Desde hace más de siglo y medio, la lucha contra opresión de la mujer es una realidad que requiere una elaboración teórica específica por parte del marxismo. El desarrollo de la teoría de la liberación de la mujer y del papel que corresponde desempeñar a ésta en la lucha por una nueva sociedad, en la que no tenga cabida ningún tipo de opresión, explotación, discriminación ni marginación; por una sociedad más justa, democrática, libre e igualitaria es, sin duda alguna, una de nuestras tareas fundamentales.
La cuestión de la mujer no es simplemente una cuestión de democracia e igualdad. La igualdad es parte de la solución pero la liberación de la mujer va mucho más allá, es algo mucho más profundo que los derechos democráticos.
Alexandra Kollontai y Clara Zetkin, al igual que también lo hicieran Engels, Bebel, y Lenin, denunciaron la subordinación y opresión de las mujeres, defendiendo la necesidad de su liberación y vinculándola a la revolución social. Sin embargo, no llegaron a desarrollar una respuesta teórica y práctica a los complejos problemas que plantea la emancipación de la mujer. En el pensamiento marxista aún falta por realizar un análisis de la problemática específica de la opresión de la mujer en los planos económico, político, ideológico, social, cultural y sexual.
Por todo ello, en pleno siglo XXI, todavía tenemos planteada una gran labor de desarrollo teórico en este campo. En primer lugar, debemos ser conscientes, de que esta labor exigirá importantes esfuerzos para actualizar la teoría marxista, integrando en ella las aportaciones teóricas y la experiencia práctica del movimiento feminista.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que el método marxista es un poderoso instrumento científico de análisis de los problemas particulares relativos a la opresión de la mujer y la inserción de su lucha de liberación y de sus intereses específicos en la lucha general por la transformación revolucionaria de la sociedad.
Por último, también hay que considerar que dicha labor habrá de ir unida a la realización de todos los esfuerzos que sean precisos para incorporar a la teoría política general del socialismo los objetivos y aspiraciones de la lucha por la liberación de la mujer.
1.- Origen y evolución de la opresión de la mujer
Hasta donde alcanza el conocimiento de la historia de la humanidad conocemos de la existencia de desigualdades entre ambos sexos. A lo largo de los siglos, las mujeres han sido consideradas como seres inferiores, han sido marginadas y dominadas. La opresión de la mujer parece ser la forma más antigua de opresión y, el conflicto existente entre ambos sexos, el primer conflicto de la especie humana históricamente conocido. F. Engels, en su conocida obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, ya nos dice que:
“El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción” [1].
En este libro, Engels relaciona la acumulación de la propiedad y la conversión de ésta en patrimonio particular (privado) de la familia, con el fin del matriarcado, que hasta entonces se había basado en la familia sindiásmica y en la gens, para dar paso a un nuevo tipo de sociedad, basada en un nuevo modelo de estructura familiar, la familia monogámica.
La existencia real del periodo del “matriarcado”, al que hace alusión Engels es un tanto controvertida. Pues, si bien es cierto que parecen confirmarlo diversas investigaciones antropológicas [2], también parecen apuntar en sentido contrario algunas modernas interpretaciones de las investigaciones que efectuaron Lewys H. Morgan y Johan J. Bachofen [3], en las que aquel se basó. Por otra parte, la Arqueología también nos proporciona datos sobre la importancia de la mujer en las sociedades primitivas, debido a la característica de su fecundidad [4]. El prehistoriador marxista australiano Gordon Childe, también expuso sus dudas sobre la existencia de este periodo:
“Las figurillas de mujeres, por lo general sin rostro pero con los atributos sexuales realzados, han sido tomadas como testimonios del matriarcado y, en todo caso, estaban relacionadas con algún tipo de magia de la fertilidad. Un argumento más plausible para el matriarcado podría basarse en el entierro de dos jóvenes junto a una mujer vieja, en una cueva de Grimaldi; pero tampoco sería concluyente” [5].
En cualquier caso, de los estudios de las sociedades primitivas parece desprenderse que la opresión de la mujer está originariamente ligada a esa capacidad reproductora de la especie. La reproducción con lo que lleva consigo (embarazos, partos, lactancia…) haría de la mujer un ser más dependiente de la naturaleza y habría dado pie a una división del trabajo entre ambos sexos.
Sobre esta primitiva división del trabajo fue tomando cuerpo la subordinación de la mujer al hombre, la apropiación por parte de éste de la mujer e hijos como bienes propios, la opresión, en una palabra, de un sexo por otro. Con el desarrollo de la propiedad privada y de la división de la sociedad en clases, este sistema de la opresión de la mujer se consolidó y ha llegado, con distintas formas, hasta nuestros días. La división del trabajo en función del sexo lleva aparejada una organización social y familiar basada en el dominio del hombre y en la marginación y opresión de la mujer, la cual se ha mantenido a lo largo de los distintos modos de producción aunque con algunas modificaciones y adaptaciones.
2.- La opresión de la mujer en la actualidad
Pero si en su origen, la división del trabajo y la supremacía masculina parecen basarse en características biológicas, esta consideración no sirve hoy para explicar el mantenimiento de la opresión de la mujer. Así, con el desarrollo de los métodos de control de natalidad y los avances científicos y técnicos, la función de estricta reproducción de la especie no tendría por qué suponer para las mujeres la sujeción a la naturaleza que todavía supone hoy día para amplísimos sectores de la población femenina. Y sin embargo, persiste la división del trabajo según el sexo y la situación de opresión de la mujer.
El sistema patriarcal ha estado siempre ligado a la estructura económica de la sociedad y se ha apoyado por ello en los intereses de las clases dominantes que se han ido sucediendo a lo largo de la historia, de las clases opresoras que lo han defendido y perpetuado. La pervivencia de la organización patriarcal de la sociedad se apoya, asimismo, en los intereses que reporta al sexo masculino su mantenimiento, en los privilegios acumulados por los hombres en los más diversos terrenos (económico, sexual, laboral, jurídico, cultural, político,…) a costa de la opresión y marginación de las mujeres.
Hoy día, en la sociedad capitalista, la opresión de la mujer se mantiene mediante una estructura económica, jurídica, política e ideológica machista. El capitalismo no ha iniciado la opresión de la mujer, la ha heredado; ha tomado y adaptado para su provecho el sistema patriarcal.
Y es precisamente hoy, cuando la sujeción de la mujer a la naturaleza puede ser superada por los avances científicos y tecnológicos, cuando se dan las condiciones objetivas para que se pueda desarrollar una conciencia colectiva de opresión, porque queda al descubierto que la situación de la mujer no puede ser explicada más que en base a los intereses del capitalismo y al mantenimiento de los privilegios de los hombres.
La división del trabajo en función del sexo
Este es un factor fundamental de la opresión de la mujer. Ha sido una constante histórica que se ha plasmado en la adjudicación a las mujeres de las tareas ligadas a la casa y a la familia, en su relegación a los trabajos de menor consideración social y en su exclusión de los órganos de poder político.
En la sociedad capitalista la división del trabajo es especialmente visible y constituye un factor importante para explicar la supremacía masculina. En un tipo de sociedad en la que el valor de cambio y el dinero son los valores fundamentales, aquellos que forman parte del mundo de la producción tienen en sus manos la supremacía. Son los hombres quienes ostentan la dirección en el proceso de producción de mercancías y por tanto, quienes todavía dominan el mundo de la política, de las armas, de las relaciones sociales, y quienes continúan detentando el mando en la mayoría de los órdenes de la vida. A las mujeres, por el contrario, se les ha asignado el trabajo en la esfera privada, el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos.
La división del trabajo en función del sexo, la dificultad de acceso de las mujeres a los puestos claves de la economía, de la política, de la cultura y su relegación a los trabajos peor remunerados económicamente y de menor prestigio social se asientan sobre esa primera división del trabajo según el sexo que se da en la familia, no siendo, de hecho, más que una prolongación de la misma. Así, el mundo queda dividido en dos esferas: la de la actividad pública, reservada a los hombres y la de la actividad privada y doméstica, reservada a las mujeres.
En los países capitalistas desarrollados, con regímenes democrático burgueses, como consecuencia de largas décadas de lucha del movimiento feminista, la clase dominante se ha visto obligada a reconocer formalmente la igualdad jurídica de la mujer respecto al hombre. Tal es el caso de los países de la UE, entre los que se encuentra el Estado español.
Sin embargo, aunque este reconocimiento haya supuesto un avance en relación con la situación que existía durante la dictadura franquista, no responde a las necesidades reales de la emancipación de la mujer. Lenin ya nos advertía que:
“A la democracia burguesa, por su naturaleza misma, le es propio un modo abstracto o formal de plantear el problema de la igualdad de la persona humana en general,… , la democracia burguesa proclama la igualdad formal o jurídica entre el propietario y el proletario, entre el explotador y el explotado, llevando así al mayor engaño a las clases oprimidas” [6].
La familia patriarcal y el dominio del hombre
El sistema patriarcal se caracterizada por una serie de rasgos que, en lo fundamental, se han venido manteniendo a lo largo de la evolución histórica. La mayor parte de estos rasgos se dan en forma especialmente aguda en la familia patriarcal, que constituye el núcleo básico del patriarcado.
En épocas y civilizaciones pasadas el hombre podía disponer de la vida de su propia mujer y actualmente todavía persisten vestigios de esto en algunas culturas [7]. Pese a las indudables transformaciones que ha sufrido la familia a lo largo de la historia y a la crisis que la amenaza en las sociedades modernas, la familia patriarcal que sigue siendo una institución avalada por las leyes, continúa siendo el baluarte de la esclavitud doméstica de las mujeres, de su subordinación y dependencia en todos los órdenes respecto a los hombres.
Aunque algunas de sus formas más manifiestamente despóticas tienden a dulcificarse en algunos países (mediante el reconocimiento del derecho al divorcio, así como la modificación de las leyes que daban al marido un derecho absoluto sobre los bienes materiales de la familia y que imponían a la mujer la obligación legal de obedecer a su marido y de seguirle a donde quiera que éste fijase su domicilio), no obstante, el hombre sigue siendo el jefe indiscutible de la familia patriarcal. Aunque no esté siempre amparado por la ley, como ocurre en los países de democracia parlamentaria burguesa, en la práctica, en la vida real, continúa siendo él quien dispone de los bienes materiales y a quien la mujer y los hijos le están subordinados.
Por tanto, la familia patriarcal constituye una estructura jerarquizada de poder que, a pesar de los cambios habidos en la sociedad, continúa siendo uno de los soportes básicos de la sociedad clasista y, en nuestra época, de la explotación capitalista. Esto es así porque para la reproducción de las relaciones de producción capitalistas no es suficiente con la “procreación o producción material de seres humanos”, sino que también es necesario que estas personas ocupen unas
“posiciones determinadas en el entramado de relaciones sociales y cuya situación va a enmarcar sus posibilidades de ejercer poder, de acceder a determinados recursos, de reinterpretar ideologías,…” [8].
En definitiva, la familia patriarcal en la sociedad capitalista, refuerza el control, la cohesión social y las relaciones de propiedad existentes. Reproduce y cuida a la nueva generación, educa a los niños, traspasa el patrimonio y propaga los valores tradicionales. La mujer es el eje de esa unidad social y económica, y por eso el consagrado lema de la clase dominante y los movimientos reaccionarios es “el lugar de la mujer es en su casa”.
En las últimas décadas, la familia patriarcal tradicional se ha resquebrajado: la mayoría de las mujeres trabajan, más de la mitad de los matrimonios terminan en divorcio, muchas familias inmigrantes viven su relación a distancia y se introduce un nuevo modelo de familia monoparental. La función de la mujer y la familia en la sociedad está cambiando. Pero, por otro lado, el sistema necesita fortalecer los valores tradicionales y mantener la cohesión de la familia. En esta situación, surgen movimientos reaccionarios, que en el Estado español están encabezados principalmente por la iglesia católica, para reafirmar la sumisión de la mujer a la autoridad del hombre.
La violencia machista
La familia patriarcal, en cualquiera de las variantes que ha adoptado a través de la historia, y en las distintas culturas, no solamente ha tenido como función la reproducción biológica, sino que también ha tenido la de reproducir el sistema de valores del sistema económico y social establecido, que en la época actual es el capitalismo. Es decir que la familia constituye, de hecho, un importante aparato ideológico. De ahí que
“el tipo de familia dominante en una sociedad autoritaria y jerárquica [como sigue siendo la existente en el capitalismo desarrollado] debe resultar funcional a ésta. La jerarquía de género, y por tanto la violencia de género, constituyen, así, una necesidad del sistema social, que las integra en su metabolismo” [9] [10].
Vemos así como, en las sociedades de capitalismo avanzado, a pesar de todos los avances jurídico-formales que, sin lugar a dudas, se han producido (como consecuencia de la asunción de algunas de las reivindicaciones del movimiento feminista por parte del Estado burgués), continúan existiendo mecanismos internos generados espontáneamente por el propio sistema patriarcal y que, objetivamente, tienden a perpetuarlo.
Ese es el caso de la violencia machista contra las mujeres que, aparentemente, el Estado burgués penaliza y persigue pero que, en la práctica, no está interesado en erradicar porque tiende a contrarrestar los posibles avances logrados por las mujeres en los distintos órdenes de la vida social.
“Y el más evidente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades es la violencia psicológica. Este tipo de coacción aparece como una constante en la vida cotidiana, y reafirma permanentemente la jerarquía y la opresión en todas las formas de dominación” [11].
El trabajo doméstico
Hoy día, en pleno siglo XXI, a pesar de los cambios producidos en las diversas esferas de la vida económica, política, social y cultural; a pesar también de que en los países capitalistas desarrollados, los distintos gobiernos burgueses han asumido algunas de las reivindicaciones femeninas, la gran mayoría de las mujeres siguen sin haberse podido incorporar a la actividad laboral. Su mundo continúa estando reducido al ámbito del “hogar”, y el trabajo doméstico sigue siendo su principal actividad. Un trabajo que la mujer debe realizar por el mero hecho de ser mujer.
Este es un trabajo que se caracteriza por los siguientes rasgos:
- Su misión fundamental es la de mantener y reconstruir diariamente la fuerza de trabajo en el seno del grupo familiar.
- La responsabilidad de ese trabajo recae, casi exclusivamente, sobre la mujer.
- Es un trabajo que produce bienes para el autoconsumo de la familia.
- Se realiza sin limitación alguna de horario.
- Aunque se trata de un trabajo necesario para el conjunto de la sociedad, sin embargo no goza de ninguna consideración social. Muchos de los trabajos que en el pasado se realizaban en el marco familiar, y por lo tanto, entraban en la categoría de trabajo doméstico, hoy son desarrollados en el marco de la producción capitalista y valorados como tales (fabricación del pan, confección de tejidos, etc.).
- Si la mujer realiza este trabajo fuera de la familia (cocinando, limpiando, cosiendo o cuidando hijos de otras familias) recibe por ello un salario. Pero cuando el mismo trabajo lo realiza en el seno del propio hogar, no recibe por él ningún salario. Al casarse, la mujer también contrae la obligación de ocuparse de su familia y desempeñar el trabajo doméstico a cambio de su mantenimiento.
- Dentro de la familia se da una división de tareas y el hombre se beneficia de la adjudicación a la mujer de los trabajos del hogar. Esto resulta especialmente evidente en aquellos casos en que la mujer sale a trabajar fuera del hogar y sin embargo sigue teniendo la responsabilidad de las tareas domésticas, realizándolas, por lo general, en su casi totalidad, sin que en ese caso se pueda decir que lo hace a cambio de su mantenimiento.
- Pero, además de las características señaladas, el trabajo doméstico, que se realiza en la esfera privada, de forma totalmente rutinaria –ya que cada día se hacen y deshacen prácticamente las mismas cosas-, supone para la mujer la reclusión en el hogar, el aislamiento de la vida social y tiene como consecuencia el estrechamiento de sus horizontes personales y enormes dificultades de adaptación para realizar otro tipo de trabajos y actividades.
La enajenación del propio cuerpo
La sexualidad se ha enfocado tradicionalmente hacia la reproducción de la especie y la satisfacción del placer del hombre. A la mujer se le ha negado históricamente el derecho a controlar su capacidad reproductora, prohibiendo los medios anticonceptivos y el aborto o poniéndolos al servicio de intereses ajenos a los de la propia mujer (como las campañas de esterilización forzosa impuestos por el imperialismo en algunos países del Tercer Mundo).
Esa sigue siendo la situación general, aunque en los países capitalistas desarrollados se hayan legalizado los métodos anticonceptivos y, en algunos de ellos, se haya reconocido el derecho al aborto o, como en el Estado español, su práctica haya sido despenalizada. Estos avances no se han logrado sino después de largas luchas y fuertes movilizaciones por parte del movimiento feminista. Hoy es el día en que, en algunos de estos países, los sectores más reaccionarios de la sociedad (con el manifiesto apoyo de la iglesia católica) promueven constantes campañas para anular dichas conquistas.
Los cánones de belleza que impone esta sociedad, donde las modelos esqueléticas son el ejemplo a seguir para muchas jóvenes y el hecho de que su futuro depende de ser una mercancía sexual codiciada causan tal inseguridad que hay una epidemia de enfermedades autodestructivas entre nuestras jóvenes, tales como la anorexia.
Por otra parte, también se ha negado a la mujer el derecho al placer en las relaciones sexuales, ignorando la sexualidad femenina que, evidentemente, es diferente a la del hombre. Así, se ha fomentado la sexualidad vaginal (orientada a la reproducción), mientras se ocultaba la función del clítoris como órgano principal de estímulo del placer sexual de las mujeres. De ahí que la mujer haya asistido a la anulación de su propia sexualidad; unas veces físicamente, mediante la ablación del clítoris (Ver nota 7); y otras psíquicamente, mediante la negación de sus necesidades sexuales. Todo ello ha llevado a la sexualidad femenina a convertirse en un mero objeto del placer para el hombre y en un instrumento de fecundidad para perpetuar la estirpe del marido.
De este enfoque machista de la sexualidad se deriva que aquellas mujeres que no encuentran satisfacción en las relaciones sexuales de corte tradicional sean consideradas frígidas o inmaduras y se califique su conducta como “desviada”. Y, por otra parte, a que se considere impropio de las mujeres “decentes” el satisfacer sus deseos sexuales libremente o incluso expresarse en ese sentido.
Hay que añadir, además, que el hombre concibe generalmente las relaciones sexuales como fuente de dominio o de posesión de la mujer, haciéndoselas vivir frecuentemente a ésta como una agresión a su propio cuerpo o como una anulación de sí misma en la sumisión y entrega al hombre.
El carácter agresivo, dominante, que subyace en la sexualidad masculina, tiene su expresión más extrema en la frecuencia e impunidad de las violaciones y otras agresiones sexuales que la mujer sufre constantemente en nuestra sociedad y que, aunque tengan un carácter espontáneo, como ya hemos dicho más arriba, tienen una funcionalidad social que es la de contribuir a perpetuar la sociedad patriarcal.
El capitalismo ha desarrollado el papel de la mujer como objeto sexual; lo ha comercializado como reclamo publicitario y como objeto de consumo que se vende todos los días a través de la publicidad (especialmente en TV), así como de las revistas “para hombres” o incluso en las destinadas a jóvenes y adolescentes de ambos sexos. Esta comercialización significa no solo un negocio, sino también una agresión a todas las mujeres y un potente medio de afianzar y perpetuar la ideología machista y de reforzar las estructuras patriarcales.
Este enfoque de la sexualidad explica también la existencia de una ética sexual basada, exclusivamente, en las relaciones heterosexuales y en el rechazo y condena de las relaciones entre personas del mismo sexo (homosexualidad masculina y lesbianismo), ya que estas suponen un desafío a la concepción dominante de la sexualidad (orientada a la reproducción) y ponen en cuestión las relaciones heterosexuales como las únicas válidas y socialmente aceptadas.
3.- El machismo como ideología
La necesidad de justificar y mantener el sistema patriarcal ha generado toda una ideología, la ideología machista, que consagra y justifica la dominación de un sexo por otro. Esta ideología es necesaria para el mantenimiento del poder y los privilegios del hombre, ya que hace aparecer como naturales, incluso a los ojos de las propias mujeres, la marginación y opresión que éstas sufren. Su expresión más concreta la podemos encontrar en la existencia de unas tipologías sexistas (la masculina y la femenina), en una moral distinta, según se trate del hombre o de la mujer, en una escala de valores que funciona de forma diferente para cada uno de los sexos.
Así son potenciados los mitos de la feminidad y la masculinidad, que tan profundamente han arraigado en las conciencias de hombres y mujeres. El hombre representa el poder, y por lo tanto, se ensalza en él la agresividad, la fuerza física, la competitividad, la inteligencia, la creatividad, el ansia de dominación y de poder, el espíritu de superación, la iniciativa, la potencia sexual,… La feminidad, por el contrario, es debilidad, necesidad de protección, conformismo, falta de inteligencia e iniciativa, sumisión, pasividad, imaginación, sensibilidad, abnegación, intuición,… Todo ello forma como una segunda piel asumida por la mujer. Algunos de estos valores son utilizados por la sociedad para mantener a la mujer en su papel discriminado, mientras que otros son ignorados, cuando no ridiculizados.
Los medios fundamentales por los que se difunde y reproduce la ideología machista son los aparatos ideológicos burgueses, en especial, el sistema educativo y los medios de comunicación. La educación tradicional, reforzada por la religión, transmite a través de la familia y la enseñanza las ideas discriminatorias y reaccionarias sobre la mujer y su papel en la sociedad. Por su parte, los medios de comunicación alimentan constantemente la ideología machista y dan una visión de la realidad, a través de la información, la publicidad, etc. que ignora a la mujer o la envilece.
Sobre la base de este sistema de dominación (económica, sexual, ideológica,…) es como los hombres van recreando día a día la sociedad machista, como, de hecho, van imponiendo su dominio, su moral, sus costumbres, su sexualidad sobre la mujer. Y la mayoría de las veces lo hacen sin recurrir a la violencia y a la ley porque se ha conseguido –tras siglos de dominación de la cultura patriarcal- hacer aparecer como algo natural, como algo surgido de lo más profundo de la naturaleza de hombres y mujeres, la división sexual del trabajo y la conciencia de que las mujeres son seres inferiores, necesitados del apoyo y la protección del varón. En este mundo viven inmersos los hombres, e incluso justifican los privilegios adquiridos mediante la opresión de la otra mitad de la humanidad.
El sistema patriarcal se asienta pues en la opresión de un sexo por otro, o lo que es igual, en la existencia de una contradicción, de un conflicto entre hombres y mujeres. Esta contradicción, que se remonta a los albores de la historia conocida, no puede ser reducida a la contradicción que enfrenta a la burguesía y al proletariado sino que ha de ser objeto de un tratamiento propio y específico. Su superación pasa fundamentalmente por la abolición del sistema patriarcal.
En este sentido, debemos entender que la lucha por la emancipación de la mujer significa, para el sexo oprimido, la lucha contra las relaciones existentes con los hombres, y la sustitución de las actuales relaciones de opresión y de dominación por unas relaciones basadas en la libertad e igualdad entre ambos sexos.
4.- El capitalismo y la opresión de la mujer
El sistema patriarcal, que hemos descrito hasta aquí, fue plenamente incorporado por el capitalismo a su base económica y a la superestructura ideológica, política y cultural, adecuando la estructura de la familia patriarcal [12] a sus propias necesidades, con el fin de perpetuar su explotación y dominación de clase. Para ello:
· La mujer realiza, en el marco de la familia, el trabajo necesario para el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo, ahorrando de este modo a los capitalistas (propietarios de los medios de producción) y al Estado burgués, la creación de los servicios que serían necesarios para realizar el enorme trabajo que las mujeres desempeñan en la esfera doméstica.
· Ha convertido a la familia en una unidad de consumo privilegiada, apoyándose particularmente en la situación de las mujeres como responsables de los asuntos domésticos para hacer de las mismas presas del consumo.
· Utiliza la mano de obra femenina en paro como un gigantesco ejército de reserva, al que recurre cuando escasea la fuerza de trabajo (como es el caso de los periodos de guerra) y del que prescinde en épocas de excedente de fuerza de trabajo (como ocurre en los periodos de crisis económica).
En los momentos de crisis son las mujeres las primeras en ser despedidas debido a que forman parte de los sectores más débiles y peor cualificados de la producción y a que el paro femenino es más fácil de encubrir y justificar porque se mantiene la idea de que las labores de esposa y madre son el verdadero trabajo de la mujer, idea según la cual el Estado burgués no debe hacerse cargo del excedente de mano de obra femenina.
· Asimismo, la familia juega un importante papel en la transmisión de la propiedad (mediante la herencia) y en la reproducción de las clases sociales.
Igualmente, el capitalismo se sirve de la familia patriarcal para la reproducción de su ideología. El individualismo, la autoridad (hasta hace no muchos años, absoluta e indiscutible) del padre, la obediencia que le deben mujer e hijos,… son ideas en las que se educa desde pequeños a los nuevos seres. En el seno de la familia se aprende que la obediencia al que manda (el sometimiento a la superioridad jerárquica) es una virtud, que contribuye a no poner en cuestión el orden establecido. La familia es utilizada por el capitalismo como instrumento de reproducción ideológica y estabilización de las relaciones sociales burguesas, al mismo tiempo que constituye un refugio emocional para amortiguar las tensiones sociales.
El Estado burgués mantiene la opresión de las mujeres con sus leyes machistas; con sus tribunales, con sus leyes discriminatorias (aunque en más de una ocasión aparezcan como “proteccionistas”); con sus centros de enseñanza, donde se imparte una educación sexista; con sus medios de comunicación a través de los cuales la mujer es constantemente agredida, presentada como objeto sexual y un animal doméstico.
En la sociedad capitalista las mujeres quedan asimismo excluidas, en lo fundamental, de los centros de decisión y de poder: del Ejército, formado en su gran mayoría por hombres; de los gobiernos; de los organismos de dirección de las empresas y los bancos, donde constituyen una exigua minoría.
En las democracias burguesas, con el reconocimiento formal de la igualdad entre la mujer y el hombre, la clase dominante ha permitido que una minoría de mujeres tenga acceso a esos ámbitos, que hasta hace pocas décadas les habían estado completamente vetados.
En los centros de trabajo, las mujeres son sometidas a una explotación mayor que la de los hombres, percibiendo por los mismos trabajos salarios inferiores a los de sus compañeros y viéndose condenadas a ocupar las categorías inferiores. El sistema educativo y la glorificación del papel que la mujer desempeña en la familia no hacen sino apuntalar este relegamiento de la mujer a las tareas subalternas.
De esta forma el sistema capitalista ha conseguido adaptar a sus necesidades el viejo patriarcado heredado del pasado. El capitalismo mantiene así y perpetúa la opresión de las mujeres, apoyándose para ello en el interés o la inercia del conjunto de los hombres.
5.- Las mujeres y la revolución
En la sociedad capitalista, la opresión de sexo está indisolublemente ligada con la opresión de clase. Si bien es cierto que la contradicción hombre-mujer no puede ser reducida a la contradicción burguesía-proletariado, no es menos cierto que la superación de la primera no puede ser abordada si no es en el marco de la solución de todos los tipos de opresión y discriminación que existen en la sociedad de clases. Estas opresiones y discriminaciones están dominadas por la contradicción fundamental que atraviesa nuestra sociedad enfrentando a la burguesía con el proletariado. Todas ellas, cualesquiera que sean su historia y su peso especifico, sirven a esa explotación de clase y contribuyen a reforzarla.
La opresión de las mujeres como sexo es mucho más antigua que el capitalismo, y podemos afirmar, incluso, que es la primera forma de opresión que conoce la humanidad. Pero a lo largo de su historia, la opresión de las mujeres no ha revestido siempre las mismas características, sino que ha sufrido las modificaciones que en los distintos tipos de sociedad fueron imponiendo las exigencias de las clases explotadoras.
El hecho de que las relaciones entre ambos sexos hayan pervivido a través de los distintos modos de producción como unas relaciones de dominación de un sexo por otro no puede hacernos ignorar que estas relaciones han estado siempre sometidas a los imperativos de cada modo de producción y modeladas por ellos. Hoy, las relaciones que hombres y mujeres establecen en el terreno familiar, sexual, económico, político e ideológico son relaciones de dominación patriarcal pero también relaciones que se inscriben en las relaciones de producción capitalistas y su destrucción es inconcebible sin la destrucción del sistema capitalista que las sustenta.
Por tanto, la lucha contra el patriarcado forma parte inseparable de la lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad en la que éste se halla inserto. En ese sentido, podemos afirmar que la emancipación de la mujer no puede plantearse separadamente de la liberación de todos los explotados y oprimidos por el capitalismo. En el caso concreto de Euskal Herria, además de sufrir la opresión sexual y la explotación capitalista, la mujer también está sometida a la dominación nacional.
De ahí que, para lograr la emancipación de la mujer, además de acabar con el capitalismo, con el Estado burgués y machista, poniendo fin a la dominación patriarcal, también se requiera lograr la liberación de la nación vasca. La lucha contra la explotación capitalista, la opresión sexual y la dominación nacional son pues los tres rasgos definitorios del proceso revolucionario en Euskal Herria. Un proceso que responde a las tres contradicciones: social (de clase), de género y nacional, que caracterizan a la sociedad vasca del siglo XXI. Un proceso en el que están objetivamente interesadas la inmensa mayoría de las mujeres oprimidas por el dominio del hombre, por el poder de los patronos y por toda la sociedad burguesa en su conjunto.
La lucha por la liberación nacional y el socialismo en Euskal Herria, tiene por objeto acabar con las bases de opresión y explotación sobre las que se sustenta el régimen capitalista. La emancipación de la mujer es, también, parte integrante de la lucha por el socialismo, de ese poderoso movimiento de transformación revolucionaria de la sociedad que habrá de desarrollarse con la participación activa de todo el Pueblo Trabajador Vasco, bajo la dirección de la clase obrera.
La participación de las mujeres en el proceso revolucionario debe ir encaminada a conseguir una sociedad socialista que, entre sus tareas, tome medidas concretas en todos los órdenes para liquidar las bases de la opresión de la mujer. Por tanto, las mujeres deberán mantener una lucha continuada contra todas las manifestaciones de la dominación machista. Deberán velar porque una vez derrumbadas las bases que sustentan el dominio de los hombres, éstas no vuelvan a ser puestas de nuevo en pie, o reaparezcan bajo nuevas formas. Por ello deberán luchar para que el poder revolucionario no sea un poder exclusivo de los hombres, sino un poder que también esté en manos de las mujeres.
Pero conviene dejar muy claro que el socialismo, por sí mismo, no supondrá de forma automática la plena emancipación de las mujeres (como se ha sostenido erróneamente durante muchos años), aunque creará las condiciones favorables para ello, al liberar todas sus potencialidades. La eliminación del patriarcado requerirá, sin duda, una lucha de largo alcance para la cual es requisito imprescindible que las mujeres se constituyan como una fuerza autónoma, consciente y organizada, de la revolución, capaz de hacer triunfar en el seno de ésta la causa de la liberación femenina.
Sabemos que el socialismo es un periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo, la sociedad sin clases. Un periodo durante el cual todavía seguirán existiendo las clases sociales y, por ello, las contradicciones y la lucha de clases, tanto a nivel de la base económica de la sociedad como de su superestructura (jurídica, política, ideológica y cultural).
En el transcurso de ese proceso, las mujeres habrán de tomar en sus propias manos la tarea de impulsar una profunda revolucionarización ideológica que acabe con los últimos vestigios de la dominación patriarcal. En esa tarea, ellas tendrán que ser las principales protagonistas. La lucha de liberación de la mujer, tendrá que constituir una verdadera “revolución en la revolución”.
Es muy prematuro y, por tanto, difícil de prever cómo se podrá desarrollar la lucha de las mujeres en el socialismo. Pero lo que sí es seguro, es que esa lucha no estará exenta de dificultades y que tendrá que superar numerosos obstáculos, que surgirán inevitablemente como consecuencia del secular conflicto que existe entre ambos sexos.
Los hombres y las mujeres de la clase obrera y del Pueblo Trabajador Vasco, están unidos en cuanto que unos y otras están interesados en la lucha común contra el capitalismo y la opresión nacional. Pero también están enfrentados en tanto que los hombres, en su conjunto, oprimen a las mujeres y obtienen privilegios de la situación de éstas.
6.- Mujeres trabajadoras y mujeres burguesas
El hecho de que el conjunto de las mujeres sufra la opresión por parte de los hombres no puede llevarnos a la conclusión de que todas ellas serán igualmente consecuentes a la hora de luchar por su liberación. Aunque todas estén sometidas al dominio de los hombres, las mujeres no se sitúan al margen de las clases sociales y, por tanto, de la lucha de clases.
Por un lado, es evidente que la opresión, la marginación y la discriminación, no afectan por igual a todas las mujeres. Por otro, hay un sector de mujeres, las que pertenecen a la clase dominante, que disfrutan de una vida de lujos y comodidades y viven a costa de la explotación de otros seres humanos (beneficiándose de un sistema socioeconómico que se apoya en el patriarcado), para las que el triunfo del socialismo significaría la pérdida de sus privilegios.
Es por ello que estas mujeres, aunque sean conscientes de la situación de dominación a que se encuentran sometidas como tales, no podrán participar de forma consecuente en la lucha por la emancipación femenina, al no poder dar a su lucha una perspectiva revolucionaria. Sin embargo, esto no impedirá que algunas de ellas puedan participar en la lucha por algunos de los objetivos parciales que tenga el movimiento feminista.
Pero, sin duda, serán las mujeres pertenecientes a la clase obrera y al pueblo trabajador las que lucharán consecuentemente por el socialismo, la liberación nacional y la emancipación de la mujer, ya que son ellas las únicas que están verdaderamente interesadas en acabar con el poder de la burguesía y la dominación patriarcal, y en realizar una revolución cuya última meta es la eliminación de toda forma de explotación y opresión.
7.- Feminismo y socialismo
La emancipación de la mujer requiere la consecución de una sociedad libre donde las mujeres y los hombres mantengan entre sí unas relaciones completamente libres. Esto planteará, durante el socialismo, una serie objetivos específicos:
- La desaparición de la familia patriarcal, basada en unas relaciones personales autoritarias; que establece la dependencia económica e ideológica de las mujeres y de los hijos, la opresión sexual de la mujer y la imposición de una moral reaccionaria. La familia no es algo sagrado ni eterno sino una institución, que como el Estado, surge como producto del desarrollo social y que, con ese mismo desarrollo, algún día dejará de existir.
- La socialización del trabajo doméstico (cuidado y educación de los hijos, alimentación, lavado, vestido…). El trabajo doméstico restante deberá ser compartido por hombres y mujeres en absoluta igualdad de condiciones.
- La total incorporación de las mujeres, sin discriminación por razón de sexo, a todos los puestos de la producción social y a los puestos dirigentes de la sociedad en lo político, en lo económico, en lo militar y en lo cultural.
- La más profunda transformación de la conciencia individual y colectiva contra la dominación de la ideología machista, contra la consideración de las mujeres como seres secundarios e inferiores y por la creación de unas relaciones de igualdad entre los seres humanos. En esta transformación ideológica habrá de tener un papel de gran importancia la concepción de la sexualidad femenina y de las relaciones sexuales en general, reclamando el derecho de la mujer a una sexualidad libre, luchando contra la concepción de la sexualidad que tiene como valor predominante la satisfacción del varón, destruyendo la identificación de sexualidad con reproducción y entendiéndola como una relación libre entre personas libres.
8.- La autoorganización de las mujeres
Aunque debemos tener bien claro, desde ahora, cuales serán los grandes ejes sobre los que se habrá de desarrollar la lucha de las mujeres en el futuro, para no perder nunca la perspectiva de la emancipación femenina, también hemos de reconocer que nos encontramos aún bastante lejos del socialismo. Por eso, nos vamos a centrar en las tareas y en los objetivos más actuales, más próximos.
A corto y medio plazo es necesario que las mujeres se organicen para luchar por la consecución de mejoras, de objetivos intermedios (reformas), que contribuyan a aliviar la situación que sufren actualmente y que, al mismo tiempo, favorezcan la acumulación de fuerzas y el desarrollo de la conciencia antipatriarcal y anticapitalista, de cara a la consecución de sus objetivos fundamentales.
La organización de las mujeres es necesaria por razones de especial peso, debido a lo específico de su lucha, a su importancia como grupo oprimido, debido a los obstáculos que encuentran, en esta sociedad machista y patriarcal, para tomar conciencia de la opresión que sufren las mujeres; necesitan organizarse para romper el silencio y la ignorancia que pesan sobre la historia de su opresión, para cimentar su solidaridad, para afrontar la larga lucha que plantea la superación de su contradicción con el sexo masculino.
Las mujeres deben poner en pie organizaciones autónomas que vayan consolidándose a lo largo de años de su lucha, que se vayan curtiendo en combates parciales, con la mira puesta en conseguir que las amplias masas femeninas se constituyan como una fuerza consciente y organizada, capaz de participar decisivamente en la transformación revolucionaria de la sociedad y de continuar, en el socialismo, la lucha hasta lograr poner fin a toda opresión y discriminación.
La instauración de la democracia parlamentaria burguesa en el Estado español posibilitó la eclosión del movimiento feminista, que ya se había comenzado a organizar en la semiclandestinidad desde mediados de la década de los sesenta. Sin embargo, a finales de la década de los ochenta este movimiento quedaría desactivado e iniciaría una fase de reflujo, tanto en Hego Euskal Herria como en el resto del Estado, al asumir los gobiernos central y autonómicos parte de sus reivindicaciones. Sin embargo, al comenzar este siglo, se ha iniciado una reorganización del movimiento feminista a nivel internacional, aunque se trata de una reactivación un tanto diversa y compleja, relacionada con la Marcha Mundial de las Mujeres (2000) y con las luchas antiglobalización [13].
En el movimiento feminista, a nivel general, se dan diferentes orientaciones y distintas concepciones de la lucha por la liberación de la mujer. Así, podemos distinguir tres líneas principales: una “radical”, otra socialista y otra liberal, entrecruzadas, a su vez, por las tendencias de la igualdad y de la diferencia. También se podría hablar de un feminismo independiente (de partidos e instituciones) y de un feminismo institucional, así como de un llamado feminismo académico [14]. Al mismo tiempo, habría que establecer una diferencia entre lo que se considera movimiento feminista, en sentido estricto, con un mayor nivel de conciencia, más “ideologizado” y el movimiento asociativo de base [15].
Con el paso del tiempo, en el seno del movimiento de mujeres, indudablemente, se irá produciendo una diferenciación entre un sector más avanzado y combativo, consciente de que la lucha por su liberación debe ir estrechamente unida a la lucha de clases, por la transformación socialista, y el resto del movimiento. Ese proceso se da, inevitablemente, en todos los aspectos de la lucha política y social, en todos los movimientos sociales. Pero ese sector de mujeres con conciencia feminista revolucionaria no debe separarse del resto del movimiento, sino participar activamente en él, promoviendo su unificación, impulsando la solidaridad activa entre todas las mujeres que luchan por su liberación y, desde el respeto a la pluralidad, trabajando por dar una orientación consecuente y revolucionaria al conjunto del movimiento feminista.
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NOTAS
1.- F, Engels. “El origen de la familia, la propiedad y el Estado”. O.E. Tomo II. Pág. 227. Editorial Fundamentos, Madrid, 1975.
2.- La antropología, mediante el estudio de los mitos y de las costumbres ancestrales, nos habla de que en las sociedades primitivas, en distintos pueblos y culturas, la mujer gozaba de una posición social relevante, no subordinada al hombre, a la que se ha denominado “matriarcado”. Hay mitos griegos, nórdicos, aztecas, mayas, etc., que se refieren al enfrentamiento entre la sociedad matriarcal y la patriarcal (por ejemplo, el de la lucha entre Atenea y Poseidón; entre Midgar y Odín; entre la diosa lunar Coyolxauhqui y su hermano, el dios solar Huitzilopochtlim, etc.); al castigo dado a las mujeres por su autonomía (el mito griego de Pandora; el de la diosa hitita Hindar, etc.); otros que recuerdan un periodo de preponderancia femenina (los rituales de los indios wauras del Amazonas; el mito de Nyabingi, la mujer muerta de Nigeria, etc.)… Ver: Francisca Martín-Cano. “Mitos que recuerdan el Matriarcado”. Estudios de Género. (Internet).
En lo que respecta a Euskal Herria, tenemos el mito de Mari que experimentó una progresiva “devaluación”, a medida que se iba produciendo la desvalorización de la función femenina. Ver: Alizia Stürtze. “Esquema para una aproximación a la historia de la mujer en Euskal Herria”. La Haine (Internet).
3.- Ver: Lucía Serrano Muñoz y Rosa Rodríguez Herranza. “El concepto de Matriarcado: una revisión crítica”. Arqueweb: Revista sobre Arqueología en Internet. Vol. 7, Nº 2. 2005.
4.- Una idea de la importancia que tuvo la mujer, durante un largo periodo, en las sociedades primitivas, debido a su capacidad reproductora, nos la dan cerca de 250 estatuillas denominadas “Venus prehistóricas”, aparecidas en diversos puntos de Europa Occidental y Oriental hasta Siberia, que están fechadas en el paleolítico superior (35.000-9.000 años a.n.e). Estas figuras femeninas, de pequeño tamaño, estaban elaboradas en marfil, piedra o terracota. También se las ha llamado “Venus esteatopigias” (del griego estratos, que significa grasa y pigos que es alusivo a las caderas y nalgas) por la exagerada representación de sus caracteres sexuales. Las más conocidas son la “Venus de Lespugne”, la de Willendorf, la de Laussel, la de Savignano, la de Kostienki, la de Dolni – Vestonice y la “Venus de Grimaldi”; sobre las cuales existen abundantes estudios. También se les asigna la representación de la diosa madre.
5.- V. Gordon Childe. “Evolución Social”. Universidad Nacional Autónoma de México. Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos. México, 1988. Págs. 80-81.
6.- V. I. Lenin. “Cómo se engaña al pueblo”. Obras Completas. Tomo XXIX. Págs. 344-7. Editorial Progreso. Moscú, 1981.
7.- Podemos hablar de las prácticas de muerte por lapidación o castigos de flagelación pública, en casos de adulterio, que aún se siguen practicando en algunos países como Senegal, Nigeria, etc., desde la prehistoria y que una aplicación rigorista de la sharia no solo no las ha erradicado sino que les ha dado cobertura legal y “divina”; y de la mutilación genital femenina (ablación del clítoris), que también continúa siendo una práctica habitual, como ceremonia ritual, en algunas zonas de África, de Oriente Medio y de América Latina (tribus indígenas de la etnia embera-chaní, en la región sur occidental de Colombia) y que afecta a unos 130 millones de mujeres y niñas en todo el mundo.
8.- Susana Narotzy. “Mujer, mujeres, género”. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1995. [Citado por Beatriz Broide y Susana Todazo, en el artículo “Funcionalidad social de la violencia de género”. Revista Herramienta, Nº 36. Octubre de 2007].
9.- Beatriz Broide y Susana Todazo. “Funcionalidad social de la violencia de género”. Revista Herramienta, Nº 36. Octubre de 2007.
10.- El concepto de “género” es un dato social construido culturalmente que el sistema capitalista patriarcal emplea como instrumento de manipulación ideológica en función de los intereses de la clase dominante. El género asigna lugares y conductas sociales diferenciadas y específicas, a mujeres y hombres, por el sólo hecho de su pertenencia a un determinado sexo. Éste último es el dato biológico objetivo, a partir del cual se prescribe el género.
La pertenencia a una clase determinada o el lugar que se ocupa en el proceso de producción (en las relaciones de producción), constituye la base material que permite explicar como el determinismo genérico afecta al desarrollo de las potencialidades humanas individuales. Porque, si bien es cierto que los contenidos de género tienen un carácter universal, para todo el conjunto de la sociedad, la estructura de clases modula y diferencia el impacto del comportamiento sexuado de acuerdo con la condición social.
11. Revista Herramienta, Nº 36. Octubre de 2007. Artículo citado.
12.- En el último cuarto del siglo XX, las luchas de las mujeres en EEUU y Europa, impulsadas por el movimiento feminista, así como de colectivos gay-lésbicos, obligaron a algunos Estados de los países capitalistas desarrollados a asumir parcialmente sus reivindicaciones. Lo cual, unido a los cambios operados durante ese mismo periodo en el modelo de acumulación capitalista y a las consiguientes modificaciones del sistema productivo y de la estructura social, así como a una serie de cambios culturales (de hábitos y costumbres, comportamiento sexual, etc.) inducidos por el rápido desarrollo de las tecnologías de información y las comunicaciones (TIC), ha conducido a que se produzca una crisis de la estructura familiar tradicional. De esta manera, se han ido diversificando las formas de agrupamiento familiar: familia nuclear simple (heterosexual u homosexual), nuclear biparental y monoparental; extensa simple, biparental y monoparental, etc., etc. No obstante, la mayoría de estas formas de estructuras familiares continúa manteniendo su esencia patriarcal.
13.- La investigadora de la UPV-EHU, María Martínez González, divide la historia reciente del movimiento feminista en España en 4 periodos: a) Un primer periodo, que abarcaría desde 1975 hasta 1988, sería el de la eclosión organizativa del movimiento y acaba con la división entre las partidarias de la “doble militancia” y las “independientes”; b) un segundo periodo, desde 1979 a 1988, abarcaría desde el inicio de esta ruptura hasta la práctica desaparición de las acciones conjuntas. En este periodo se produce la institucionalización del feminismo, creándose diversas entidades de carácter público, consultorías, etc. Es en febrero de 1988 cuando se crea EMAKUNDE, el Instituto Vasco de la Mujer.; c) un tercer periodo, desde 1988 a 2000, que se caracterizaría por una actividad muy baja, sobre todo en la década de los noventa; y d) un cuarto periodo, desde el 2000 a la actualidad, en el que se inicia la reactivación del movimiento, a nivel mundial. Para estas cuestiones, ver el trabajo de la citada investigadora: “El movimiento feminista en la España contemporánea. Avances de una tesis en proceso de construcción”. Centro de Estudios sobre la Identidad colectiva. (CEIC-UPV-EHU. Bilbao, 2008).
14.- Ver el artículo de Susana Gamba: “Feminismo: historia y corrientes”. Mujeres en red. El periódico feminista (06-03-2008). www.mujeresenred.net
15.- Según un estudio institucional sobre el movimiento de mujeres, podría distinguirse la siguiente tipología asociativa: Asociaciones con conciencia feminista y “áreas de la mujer” integradas en algún tipo de organización (partido, sindicato, universidad, etc.); asociaciones de economía doméstica (amas de casa); ídem, con conciencia de género; asociaciones con fines sectoriales; de ámbito productivo; de bienestar social y género; y de ámbito comunitario. Ver: “Movimiento Asociativo de Mujeres y las Políticas Locales de Igualdad”. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Instituto de la Mujer. (Septiembre de 2005).