Cecilia Castaño
Economía y género.
Universidad Complutense de Madrid. Política y Sociedad, 32 (1999). Madrid (pp.
23-42). Extractado por SUGARRA
El pensamiento
marxista relativo al género se ha centrado sobre todo en el análisis de la
naturaleza del trabajo doméstico y su relación con el capital. Esto constituye
un buen punto de partida, ya el marxismo es la primera teoría que reconoce el
carácter económico de la producción doméstica, como generación de valores de
uso por medio de un trabajo, de una actividad humana transformadora. Así como
su carácter esencial para la reproducción de la fuerza de trabajo y de las
relaciones de producción capitalistas.
Desde el marxismo más
tradicional se considera que la configuración de la familia y el trabajo
doméstico forman parte de la lógica del capital, por lo que la lucha de las
mujeres por su liberación forma parte de la lucha de clases. Engels, en “El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, relacionaba la
sujeción de las mujeres con el desarrollo del capitalismo y argumentaba que
para su liberación era necesario, además de la revolución socialista, que
trabajasen fuera del hogar, algo que también defendían las feministas del siglo
pasado.
Pero la relación entre
marxismo y feminismo es compleja. El feminismo ha pretendido que la crítica
marxista a la economía de mercado y al sistema de producción capitalista
extendiese la noción de explotación al interior de la familia, considerando la
subordinación de las mujeres bajo el patriarcado como una forma de explotación
anterior a la explotación de clase. Esto no ha sido completamente aceptado por
los economistas marxistas, que aunque reconocen que la división sexual del
trabajo es la principal causa de la subordinación femenina, no la consideran la
principal fuente de explotación económica y social, y ello ha llevado a que el
feminismo radical se construyese como alternativa interpretativa independiente,
aunque en las cercanías de los planteamientos marxistas.
El marxismo feminista
o feminismo socialista (Benerías y Roldán, 1992) pone en primer plano la lógica
del capital y considera que la división sexual del trabajo responde a las
necesidades del capitalismo en dos aspectos muy concretos: el trabajo doméstico
realizado por las mujeres cumple una función de abaratamiento de los costes de
reproducción de la fuerza de trabajo; por otra parte, las mujeres constituyen
una reserva flexible de mano de obra barata. En consecuencia, las variaciones
de la tasa de actividad femenina responden a las necesidades del capital,
discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo se explica por su
posición en la familia.
Frente a lo anterior
el feminismo radical considera que la lógica del patriarcado es para las
mujeres previa y más importante que la del capital. A pesar del aumento de la
participación laboral de las mujeres, ellas siguen siendo las responsables del
trabajo doméstico. La división sexual del trabajo es consecuencia de la
explotación de las mujeres por parte de los hombres en el seno de la familia y
tiene su reflejo en el mercado, donde las mujeres desempeñan empleos que
constituyen una prolongación de las tareas que tradicionalmente realizan en el
hogar, constituyéndose un circulo vicioso: al ser responsables del trabajo
doméstico, ocupan posiciones subsidiarias en el mercado de trabajo, y ello
refuerza, a su vez, la dependencia de la familia (Hartmann 1979y 1981). Por
ello, la desaparición del capitalismo no garantizaría el fin de la opresión de
las mujeres.
Esta relación de
interdependencia entre las esferas de la producción y de la reproducción es
considerada esencial para la continuidad del sistema capitalista por otras
feministas críticas próximas a los planteamientos marxistas (Humphries y
Rubery, 1984; Beechey, 1990 y Piechio, 1992; Rubery 1993), que también insisten
en la importancia de la división sexual del trabajo y la segmentación de
ocupaciones que generan diferencias de ingresos por género y diferencias en el
acceso a puestos de trabajo.
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