La nación vasca, al igual que cualquier otra nación, no es
una mera construcción teórica. No se
trata de una esencia inmutable y eterna, situada al margen y por encima de la
sociedad y de las clases; ni tampoco es un ente imaginario y fantástico, una
entelequia. Por el contrario la nación, y en concreto la nación vasca, es una realidad objetiva y, como tal, su
existencia es independiente de la conciencia, aunque tenga un reflejo en ésta.
De ahí que podamos afirmar que la nación tiene un carácter material. Pero, ¿en qué consiste y como se manifiesta ese
carácter material?
En primer lugar, debemos considerar a la nación como un ámbito, en el cual tiene lugar el
desarrollo y la reproducción de las fuerzas
productivas, así como de las relaciones de producción. Por ello, es en
ese ámbito donde tiene lugar el desarrollo y la reproducción de las clases
sociales y, como es lógico, también del conflicto y el enfrentamiento que se
produce entre ellas, es decir de la lucha de clases.
En segundo lugar, podemos decir que tanto las fuerzas
productivas como las relaciones de producción, constituyen un conjunto de
condiciones de producción y, como consecuencia de ello, configuran las condiciones materiales de existencia de la
nación.
Es evidente que Euskal Herria, como cualquier otra nación,
necesita dotarse de un Estado propio, como expresión y garantía de la soberanía
nacional. Pero, también es lógico pensar que las distintas clases sociales no
mantienen una misma actitud sobre esta cuestión. Ello es así porque unas y
otras, no tienen la misma percepción ni
entienden de la misma manera el hecho nacional, al ocupar distintas posiciones
en la estructura social.
Así, por ejemplo, la gran burguesía española, representada
por el PP y por el PSOE (dependiendo de cuál sea la fracción de clase de que se
trate), ha venido manteniendo una actitud de oposición frontal a las justas
aspiraciones democrático-nacionales de nuestro pueblo. Una oposición que no ha
reparado en medios (incluido el ejercicio de la violencia) para acallar e
impedir la expresión de dichas aspiraciones, fundamentalmente la legítima
reivindicación del derecho de autodeterminación, por parte de la sociedad
vasca.
Y es que la clase dominante tiene un pánico atroz a todo
lo que ponga en peligro la sacrosanta “unidad” de España. Pero, no es que ello
se deba a un exceso de “celo” patriótico, sino que más bien responde a otro
tipo de consideraciones. Debe tenerse en cuenta el riesgo de secesión que
actualmente existe, tanto en el Sur de Euskal Herria (CAPV y CFN) como en
Catalunya. Hay que decir que la posible independencia de ambas naciones podría tener
un efecto enormemente negativo sobre la demografía y la economía del Estado
español.
Considerando los datos poblacionales, referidos a 2011,
cuando el Estado español alcanzó su población máxima (47.190.493 habitantes),
la independencia de las naciones vasca y catalana, supondría la reducción de la
población del Estado en un 21.97%, es decir una cifra de aproximadamente
10.366.275 habitantes. En cuanto a la posible repercusión económica, y tomando
como referencia los datos relativos a 2013, cuando la crisis económica se
encontraba en su momento álgido, la independencia del Sur de Euskal Herria y de
Catalunya, podría suponer la reducción del PIB del Estado español en un 26.3%.
Pero, no es sólo la gran burguesía la que teme la
independencia de las naciones oprimidas, y no digamos al socialismo, sino que
también la teme el sector nacionalista de la burguesía media vasca,
representado por el PNV. Se trata de una clase que constituye un importante
apoyo para la clase dominante y que, aunque tenga ciertas contradicciones con
esta, no mantiene un enfrentamiento radical con el Estado español. Por una
parte, porque necesita de su protección y, por otra, porque sus aspiraciones no
van más allá de lograr una mayor autonomía, que le permita tener una presencia
directa en la UE,
de forma que pueda defender mejor sus intereses de clase.
Por último también debemos tener en cuenta que la pequeña
burguesía vasca, una parte de la cual dice defender la independencia y el
socialismo para Euskal Herria, aunque no manifiesta abiertamente su temor a
ambos objetivos, en la práctica se distancia de ellos. Por una parte,
manifiesta su aspiración a que el futuro Estado vasco se mantenga en Europa,
una forma eufemística de expresar su deseo
de que se integre en la UE.
La pequeña burguesía nacionalista no tiene en cuenta que
si el Estado vasco perteneciese a la
UE no sería verdaderamente independiente ya que la mayor
parte de las decisiones económicas, políticas y sociales se adoptan a nivel de la UE, o sea en Bruselas, y
estaría obligado a cumplirlas, con lo cual sólo tendría una independencia
formal.
Tal es el caso de las políticas de recortes aplicadas en
los distintos Estados europeos, siguiendo el dictado de la “troika” (Comisión
Europea, BCE y FMI). O el de la postura decidida por la UE sobre las sanciones a Rusia,
con motivo del conflicto de Ucrania,
etc. Y, por supuesto, un Estado vasco miembro de la UE, también tendría que sufrir
las consecuencias de la política exterior de ésta, como está sucediendo en
estos momentos con motivo de la guerra comercial desatada entre Rusia y la UE.
Al mismo tiempo, la pequeña burguesía nacionalista, como
clase de transición que es, contradictoria y vacilante, también teme al
socialismo. Por eso, sin decirlo con claridad, trata por todos los medios de
edulcorar el término, difuminando su carácter y oscureciendo el papel que la
clase obrera vasca debe desempeñar en el proceso revolucionario.