lunes, 11 de marzo de 2019

8 DE MARZO (II). REFLEXIONES SOBRE IDENTIDADES Y EL SUJETO FEMINISTA


Tomado de itaia.eus hartuta

La cuestión de la sororidad universal que se ha fortalecido últimamente en el feminismo nos ha creado varias dudas, tal y como lo mencionamos en el texto anterior, a razón de la idea del sujeto que aparece junto a la sororidad universal, y las aliadas y enemigas que se derivan de ésta. Para poder llevar este debate adelante de forma correcta es necesario hacer una lectura histórica del sujeto colectivo durante los últimos años, y tener en cuenta los factores que han influenciado su descenso.

Durante los años 60 y 70 fueron llamativos el descenso de la lucha de clases y el ascenso del neoliberalismo. Este fenómeno no se dio en todos los lugares y momentos a la vez, pero podemos situarlo en estas décadas, aunque, por ejemplo, la historiografía francesa renunció a la teoría marxista desde los años 50.

En aquellos tiempos, las militantes radicales de la década de los 60 perdieron la fe en la oportunidad de llevar a cabo la revolución, y a estas militantes se les sumaron jóvenes afectados por el pesimismo de la época. Varios acontecimientos que se entrecruzaron marcaron aquellos años. Por un lado, la derrota de los movimientos dirigidos por trabajadoras que buscaban construir sociedades cuyo objetivo era la igualdad, sobre todo China y la URSS. Por otro lado, la ofensiva neoliberal dirigida a las condiciones de vida de las trabajadoras (Foley, 2018). Junto con la idea anterior es necesario mencionar las campañas contra el marxismo que llevaron a cabo las intelectuales de izquierdas en las universidades durante los años 80 y 90: renunciaron a la revolución y divulgaron a favor de los pequeños sucesos, dejando de lado la lucha de clases, ahondando en la clasificación de las opresiones y dando una importancia central a la subjetividad. Mediante todo esto lograron dividir la lucha de clases en luchas individuales que no tenían características comunes. Así, aparecieron nuevos movimientos sociales, que, en vez de proponer la resistencia al capitalismo, subrayaban la necesidad de coaliciones plurales en los movimientos reformistas.

Teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente, es llamativo cómo se ha apartado la conciencia de clase, como se ha podido observar claramente en los ataques al marxismo en círculos académicos; denominando al marxismo como reduccionista y esencialista, sobre todo por parte de académicas posmodernas, posestructuralistas y posmarxistas. Ante esto, las variadas metodologías alternativas son las que han compuesto el reduccionismo de la clase.

En los tiempos que hemos mencionado, respecto a la problemática de género, las feministas socialistas (o feministas materialistas) plantearon la raza, el género y la clase como tres sistemas distintos que se entrecruzaban. Explicaron que las tres dimensiones de esta trilogía se influían y confluían entre ellas, y de esta manera, que ninguna de las tres se podía poner por delante del resto. Esta propuesta se oponía, por un lado, al feminismo radical de entonces, quienes anteponían el género. Pero, por otro lado, también estaba contrapuesta al socialismo tradicional, quienes priorizaban la clase (Vogel, 2018).

Es necesario subrayar las aportaciones y reflexiones derivadas de esta teoría, sobre todo para sacar a la luz distintas opresiones. Sin embargo, los límites de la teoría de la triple opresión son claros. Como explica Cinzia Arruzza (2014), la teoría de los sistemas triples expone que las relaciones de género, las relaciones raciales y las relaciones de clase componen sistemas autónomos, sistemas que se cruzan entre ellas y que influyen una a otra. Christine Delphy y Heidi Hartmann argumentaron que la opresión de género es independiente al sistema capitalista, que el patriarcado y el capitalismo son sistemas autónomos pero históricamente interconectados (teoría de los sistemas dobles). Sylvia Walby añadió el sistema racial a esta teoría, y así pasó de ser la teoría de los sistemas dobles a la teoría de los sistemas triples.

Ante todo esto, Arruzza (2014) identifica tres problemas: 1) la comprensión del patriarcado como un sistema de explotación. Este planteamiento nos genera varias dudas: ¿cuál es la clase explotadora? ¿Cuál la explotada o desposeída? ¿Todas las mujeres formamos una clase y tenemos los mismos intereses, contrapuestos a los intereses de clase de los hombres? 2) ¿Por qué se reproduce cada sistema autónomo? ¿Qué fuerzas internas impulsan esta reproducción? En el caso del sistema capitalista es la valorización del valor la que impulsa su reproducción (aunque para comprender el sistema capitalista es necesario comprender este proceso de raíz, al ser un sistema complejo, influyen varios procesos económicos, sociales, culturales… y es necesario considerarlos todos para poder percibir el sistema en su totalidad). 3) ¿Bajo qué principio confluyen los sistemas de género-raza-clase? Por la manera en la que soportamos estas opresiones en el día a día, podemos intuir que cada una es producto de un sistema concreto, pero, ¿llegaríamos a la misma conclusión analizando la realidad material? Como los directores (o dueños) de las grandes corporaciones son hombres blancos, ¿ser hombre blanco implica poseer poder? ¿Cómo explicamos, entonces, que haya mujeres, personas negras u homosexuales en posiciones de poder? Para comprender qué da poder, en lugar de la identidad de cada uno, necesitamos otra explicación.

De esta manera, según la teoría de los sistemas triples las relaciones que se dan en la sociedad son producto del sistema patriarcal y el sistema racial, que históricamente han confluido con el sistema de producción capitalista, pero no explica cómo se cruzan y se refuerzan recíprocamente. Llegadas a este punto, debemos argumentar que el sistema capitalista es una formación social que abarca la totalidad, es decir, una estructura de poder compleja, que, siendo hegemónica la forma de producción capitalista, va más allá y tiene el control sobre todos los aspectos de nuestras vidas. Asimismo, solo podemos realizar un profundo análisis de las relaciones actuales teniendo en cuenta esa base. Por consiguiente, podemos afirmar que las opresiones que sufrimos (género, raza…) son consecuencia del desarrollo y las contradicciones de la sociedad de clases, es decir, consecuencia de las relaciones de explotación entre la burguesía y las proletarias.

Los movimientos a favor de los derechos o la visibilidad de las identidades, sin embargo, no hacen un análisis de raíz de las opresiones y ponen el punto de mira en sus efectos. Así, la superación de las opresiones se basa en suprimir el sufrimiento que generan, sin analizar su origen, la relación que tienen con la explotación de la clase trabajadora y a los intereses de quién responden.

Aun así, aunque en los años 70 y 80 se dio una tendencia a la parcialización e individualización de las luchas a causa de lo mencionado anteriormente, podemos observar varios ejemplos de solidaridad entre luchas ante el enemigo común, por ejemplo, en las luchas conjuntas que llevaron a cabo las lesbianas y gays con las mineras en el Reino Unido. Vemos así que los movimientos que parten de la identidad se han situado como sujetos de la lucha de clases; la clase trabajadora se muestra heterogénea, los distintos orígenes y orientaciones sexuales están en la primera línea de la lucha. De igual modo, los distintos aspectos que componen la identidad, en vez de formar sujetos separados, son representativos de la diversidad de la clase trabajadora. En vez de percibir al diferente como enemigo, esto es, en vez de considerarse entre ellos como sujetos antagónicos (hombre-mujer, blanco-negro, nativo-extranjero, cis/hetero-LGTB…), el proletariado de todas partes se ha levantado y organizado ante el origen común de las opresiones y subordinaciones.

Estas ideas han alcanzado un gran protagonismo con el paso del tiempo, y podemos considerar la interseccionalidad como el marco que las aúna. Sharon Smith (2017) expone que no podemos comprender la interseccionalidad como una teoría, sino que nos encontramos ante un término que hace referencia a la interconexión entre las distintas formas de opresión. En cambio, explica que hay interpretaciones muy distintas ante esta idea: por una parte la desarrollada por feministas negras, y por otra la elaborada por posestructuralistas posmodernas.

Fue Kimberlé Williams Crenshaw quién, en la década de los 80, utilizó y explico por primera vez este término. Mediante la “metáfora del cruce de caminos”, explicó que los accidentes que suceden en un cruce no pueden ser consecuencia de una sola causa, hace falta la confluencia de dos ejes (género y raza en este caso). Más tarde, Patricia Hill Collins denominó esta idea como la matriz de las opresiones. ¿Pero quién construyo esos caminos? ¿Cuándo y dónde se construyeron? En las respuestas a estas preguntas podemos observar el límite de la interseccionalidad, al buscar el porqué de las diferencias.

Eve Mitchell (2013) menciona distintas características de la interseccionalidad para poder comprender este concepto. Por un lado, se basa en las políticas de la diferencia, y explica que las distintas identidades están separadas de los que no comparten esas identidades, y por eso, los grupos e individuos se dividen por su experiencia. Por otro lado, el empoderamiento de las más oprimidas y la toma de decisiones por su parte. En su opinión, estar oprimidas las coloca en unas condiciones privilegiadas para la lucha, es decir, soportar distintas opresiones las sitúa en la vanguardia de la lucha. Por último, se subraya la necesidad de una política que abarque todas las opresiones.

Las políticas de identidad han reflejado todo esto. Son políticas que se ratifican en la división de la apariencia y la esencia, y en consecuencia dejan intacta la estructura capitalista, solamente realizando pequeños cambios en las cuotas. Sus efectos más perjudiciales son las divisiones y la competencia que crea en el seno de la clase trabajadora.

Sin embargo, debemos mencionar que algunas teóricas de la interseccionalidad criticaron la idea de las políticas de identidad. Por ejemplo Bell Hooks (1984) expresó que basar la política en una experiencia acarrearía problemas. Pero la interseccionalidad actúa de la misma manera al exponer una lista de identidades naturalizadas sin tener en cuenta su contexto material e histórico.

Resumiendo, es necesario entender el movimiento real de la clase para comprender la teoría. Es decir, percibir la creación de nuevas teorías como consecuencia de la situación material. De esta manera, es importante analizar las formas de circulación del capital previas a estas teorías. En este caso, aclarar la división sexual del trabajo, y las relaciones de género que devienen de ella, que responden a las necesidades del capitalismo.

Ante todo esto debemos ratificarnos en la posición marxista. Queremos subrayar la utilidad actual del método marxista, que, al ser un método vivo, no ha dejado todo dicho, pero aun así, nos ha dejado las herramientas para realizar nuestro propio trabajo. Por lo tanto, es necesario comprender la relación entre parcialidad y totalidad, a saber, entender correctamente la relación de cada opresión concreta con la totalidad.

Por otro lado, es imprescindible comprender la relación entre apariencia y esencia. Necesitamos buscar el porqué de los fenómenos que se nos aparecen a diario; en este caso, buscar la raíz de la opresión de género y su relación con la formación social en la que vivimos. Por consiguiente, nos parecen problemáticas las teorías que se basan en experiencias subjetivas, que trabajan sin tener en cuenta el contexto material e histórico. No podemos comprender la opresión de forma abstracta, las oprimidas son sujetos históricos, determinados por una forma de producción, y en consecuencia, son atravesados por un conflicto de clase. Es por ello que las opresiones aparecen como consecuencia de las contradicciones del capital, y no como causa.

Todo esto nos enseña que, como hemos mencionado previamente, el sujeto y sus alianzas no se eligen por voluntad, puesto que son determinados por nuestra clase social y la posición política que tomamos ante ella. Por lo tanto, más allá de visualizar a la mujer trabajadora como sujeto, creemos que es necesaria la organización de la clase trabajadora en la lucha para la superación de la totalidad. Ante los planteamientos de auto-realización de las teorías posmodernas, esto nos da la capacidad de plantear estrategias colectivas revolucionarias para superar el sistema.

¡Viva la lucha de la clase obrera!

JTK!