Santi Ramirez
Publicado en GARA. 2013/09/11
La convulsa situación que vive Egipto está llevando al país africano casi diariamente a los titulares de los medios de difusión de todo el mundo. El autor desgrana en este artículo algunas claves para entender esa realidad, que pasan por conocer por qué Egipto tiene una importancia estratégica, más allá del hecho de ser puente natural entre África y Asia.
La convulsa situación que vive Egipto está llevando al país africano casi diariamente a los titulares de los medios de difusión de todo el mundo. El autor desgrana en este artículo algunas claves para entender esa realidad, que pasan por conocer por qué Egipto tiene una importancia estratégica, más allá del hecho de ser puente natural entre África y Asia.
Se trata del tercer país más poblado de África (después de
Nigeria y Etiopía), con 83,2 millones de habitantes. La economía egipcia es la
segunda más importante de África, después de la sudafricana. Aunque su
producción petrolera no es importante, su producción de gas coloca a Egipto en
el puesto quince de los países productores.
Su importancia estratégica radica, por una parte, en que
es un puente entre África y Asia. Y, por otra, en que en su territorio se
encuentra el canal de Suez, por el que atraviesa cerca del 14% del tráfico
marítimo mundial. Anualmente cruzan por el canal de Suez unos 18.000 barcos,
dos tercios de los cuales son petroleros. El paso por él acorta en un 40% la
ruta marítima entre Londres y Bombay. A través del canal llegan a Europa la
mayor parte de las mercancías procedentes de Japón, China y Sudeste Asiático.
Pero a través de este canal no circulan únicamente buques
mercantes, sino que también sirve de paso para navíos de guerra. Hay que tener
en cuenta que, en determinadas circunstancias, la 6ª Flota de EEUU (encargada
del Atlántico, el Mar del Norte y el Mediterráneo, y con sede en Nápoles) puede
necesitar desplazar unidades para reforzar la 5ª Flota (encargada del Golfo
Pérsico, Mar Rojo, Mar Arábigo y costa oriental de África, con sede en Barhein)
o viceversa.
De hecho, pocos días después de la caída de Mubarak, dos
buques de guerra iraníes cruzaron el canal en dirección al Mediterráneo, por
primera vez desde la
Revolución Islámica de 1979, con objeto de hacer valer su
derecho a la libre navegación por el canal, de acuerdo con lo que establece la Convención de
Constantinopla de 29 de octubre de 1888.
Hay que tener en cuenta que el canal de Suez fue
nacionalizado por el Gobierno de Gamal Abdel Nasser el 26 de julio de 1956 y
que ese mismo año, tropas anglo-francesas, apoyadas por efectivos de Israel,
llevaron a cabo la invasión de la zona del canal, que se convirtió en un
verdadero fracaso militar y que provocó su bloqueo por parte del Gobierno
egipcio mediante el hundimiento de varios barcos. El canal se volvió a abrir a
principios de 1957, tras la retirada de las fuerzas invasoras. Nuevamente se
volvió a bloquear en 1967, con motivo de la Guerra de los Seis Días, y fue reabierto en 1975,
permaneciendo abierto desde entonces.
Por ello, EEUU necesitaba asegurarse el control del canal
de Suez no solo para garantizar la navegación por él, sino para, en un momento
determinado, poder bloquearlo. Y el comportamiento que pudiera tener el
gobierno de Mohamed Morsi era impredecible. Constituía un factor de
incertidumbre y, por tanto, de riesgo que era necesario eliminar, sobre todo
teniendo en cuenta el progresivo ascenso de China en el plano internacional.
El imperialismo yanqui temía que se produjese un
acercamiento de Egipto al país asiático, sobre todo a partir de un viaje de
negocios que el Gobierno de Morsi organizó a China, a mediados de 2012, en el
que participaron más de 80 empresarios egipcios, buena parte de los cuales
habían estado vinculados al Gobierno de Mubarak, aunque dicho viaje no tuviera
el fruto deseado.
Para hacernos una idea de la importancia del control de
las rutas de navegación, y sobre todo del paso a través de canales y estrechos,
hemos de tener en cuenta que EEUU controla, en la práctica, el paso de buques
por el canal de Panamá y que, debido a ello, China proyecta construir un nuevo
canal en Nicaragua, para comunicar el Océano Atlántico con el Pacífico de forma
segura y así evitar, en un futuro más o menos próximo, ser sometida a bloqueo
por parte de EEUU.
Egipto también tiene un interés estratégico para EEUU como
«contrapeso» a la creciente influencia económica y política de China en África
Oriental. En la gira que efectuó Obama a finales del pasado mes de junio por
Senegal, Sudáfrica y Tanzania, advirtió en varias ocasiones contra la
aceptación de las inversiones chinas por parte de los países africanos, dando
así una muestra de la preocupación del imperialismo yanqui por la presencia
cada vez mayor de China en aquella zona.
La penetración china en África Oriental viene de la mano
de su participación (técnica y económica) en los dos macroproyectos que se
están desarrollando en aquella región; el de la gran presa del Nilo Azul y el
del Corredor Lapsset. El primero de ellos está siendo impulsado por Etiopía,
una potencia regional en ascenso, con aspiraciones hegemónicas sobre sus tres
áreas de influencia: el Mar Rojo, la cuenca del Nilo y África Oriental. Se
trata de un proyecto que podría dar lugar a un enfrentamiento con Egipto en un
futuro más o menos próximo. De momento, Etiopía ha logrado el apoyo para su
proyecto de otros cinco países: Burundi, Kenia, Uganda, Ruanda y Tanzania, y
probablemente se sumen también a él Sudán y Sudán del Sur.
El segundo proyecto, el Corredor de Lapsset, contempla la
construcción de carreteras, vías férreas, oleoductos, puertos marítimos, etc.
En este proyecto participan: Kenia, Uganda, Sudán del Sur, República
Centroafricana y Camerún. Permitirá una nueva salida al mar para Etiopía, a
través del puerto keniano de Lamu, y proyecta derivaciones a la República Democrática
del Congo (desde Uganda) y a Tanzania y Etiopía (desde Kenia). Como podemos
ver, hay varios países que participan en ambos proyectos.
En cuanto a la situación del Ejército egipcio, hay que
decir que, en la práctica, no está subordinado al Gobierno de aquel país, y
actúa como si se tratase de una entidad independiente. Se trata de un caso evidente
de autonomización del aparato represivo respecto del poder político.
Es sabido que la burocracia, y no solo la administrativa,
sino también la militar, constituye una categoría social y, por tanto, no se la
puede considerar como una clase o como una fracción de clase. No obstante, la
burocracia, como categoría social específica, cuenta con una autonomía relativa
y con una unidad propia. Por ello, en determinadas circunstancias, en
coyunturas concretas, puede llegar a constituir una verdadera fuerza social y
actuar como si se tratase de una clase social, con unos intereses propios. Ese
es el caso del aparato represivo del Estado egipcio y, en concreto de sus
distintos órganos (judicial, policial y militar), especialmente del Ejército.
Este último goza de una gran autonomía dentro del Estado
egipcio, y en las últimas décadas, durante la dictadura de Hosni Mubarak, ha
ido estableciendo unas relaciones cada vez más estrechas con EEUU (mediante la
realización de maniobras conjuntas, la asistencia a cursos para jefes y
oficiales en academias militares norteamericanas, etc.) que le han llevado a
recibir directamente de estos la ayuda económica y militar, sin la intervención
del propio Gobierno egipcio.
La progresiva autonomización del aparato represivo egipcio
ha sido estimulada por el propio imperialismo yanqui porque así convenía a sus
propios intereses, y ha alcanzado tal importancia que el Ejército egipcio actúa
hoy día como si se tratase de una auténtica clase social que posee empresas
propias (industriales, inmobiliarias, de turismo, etc.) y que ha llegado a
controlar alrededor del 40% del PIB del país.
La autonomización del Ejército egipcio responde, pues, a
la necesidad del imperialismo yanqui de contar en aquel país con un instrumento
de confianza, de plena disponibilidad, independientemente de qué partido sea el
que gobierne en cada momento, como ya se ha demostrado.