de marzo
conmemoramos la muerte de las 129 trabajadoras de la fábrica textil Cotton de
Nueva York, que en 1908 fueron quemadas vivas por su patrón dentro de la
empresa, en la que estaban encerradas cuando se encontraban en huelga
reivindicando una jornada laboral de 10 horas, salario igual que el de los
hombres y una mejora de las condiciones higiénicas.
Dos años más tarde, la II Internacional,
convocó en Copenhague una reunión de mujeres socialistas, en la que la
comunista alemana, Clara Zetkin,
propuso celebrar, el 8 de marzo en recuerdo de la muerte de estas trabajadoras
y denominarlo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Cuando ha transcurrido más de un
siglo desde aquellos trágicos acontecimientos, las mujeres trabajadoras
continúan sufriendo una doble opresión. Como clase, están sometidas a la
explotación social y, como mujeres, a la opresión sexual. Y, en el caso
concreto de Euskal Herria, a ellas debe unirse la opresión nacional, por parte
de los Estados español y francés.
De ahí la necesidad de impulsar un
movimiento feminista revolucionario
que aborde, simultáneamente, la lucha por superar las tres contradicciones:
social, de sexo-género y nacional. Pero, ¿sobre qué bases teóricas construirlo?
Las fuentes teóricas del marxismo
han sido: 1) la filosofía clásica alemana, especialmente la dialéctica
idealista de Hegel y el materialismo antropológico de Feuerbach; 2) la economía
política clásica (burguesa) inglesa, especialmente la de Adam Smith y David
Ricardo, y 3) el socialismo utópico francés de principios del siglo XIX,
especialmente el de Saint Simón y el de Fourier.
Sin embargo, en los países de
capitalismo desarrollado, la teoría marxista debe continuar enriqueciéndose,
integrando en ella otros aspectos nuevos como, en este caso es el del
feminismo, recogiendo las aportaciones más avanzadas y progresistas de este
movimiento.