Interesante artículo para comprender la realidad china el que reproducidos a continuación.
Publicado por Alberto Cruz en CEPRID, el miércoles 16 de enero de 2013.
El XVIII Congreso del Partido
Comunista Chino ya es historia. Los análisis que se han hecho del mismo abarcan
casi todos los aspectos menos uno: el pueblo chino. Y es que un examen
detallado de las resoluciones de este congreso muestra un abierto temor de la
dirigencia del Partido al auge de la lucha socialista en el país que, a lo
largo de 2012, ha
adquirido proporciones desconocidas en los últimos 30 años. Incluso hay quien
habla, con más entusiasmo que realidad, de una nueva Revolución Cultural en
ciernes y su sola mención hace que recorra un escalofrío por la espina dorsal
de la élite china y el capitalismo occidental.
Es un hecho que cada año que pasa
crece el descontento social con las medidas económicas capitalistas impulsadas
por la dirección del PCCh, el rechazo a la introducción de métodos occidentales
de estudio en las universidades, se han multiplicado las huelgas obreras no
sólo contra empresas extranjeras sino nacionales (afectando a sectores
informáticos o sanitarios), han surgido protestas de los periodistas por el
“impacto corrosivo de la comercialización” en el tratamiento de la información
y continúa el descrédito generalizado sobre la gran mayoría de dirigentes
civiles. Estos son sólo algunos indicativos de que lo mejor está por venir.
Y esto es lo que preocupa tanto al
“stablishment” de los nuevos dirigentes como al de los académicos. Los primeros
se han visto obligados a realizar una serie de gestos inhabituales en los
últimos 30 años. Por ejemplo, publicar su vida familiar (fotos de la infancia,
adolescencia y primeros pasos políticos), perfiles en internet o recorrer las
zonas más pobres del país (las imágenes del recién elegido secretario general
del PCCh en el XVIII Congreso, Xi Jinping, visitando los pueblos de la
provincia de Hebei los días 29 y 30 de diciembre (1) y sus dificultades para
caminar sobre la nieve y el barro son conmovedoras). Gestos que van acompañados
de una machacona insistencia en que se va a combatir la corrupción (Jinping se
mostró “indignado” (2) al comprobar en su visita a los pueblos de Hebei la
malversación de fondos contra la pobreza) y una insólita exhortación a todos
los estamentos del Partido para un comportamiento ejemplar. Los segundos, han
publicado una carta abierta advirtiendo que el país “corre el riesgo de una
violenta revolución” si el gobierno no responde a la presión pública y no
acelera las “estancadas reformas políticas” (3).
Son reacciones derechistas porque
son las políticas derechistas y procapitalistas las que se están cuestionando
con fuerza. Y son los representantes y defensores de este sector quienes tienen
miedo al pueblo chino. En 2011, por primera vez en mucho tiempo, los chinos
celebraron el natalicio de Mao con manifestaciones masivas y peregrinaciones a
su ciudad natal. Millones de chinos de todo tipo, universitarios, obreros,
campesinos celebraron por todo el país reuniones para conmemorar “el legado del
presidente Mao” y el 9 de febrero de 2011 (día de entrada del Año Nuevo chino)
700.000 personas acudieron a Shaoshan, la ciudad natal de Mao, para “rendirle
respeto y homenaje”. Lo interesante es que fue una celebración espontánea y en
muchas ocasiones desafiando a los poderes locales. El hecho fue tan
sorprendente para el poder que el Diario del Pueblo tuvo que hacerse eco de
este fenómeno (4) no sin cierta sorpresa. Pero el poder ha aprendido desde
entonces y ahora se suma al carro sin dejar de hacer una crítica expresa al
maoísmo. Así, por una parte, se han mejorado las infraestructuras para
facilitar la afluencia de gente a Shaoshan y existe un grupo de voluntarios
municipales que atienden a las personas que acudieron al homenaje a Mao en su
ciudad –su nacimiento fue el 28 de diciembre de 1893-con platos de fideos y
carne (5) mientras que, por otra, se han multiplicado los artículos y
conferencias de académicos e intelectuales sobre la “tragedias” que supusieron
el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural. Hay que mencionar que estas
conmemoraciones pro-Mao tienen lugar durante dos meses, desde la fecha del
nacimiento hasta la celebración del año nuevo chino.
Pero el pueblo está dispuesto a
sorprender y en cada aniversario surge un nuevo elemento con el que el poder no
cuenta. En esta ocasión, los decenas de miles reunidos en Shaoshan el 28 de
diciembre entonaron una emblemática canción maoísta, “El Este es rojo” (1965),
el símbolo de la
Revolución Cultural que muchos han interpretado como un claro
desafío a la contra-propaganda oficial ante la celebración popular del
natalicio de Mao.
Y es que Mao sigue teniendo un
gran predicamento entre una enorme masa de la población china. Tanto que uno de
los “principitos” del PCCh, Bo Xilai, no dudó en utilizar elementos maoístas
–con lo que se enfrentaba al aparato, puesto que desautorizaba la práctica de
Deng Xiaoping- para impulsar su política social y económica en Chongqing. Eso
le costó no sólo su defenestración en marzo del 2012, sino su posterior
expulsión del Partido (4 de noviembre) tras un proceso que terminó, curiosamente,
cuatro días antes del XVIII Congreso.
Hay que detenerse en el proceso a
Bo y lo que representaba para entender lo que se ha aprobado en el XVIII
Congreso. Bo Xilai era miembro del Buró Político del PCCh y responsable del
Partido en Chongqing. Su caída en desgracia ha sido muy similar a la de Lin
Biao en 1971 (considerado el heredero de Mao pero que fue distanciándose de
éste cuando el “gran timonel” planteó el acercamiento a EEUU frente a la URSS). Pero la diferencia
entre uno y otro es que mientras que Lin Biao era un militar preocupado por la
geoestrategia, Bo Xilai se había inclinado por la economía y había puesto en
marcha el Modelo Chongqing, un sistema económico que contrastaba de forma
abierta con el Modelo Guangdong impulsado desde el poder de Beijing. No
obstante, tanto Lin como Bo se preocupaban por la ideología y pretendían
“revitalizar las ideas socialistas” desde diferentes perspectivas.
En síntesis, el Modelo Guangdong
supone un mercado más libre, un aumento de la desigualdad social y un mayor
esfuerzo productivo dedicado a la exportación. Es el modelo en que se ha basado
el crecimiento anual chino que ha colocado al país ya como la primera economía
del mundo, como reconoce el propio FMI al vaticinar que así será sin duda
alguna en el 2016. Por el contrario, el Modelo Chongqing recogía medidas
económicas con un mayor control de los poderes públicos y medidas populistas
para un crecimiento rápido y equilibrado.
Lo sorprendente del caso es que el
Modelo Chongqing se aplicaba sólo en una reducida zona de China que, según el
censo de 2010, tenía 32 millones de habitantes (una cifra ridícula en un país
que roza los 1.500 millones). Luego la explicación de la caída en desgracia de
Bo es muy sencilla: evitar que este modelo económico alternativo se
consolidase, que su promotor adquiriese más poder en el Buró Político y
suprimir la posibilidad de un cambio más igualitario en el “camino al
desarrollo” de China.
Chongqing, la ciudad roja
Chongqing es una ciudad conocida
en todo el país y su legado se estudia en los libros de historia pues fue la
capital china durante la invasión japonesa y cuna de la lucha antifascista
entre 1937-46. También jugó un importante papel en la fundación de la República Popular
China en 1949. La historia de la ciudad fue tenida en cuenta por Beijing a la
hora de otorgarle el rango de municipalidad dependiente del gobierno central,
no del provincial (Sichuan), y más tarde elevarla al rango de provincia en
1997. El historial de luchas obreras en la ciudad es espectacular y ha estado
en la vanguardia de muchas de ellas, especialmente contra la privatización de
empresas estatales, hasta el año 2000.
Bo Xilai no llegó a la ciudad
hasta 2003, pero supo captar muy bien el espíritu combativo de su población y
encontró un buen caldo de cultivo para su experimento económico ampliando
significativamente el papel local en la economía y tomando en sus manos
empresas que iban a ser privatizadas. Al mismo tiempo, otorgó pensiones de
jubilación, construyó viviendas públicas de alquiler a precios bajos –lo que
favoreció que muchos migrantes rurales encontrasen rápido acomodo en la ciudad,
al contrario de lo que ocurre en el resto del país- y desarrolló la educación,
sobre todo la infantil, y el cuidado de la salud. Es lo que se conoció como “Los
10 puntos de la vida del pueblo”, sustentados en que el 51% de los gastos del
gobierno local iban destinados a la mejora del bienestar público. La izquierda
china dice que Bo, entre otras cosas, supo “reconducir” la conflictividad en la
ciudad con medidas de este tipo aunque, como luego se verá, apoyó muchas de
estas medidas y el Modelo Chongqing.
Eso no quiere decir que Bo Xilai
primase este componente frente a otro. Era muy cuidadoso y sabía a qué se
enfrentaba. Mientras mejoraba el bienestar de la población en base a esos
parámetros, ofrecía facilidades para la instalación de empresas, como la Foxconn, que deslocalizó
una aparte de su producción desde Shenzen. Pero mientras que en Shenzen las
protestas obreras fueron frecuentes, en Chongqing se evitaron entre otras cosas
gracias al programa de viviendas sociales de alquiler, como se recogía
elogiosamente en la agencia Xinhua (6) cuando Bo no había caído en desgracia.
Cuando en julio de 2010 los viejos revolucionarios, personalidades que
participaron en la Larga
Marcha y fundadores del PPCh, elaboraron una carta pública en
apoyo a las luchas obreras (7) –justo lo contrario que han hecho ahora unos
cuantos académicos- se mencionaba sólo el trato que los obreros de la Foxconn recibían en
Shenzen, no en Chongqing.
Esta política impulsada por Bo
Xilai es lo que se llamó “promover la prosperidad común” y que ahora, tras el
XVIII Congreso, se asume oficialmente con un discurso diferente al de Bo pero
reconociendo que no iba errado: “China debe ser una sociedad moderadamente
próspera”. Pero los matices son importantes y entre “prosperidad común” y
“sociedad moderadamente próspera” hay una diferencia que pone en cuestión las
esencias del sistema.
La izquierda china entiende que
para lograr lo primero se tiene que implementar una serie de medidas por parte
del gobierno que vayan destinadas a restablecer los vínculos orgánicos del PCCh
con las bases. Traducido, lucha masiva contra la corrupción y no sólo contra la
privada, sino también y sobre todo contra la estatal y la aplicación de la
“justicia revolucionaria”. Pero no adelantemos acontecimientos.
Bo se había convertido en un
problema serio para el Partido. Por eso, cuando fue defenestrado en marzo de
2012, Wen Jiabao –primer ministro- criticó abiertamente el Modelo Chongqing y
acusó a Bo Xilai de “revivir la Revolución Cultural”. Curiosamente, mientras que
en el interior de China apenas de volvió a hablar de Bo hasta agosto –cuando se
inició el juicio contra su mujer y sus prácticas corruptas- toda una maquinaria
internacional (Wall Street Journal, New York Times, Financial Times y hasta la
secta Falung Gong; todos ellos tienen páginas web en chino y publican
suplementos semanales sobre China) hizo leña del árbol caído publicando una
saga de corrupción alrededor del ex dirigente de Chongqing. Lo que había que
extirpar era un modelo económico que podría comprometer en un futuro no muy
lejano el capitalismo realmente existente y que adquiría la fuerza del ejemplo
en China y un no oculto temor entre la clase dirigente, corrupta y
procapitalista. Y no digamos en Occidente.
La izquierda china: el Colectivo
Utopía
Aquí hay que hablar de la
izquierda china, agrupada alrededor del Colectivo Utopía (su página web,
www.wyzxsx.com, es bloqueada intermitentemente por el poder y en el momento de
escribir este artículo era inaccesible). Utopía había manifestado públicamente
su apoyo al Modelo Chongqing aunque sus propuestas van mucho más allá como la
socialización de la riqueza, la propiedad pública de los medios de producción y
el fortalecimiento de la moral socialista. Pero tanto Utopía como Bo Xilai
coincidían en impulsar una ampliación del sector público y el bienestar social,
así como una recuperación de los valores culturales y morales de la etapa
maoísta. Es lo que en Chongqing se denominó “promover la cultura roja” y que
consistía en recuperar las expresiones artísticas maoístas –entonar “El Este es
rojo” en el aniversario de Mao es una manifestación de cómo ha calado este
sentimiento entre la población- y “fortalecer la moral socialista”, para lo que
era imprescindible contar con los medios de comunicación. Aquí volvía a haber
una coincidencia estratégica entre Utopía y Bo Xilai, puesto que las propuestas
de ambos consistían en apuntalar una televisión y radio populares, sin publicidad,
y “con orientación didáctica”.
Y, de nuevo, el aparato dirigente
junto a blogueros seguidos en Occidente –como algunos casos sonados en Cuba o
en Yemen, por mencionar los más llamativos- y los medios occidentales
capitalistas volvieron a arremeter contra este “proyecto de renovación
socialista” al que equiparaban, lisa y llanamente, con la Revolución Cultural.
No obstante, guste o no, en China hay memoria y gran parte de la población
continúa considerando que el país era, bajo Mao, uno de los más igualitarios
del mundo y ahora es justo lo contrario.
El poder lo sabe, y teme la
reacción social. De ahí que, tras el XVIII Congreso del PCCh, “el socialismo
con características chinas” comience a abarcar aspectos como la lucha contra la
pobreza, la reducción de las desigualdades o el desarrollo sostenible que no
habían sido tenidos en consideración en estos 30 años del camino económico
ideado por Deng Xiaoping.
Se ha iniciado una tímida
rectificación por miedo, no por necesidad y en ella han influido tanto las
turbulencias económicas que vive el mundo desde el inicio de la crisis
capitalista, en 2008, como las respuestas populares que se están produciendo en
todas partes. La actitud del aparato del PCCh frente a las protestas no es muy
diferente de las que ofrecen los gobiernos derechistas en Madrid, Atenas o El
Cairo: la represión. Como un aviso a navegantes, el 21 de diciembre la policía
disolvió con dureza una manifestación de obreros de una fábrica de zapatos en
Guangan (Sichuan), la ciudad natal de Deng Xiaoping, que reclamaban el pago de
dos meses de sus salarios. El 25 de diciembre la situación volvía a repetirse
en Wuhan (capital de la empobrecida Hubei) cuando los obreros protestaban por
el impago de salarios y cierre de la fábrica de papel en que trabajaban. Pero
los obreros no sólo se manifestaban, sino que habían ocupado el ayuntamiento.
Cuatro días más tarde, como se ha dicho antes, el nuevo secretario general del
PCCh visitaba varios pueblos de Hubei. Y el mismo día 25 de diciembre en
Tongling (Anhui) cientos de médicos y enfermeras de un hospital perteneciente a
una importante empresa de propiedad estatal, Tongling Nonferrous Metals,
bloquearon todos los accesos a la ciudad demandando el pago de sus salarios.
Se podrían relatar miles de estas
manifestaciones y protestas. En muchas de ellas la gente porta los retratos de
Mao como bandera, sin otros eslóganes. Hay una suma y sigue de las luchas
obreras y, al mismo tiempo, se constata un cierre de filas entre el capital
transnacional, el aparato del PCCh, los medios de comunicación y un cierto
sector de los intelectuales y académicos (como los del manifiesto citado más
arriba) que harán todo lo posible por reconducirlas y/o reprimirlas. El viaje
del nuevo secretario general del Partido a Hubei va en esa dirección y, una
ironía del destino, es algo que había impulsado Bo Xilai: en Chongqing los
funcionarios del Comité Local tenían que realizar dos visitas a la semana a las
zonas rurales para observar la situación y recibir las quejas y sugerencias de la
población. En esas visitas tenían que vivir en las casas de los aldeanos, no
alojarse en hoteles. Justo lo que ha hecho ahora Xi Jinping, que ha compartido
comidas con los aldeanos en sus casas.
Es pronto para saber si en esta
ocasión el PCCh va aplicar las resoluciones del XVIII Congreso o los gestos que
ahora está haciendo van a ser algo más que gestos, un cambio de rumbo. Desde
1996 se viene hablando de la construcción de una “civilización socialista
espiritual” que no es más que una denominación cínica de un corrosivo
enriquecimiento de la élite política y económica y en el anterior congreso, en
2006, se aprobó una resolución que abogaba por “el sistema socialista como un
valor fundamental”. Nada de ello se ha llevado a la práctica hasta ahora, a
excepción de un fugaz momento, en 2011, con motivo de la conmemoración del 90
aniversario de la constitución del PCCh. Terminados los fastos, terminadas las
intenciones. El PCCh, los líderes civiles, para ser exactos, se encuentran en
la tesitura de mantener la promesa de defender la constitución socialista aún
vigente –pero apenas aplicada- o caer definitivamente en el capitalismo
neoliberal que han venido desarrollando estos últimos 30 años. Enfrente tienen
a una base histórica obrero-campesina a la que ahora se suman universitarios y
jóvenes que apuestan por un giro a la izquierda y un futuro socialista. Incluso
el Colectivo Utopía y sus propuestas de “renovación socialista” han llegado a
decir que el Modelo Chongqing era la única esperanza de evitar una “revolución
violenta” en China aunque hay quien, como Sima Nan, uno de sus más conocidos
integrantes, opina que fue un error estratégico el identificarse demasiado con
los postulados de Bo Xilai.
El capitalismo está en fase
terminal, pero el proceso se aceleraría si en China hubiese un giro a la
izquierda. De ahí el pánico que en Occidente se siente ante iniciativas tan
moderadas como las del Modelo Chongqing o ante la cada vez mayor oleada de
protestas socio-políticas del pueblo chino contra el modelo impuesto desde
Beijing. Una reorientación de este modelo se intuye en las resoluciones del
XVIII Congreso, pues no en vano se habla de una reorientación de la economía
para dejar de estar centrada únicamente en la exportación y comenzar a tener en
cuenta el consumo interno, así como esa mención a una “sociedad moderadamente
próspera”. Una curiosidad más que aparece en las resoluciones: resulta que
ahora en poder chino se da cuenta que hay que “regular” el papel de los medios
de comunicación porque lo que hay “no se ajusta al nuevo entorno” y “no puede
separarse de la realidad política del país” (8). O sea, lo mismo que había
planteado Bo Xilai, lo que reclama el Colectivo Utopía y lo que critican lo
periodistas por el “impacto corrosivo de la comercialización” en el tratamiento
de la información.
Si se cumple todo lo acordado en
este XVIII Congreso y no es sólo otra muestra más de retórica estaremos
asistiendo a un giro gigantesco en lo conocido hasta ahora, así sea moderado
puesto que ya no se legislará únicamente para la clase media urbana –y, sobre
todo, la ubicada en las ciudades costeras- sino para todo el pueblo. Y eso, en
China, es abarcar una enorme masa de campesinos y obreros muy descontentos con
el modelo actual puesto que no les ha tenido en cuenta.
Tras este XVIII Congreso del PCCh
el país está en una encrucijada: o se convierte en el refugio seguro del
capitalismo global o le entierra definitivamente. En el interior del Partido
hay varias corrientes que, sin ser expresamente maoístas, sí se oponen a las medidas
neoliberales. Algunos de ellos han participado en los actos conmemorativos del
natalicio de Mao organizados por el Colectivo Utopía en Beijing -con la
asistencia de ex funcionarios del gobierno, generales del ejército y
reconocidos maoístas (9)-aunque no está claro lo que supone este paso y si ello
es el inicio de una corriente de izquierda dentro del Partido o el anuncio de
una mayor resistencia a los neoliberales que siguen desmontando el sistema de
bienestar público. Las bases –campesinos, obreros, trabajadores migrantes y
pobres- ya han reaccionado y han comenzado a pasar a la ofensiva. Un dato: la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) reconoce que gracias a la
lucha obrera los salarios en China se han triplicado en la última década y que
para este 2013 subirán otro 9% (10).
Notas:
(1) Diario del Pueblo, 31 de
diciembre de 2012.
(2) Ibid.
(3) Reuters, 31 de diciembre de
2012.
(4) Alberto Cruz, “China:
ejército, geopolítica y retorno a Mao” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1205&lang=es
(5) Diario del Pueblo, 28 de
diciembre de 2012.
(6) Xinhua, 27 de julio de 2011.
(7) Li Chengrui, Xiantian Gong, Han Xiya, Rixin Liu
y Zhao Guangwu: “China: Los viejos revolucionarios se posicionan sobre la
actual proliferación de huelgas de trabajadores” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article892
(8) Diario del Pueblo, 5 de enero
de 2012.
(9) Global Times, 28 de diciembre
de 2012.
(10) OIT, Rapport mundial sur les
salaires 2012/13: Salaires et croissance équitable, 7 de diciembre de 2012.
Alberto Cruz es periodista,
politólogo y escritor. Su último libro es “La violencia política en la India. Más allá del
mito de Gandhi”, editado por La
Caída con la colaboración del CEPRID. Los pedidos se pueden
hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org
albercruz@eresmas.com